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De lo artificial a lo humano

Una Columna de Opinión de Camilo Chacón Sartori, Estudiante de doctorado del Instituto de Investigación en Inteligencia Artificial, Barcelona, España.

Las tecnologías afectan a la sociedad. Esto es evidente cuando vemos aplicaciones de IA que no solo generan textos, sino también fotografías con rostros falsos, o audios y videos ficticios. No es descabellado, por tanto, preguntarnos cómo podemos diferenciar lo falso de lo real, o mejor dicho, lo artificial de lo humano.

ChatGPT nos ha sorprendido por su capacidad de generar textos, pero, aún se encuentra lejos de compararse a un buen escritor, porque sus textos, aunque gramaticalmente correctos, son planos, aburridos y carecen de estilo, contrario a alguien de elevada prosa puede lograr (pienso en Jorge Luis Borges o Roberto Bolaño). Incluso si le pedimos “escribe la respuesta como si fueras Borges un buen lector se percataría que la respuesta es una mala copia del escritor transandino.

Pero las herramientas de IA, en su estado actual, van más allá del texto.

Considere Generated.photos, una aplicación que produce imágenes de rostros humanos que no existen; y —como quién va a una heladería y escoge sus sabores predilectos— en esta aplicación se puede definir el color de piel, el tipo de cabello, color de ojos, entre otras cosas. Y así, una empresa las puede usar para añadirlas a sus sitios web sin pagar derecho de autor, pues no hay a nadie a quien pagar, salvo, claro, a la empresa que produce este software.

Hay más. Por ejemplo: murf.ai o lovo.ai, pueden crear audios con voces parecidas a las humanas desde texto, asimismo, usted podría grabar ejemplos con su voz diciendo varias frases —cualesquiera— y entonces ya podría crear nuevos audios con su voz diciendo otras frases, nunca dichas.

Todos estos ejemplos comparten la unanimidad de que solo los usuarios detallistas —o desconfiados— podrán diferenciar algo falso de lo real. Es decir, los minuciosos podrán ver al ventrílocuo detrás de la marioneta; o, recordando a Platón, serán los minuciosos los que podrán salir de la caverna y dejar atrás las sombras. En cambio, un usuario ordinario, que nada más está a la espera de nuevos estímulos para pasar al siguiente “Tiktok” o “reel” o “historia”, será presa fácil de lo artificial. Y lo artificial puede tener intereses que van desde manipular a las personas —para que cambien sus preferencias en una elección política— hasta inventar contenido que afecte su reputación.

Lo humano tiene que ver con la lentitud y lo artificial con la rapidez.

Por tanto, para aprovechar mejor las herramientas de la IA, cabe juzgarla sin prisa, con sagacidad, con escepticismo, con una mirada precavida, pero sin caer en la tecnofobia ni menos en la tecnofilia, acaso así, agreguemos algo humano a lo artificial.

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