FOGÓN CULTURAL

Aumen: A un paso del cincuentenario (2)

Eran los días de la dictadura -no quiero decir los más duros de la dictadura porque mi memoria me asegura que no hubo días blandos- y la actividad cultural y artística parecía estancada, olvidada, enterrada. Si digo “parecía” es porque la verdad era otra o, mejor dicho, quería ser muy otra, pero nada de eso podía saberse debido a que la cultura y el arte no tenían acceso a los medios de comunicación. Baste mencionar lo difícil que era enterarse de qué escritor, artista o intelectual se encontraba en Chile o en el extranjero, de modo que preguntar por alguien en particular podía significar llenarse de más y más dudas puesto que la respuesta diferiría muchísimo dependiendo de quien era tu informante. Quien para unos estaba en Chile, en su casa no sé dónde, para otros estaba en Chile, pero preso o en un campo de concentración, mientras que para otros se encontraba en México, Canadá, Rumania Suecia o Rumania. Esto hacía que la inubicable verdad exigiera una respuesta igual a la de un famoso antipoema de Nicanor: “Todas las anteriores”.

En ese tiempo nació Aumen, en Castro, y luego Chaicura, en Ancud, Polígono, en Puerto Montt, Pala, en Osorno, y más y más y más talleres, un jolgorio de talleres que se extendería por todo el país y que darían vida a una cantidad enorme de publicaciones de Arica a Punta Arenas. A mi parecer es sumamente escaso lo que se ha escrito sobre este movimiento; muy poco lo que se ha investigado, aunque no dudo de que debe haber por allí algunas tan buenas como desconocidas investigaciones académicas o tesis de estudiantes de pre o postgrado. Al menos eso es lo que quiero imaginar, pensando en el valor de esos talleres y esas publicaciones en un momento en que nuestro Chile requería de ellos y ellas como un aire necesario para respirar un poco de luz.

De Aumen escribiré bastante en los meses que aún nos separan del cincuentenario de su fundación, pero me parece imprescindible recordar que junto a lo de Aumen hubo otras grandes actividades que vistas con el ojo de hoy se vuelven grandiosas no sólo por la cantidad de poetas que reunían sino por el enorme público que las seguía fervorosamente, y todo eso, en un tiempo en el que las cosas eran muy difíciles y asistir a dichas actividades podía ser peligroso. Para sumar a lo anterior, debe mencionarse que, por lo  general, no se contaba con ningún apoyo económico, pero de todas maneras las cosas se hacían, y se hacían bien.

A comienzos de la década de 1980 se inician dos actividades tan interesantes como motivadoras en la Décima Región: los Arcoíris de Poesía, en Puerto Montt, comandados principalmente por el poeta y maestro Nelson Navarro Cendoya y los Encuentros de Poesía del Sur, en Osorno, organizados por el poeta y profesor Gabriel Venegas Vásquez, con el auspicio del IPO, instituto profesional de esa ciudad, actualmente Universidad de los Lagos. No me cabe duda de que ambos eventos requieren una atención mayor de la academia y también de los poetas actuales, pues, hay que decirlo, nadie nace en el vacío, siempre hubo alguien o algo antes, que si bien, tal vez no le marcó la huella, sí le ayudó a entender que había un camino o, de otro modo, la posibilidad de empezar a construirlo.   

Esa es la razón que me motiva a poner por escrito estos recuerdos. Ya habrá otros, estudiantes o académicos de las universidades sureñas, que decidan dedicar una investigación más profunda, rescatadora de ese fructífero periodo de la literatura en las provincias del sur.

Los Arcoíris de Poesía, Puerto Montt

Anoche –Castro, Día Internacional del Libro, Centro Cultural– me emocionó y me hizo revivir miles de recuerdos de esta actividad la exhibición del documental “La Historia del Arcoíris de Poesía”, del joven y talentoso realizador Camilo Pérez Briones que por desgracia contó con un público minúsculo. Y eso que era la celebración del Día del Libro.

Gracias a la maravilla del documental, me reencontré con Víctor Caico, Mónica Jensen, Jorge Loncón, Sergio Mansilla, Nelson Navarro Cendoya, Elsa Pérez, Clemente Riedemann, Antonieta Rodríguez París, Harry Vollmer, y muchísimos más. Gracias al documental reviví esos grandiosos encuentros, reafirmé que es posible realizarlos y volví a lamentar el hecho que en nuestra isla y en nuestro querido Castro, no sólo se haya perdido el público que acompañaba a los escritores sino que hasta los escritores parecieran haberse perdido entre esas mismas lluvias y lloviznas que en décadas pasadas nos fueron tan fértiles y motivadoras.   

Los Arcoíris de Poesía nacieron como todo en aquellos días, con mucho esfuerzo, mucho sacrificio, y la entrega de muchísimo tiempo quitado a otras tareas. Así fue como Nelson Navarro Cendoya, junto a  los hermanos Pérez Sánchez y otras personas echaron a andar ese sueño sin imaginar cuánto podría prolongarse y hasta dónde podría llegar.

El primero se realizó en 1981 y yo tuve el honor y la suerte de participar en él en los siguientes hasta mi salida del país. Ese encuentro inaugural llamó la atención al público puertomontino porque se atrevió a reunir en el Teatro Diego Rivera a varios poetas principalmente locales y otros de Chiloé, más un invitado de Santiago que fue Fidel Sepúlveda Llanos, que por esos días se encontraba en Puerto Montt dictando un curso de literatura en uno de esos programas de temporada que ofrecían las universidades santiaguinas a lo largo del país.

La jornada inaugural se realizaría en el Teatro Diego Rivera, de modo que estuve allí tal vez una buena media hora antes de la hora programada, puesto que me dirigí allá directamente del terminal de buses. Entré al edificio y esperé allí, solo, mientras la lluvia inundaba las calles puertomontinas. Al poco rato llegó Sergio Mansilla, desde Fresia, de modo que la espera se hizo más entretenida. Luego llegó Clemente Riedemann. A esas alturas ya había empezado a pasar algo que nos empezaba a poner sumamente preocupados: Minuto a minuto iban llegando carabineros vestidos en lo que debe ser su traje de gala y la sala de espera se iba atiborrando de uniformes verdes. Los poetas no entendíamos nada, no hallábamos qué hacer y, lo peor, comentar entre nosotros qué leer y cómo enfrentar a ese público tan inusual. En pocas palabras, todos estábamos entre asombrados y atemorizados por lo que pudiera ocurrir.

Nuestro nerviosismo se mantuvo durante todo el recital. Nunca habíamos tenido y, cuarenta años después, creo nunca hemos vuelto a tener un público de ese tipo, un público tan “uniformadamente uniforme”. Creo que en la mente de cada uno rondaban los mismos pensamientos: ¿será apropiado leer este poema?, ¿nos detendrán apenas empiece el recital?

 No hay duda que fue un recital extraño, y que de haber contado con otro público habría sido completamente distinto. Sin embargo, no pasó nada raro, nada de lo cual tuviéramos que preocuparnos, excepto si consideráramos preocupante el hecho que el público carabineril aplaudía apropiada y uniformemente tras la lectura de cada poema. ¡Nunca habíamos recibido tantos aplausos! De modo que la única duda era, qué fue lo que hizo que tuviéramos tal cantidad de carabineros en la audiencia, ocupando todas las primeras filas.

La poética respuesta la tuvimos recién en el cóctel que siguió al recital; cóctel al cual asistió ordenadamente todo el grupo. Esos carabineros habían sido inscritos por su jefe (capitán, coronel, qué sé yo) en el curso que estaba dictando el Prof. Fidel Sepúlveda Llanos, quien en una de sus clases les habló del recital y los invitó a asistir. Es evidente que ante un grupo tan uniforme y jerárquico como el de carabineros, la invitación del profesor debía tomarse como una orden. ¡Y así fue.!

Altos de Astilleros, 24 de abril de 2024

El poeta Nelson Navarro Cendoya

Por: Carlos Trujillo

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