EL NAUFRAGIO DEL CANNOWIE

En la mañana del 7 de octubre de 1916 Jorge Vera, que con su familia vivía en Quilen, entre la neblina del mar reventando en los roqueríos creyó ver un buque varado sobre las rocas de Punta Pirulil, creyó era el Caleuche, se santiguó tres veces y temeroso caminó por la costa hasta que pudo distinguir el velamen destrozado, las arboladuras rotas y uno de los tres mástiles quebrado; después habló con su familia y se fue a Cucao a dar cuenta del naufragio. “Seguro es un buque mercante que lo sorprendió la tempestad furiosa del domingo”, le dijo a su mujer, y era cierto durante todo ese día y en la noche hubo un violento temporal de lluvia y viento del noroeste.
En Cucao le habilitaron una chalupa para ir a Huillinco y desde allí caminó hasta Chonchi a dar cuenta que en la punta Pirulil había aparecido un buque con sus velas y aparejos destrozados y no se sabía si había tripulantes vivos a bordo. Al conocer la noticia el subdelegado de Chonchi despachó al gobernador de Castro un telegrama que redactó apurado: “Un barco misterioso se encuentra encallado en la costa oeste, cerca de Cucao. Es una barca de cuatro palos, casco de fierro y su nombre es Canowie. Pido que desde Ancud o desde Quellón se envíe un barco en auxilio de los náufragos”; dos días después zarpó de Castro con dirección a Chonchi el escampavía “Porvenir” llevando a los señores Teodoro Kamann, Juan R. Christie y Roberto Andrade, “que han recorrido la costa occidental de la isla y conocen gente que puede ayudar en el rescate de los náufragos”; informó en otro telegrama el gobernador de Castro al Intendente de la provincia.
Cuando los expedicionarios llegaron al lugar, entre los restos del naufragio que el mar había arrojado a la playa, encontraron algunas hojas del diario de navegación donde se decía que este buque había salido del puerto Talbot, en Inglaterra, con destino a Mejillones, en el norte de Chile, pero se ignora si iba o regresaba al puerto de su destino. “Parece haber varado un buque fantasma, no hay indicios de la tripulación y por los indicios que se observan a bordo, se puede creer que el buque ha sido abandonado antes de llegar a tierra. Los botes fueron echados al agua, los cabos de los aparejos y de los pescantes así lo demuestran”, escribió siete días después el redactor de La Voz de Castro, y agregó, “Es enteramente imposible salvar el buque por la situación en que se encuentra, está sobre las rocas, en las rompientes, y ya principia a desarmarse. La obra muerta se ha despedazado y las olas que rompen en las escotillas han destrozado gran parte de la cubierta. El mar está echando a la playa el equipaje de los tripulantes y otros objetos del buque”; después el redactor de la noticia imaginaba, “sin duda una tempestad fuerte lo sorprendió en alta mar, y encontrándose en peligro de perecer, resolvieron sus tripulantes abandonar el barco antes de ser lanzados a tierra. Sin embargo, hay algo misterioso en este naufragio”; y se preguntaba, ¿por qué el capitán al abandonar su buque no llevó consigo el diario de navegación, que es un elemento de tanta importancia para justificar su abandono?
Después de inspeccionar el buque siniestrado la expedición decidió seguir por la costa hacia el sur con la certeza de que si la tripulación se embarcó en los botes salvavidas era seguro que habían llegado a algún lugar de la isla si las corrientes y el viento no los hubieran empujado hasta las islas Guaitecas; después de tres días de caminar por la costa, a cinco leguas de Pirulil, en la playa de Catiao encuentran dos botes salvavidas con sus aparejos y remos, por los rastros deducen que los sobrevivientes se han internado en la montaña abriendo una senda para ir con dirección al oriente de la isla grande.
En la playa de Catiao encuentran una sepultura con los cadáveres del contramaestre y un marinero que fallecieron cuando, tratando de llegar a la playa, se volcó el bote en que transportaban los víveres rescatados del buque. También se encontró una tabla escrita con los nombres de nueve tripulantes. Se creyó eran los que se habían salvado, pero después se supo que eran quienes habían fallecido durante el naufragio.
Mientras el señor Roberto Andrade regresaba a Cucao, los señores Christie y Kamann guiados por Vera y otros habitantes de Cucao decidieron seguir la senda que los naufragios habían trazado en el monte. Anduvieron tres días abriéndose camino por entre enrevesados varales de tepú, hundiéndose en los hualves, vadeando pantanos buscando algún rastro que permitiera saber que camino habían seguido los sobrevivientes. Cuando la resaca del desanimo se le empozaba en el alma y pensaban abandonar la búsqueda porque tanto esfuerzo no valía la pena si la tragedia de esa gente era consecuencia del odio de Dios, pero cuando estaban preparando el regreso escucharon voces, dispararon un tiro de fusil, y al rato escucharon un disparo como respuesta.
A las tres de la tarde, en las cercanías del lago Tepuhueico, encontraron a los marinos del Cannowie, agotados, sin fuerzas ni alimentos, desorientados. Grande fue su alegría cuando don Juan Christie les habló en inglés. Sin los auxilios que les llevaron los rescatistas los sobrevivientes del naufragio hubiera perecido en pocos días porque ya carecían de víveres y se encontraban extenuados de andar vagando sin rumbo por la montaña, sin llegar a ninguna parte. Estaban desesperados por no poder salir de aquella espesa selva en que se encontraban desorientados, sin saber qué dirección seguir en su afán de cruzar la isla de costa a costa
Al día siguiente, después de doce días de andar perdidos en la selva, comenzaron a desandar lo que con tanto inútil esfuerzo habían recorrido creyendo que era posible cruzar la isla desde oeste a este; demoraron tres días en llegar, otra vez, a la playa de Catiao, luego de un breve descanso siguen por la costa sorprendidos por la escasa dificultad del recorrido y lo tan equivocado de su decisión de adentrarse en la montaña; caminaban a paso lento por lo exhaustos que estaban. Atardecía cuando en Rahue vieron al Cannowie ya sin mástiles, destruido por la fuerza de la rompiente. Al otro día llegan a la aldea de Cucao donde los habitantes los esperaban con café y tortillas al rescoldo. Al día siguiente se embarcan en dos chalupones para irse a Huillinco y después caminar hasta Chonchi.
Era miércoles cuando iban bajando por Notuco y vieron que, a la entrada de Chonchi, correctamente formados, los esperaban los bomberos, y la gente salió de sus casas a encontrar a los sobrevivientes. Pasaron emocionados entre los alumnos de las escuelas que los saludaban con banderas chilenas. “Los 22 sobrevivientes fueron alojados en el único hotel del pueblo, donde por la abundante comida y por las cariñosas atenciones de los vecinos, muchos se han recuperado completamente y no demuestran haber soportado tantas penurias después de doce días de andar perdidos en la montaña”, informó el periódico La Voz de Castro.
El día cuando debieron embarcarse para irse a Castro durante el trayecto desde el hotel al embarcadero fueron acompañados por las autoridades de la ciudad y todo el pueblo salió a despedirlos, mientras bajaban por calle Centenario, los marineros ingleses manifestaron su gratitud gritando vivas a Chile y entonando canciones de su natal Inglaterra. Esa tarde del 27 de octubre llegan a Castro, vestidos con harapos y descalzos. Los vecinos les dieron pantalones, camisas y zapatos. Además, se inició una colecta para reunir dinero que se les repartió para los gastos que necesitaran hacer mientras esperaban la llegada del vapor “Cautín” de la Compañía Sud Americana que los llevaría a Valparaíso de allí seguir viaje a Inglaterra. Antes de embarcarse el capitán y los tripulantes del Cannowie declararon en el juzgado sobre las causa del naufragio y lo mismo hicieron en la gobernación marítima.

Territorio Cultural: Luis Mansilla Pérez