
Parece que los días en los que teníamos que escribir ensayos solicitados por docentes van camino al abismo. Hoy: puedo ingresar a un chat inteligente como ChatGPT y preguntarle, por ejemplo: “¿Cómo fue el proceso de independencia de Chile?”. Y en unos segundos obtenemos un texto convincente y bien escrito sobre el tema. O incluso podríamos añadir más información: “Recuerda escribir en primera persona y utilizar un lenguaje comprensible para un niño”. De esta manera, mejora la calidad de la respuesta. Gratos desafíos tienen ahora los educadores.
Permítame tomar un breve desvío para reflexionar sobre la importancia de la escritura.
Desde niño me ha gustado escribir porque me hace sentir libre. Escribir nos permite llenar la brecha entre lo que pensamos y lo que verbalizamos, que si no es cubierta puede producir problemas psicológicos asociados a las emociones. Además, la escritura puede ser vista como una ayuda a la autorreflexión, tanto para ordenar nuestras ideas como para conocernos mejor.
Para presentarle el valor de la escritura, acompáñeme a la bella Lisboa, capital de Portugal, aquella ciudad que si subimos al elevador de Santa Justa se puede vislumbrar su panorámica: afirmados en la baranda, vemos desde extremo sur hasta el norte el Río Tajo, y si nos giramos encontramos la plaza del Comercio y en lo alto el castillo de San Jorge. Este fue el lugar en el que, a principios del siglo XX, no era extraño encontrarse por las cafeterías a un solitario trabajador, independiente, que gracias a su excelso dominio del inglés podía realizar traducciones de textos que iban desde Shakespeare hasta Edgar Allan Poe. Fernando Pessoa se llamaba. Y fue uno de los grandes poetas del siglo XX. Pero vivió atormentado por su propia existencia. Se cuestionó si acaso valía la pena vivir en este mundo, si acaso tenía sentido buscar la verdad, o si acaso nada más teníamos que dejarnos llevar por las aguas tormentosas de la vida sin poder controlar nuestro destino.
Pessoa eligió escribir antes que vivir. Y aunque no gozó de fama en vida, pues murió cuando tenía publicado un solo libro en portugués, dejó un baúl con cientos de escritos que reflejan la vida de una mente inquieta que, gracia —o por desgracia— de la escritura, encontró su trascendencia, salvándose de la vida y logrando ser inmortal a través de sus escritos.[1]
La escritura nos define como humanos. Y en vez de disminuirla podemos fortalecerla con herramientas como ChatGPT. Ejemplos de un uso correcto consisten en que los estudiantes busquen errores y propongan mejoras a una respuesta (ejemplo: sobre la independencia de Chile), o que comenten oralmente qué opinan de tal respuesta, o usarla como asistentes para mejorar su escritura, a saber, “Este es mi texto: […] dame sugerencias para mejorarlo”.
Vaughan Connolly, académico de la Universidad de Cambridge dijo que, para los docentes, la aparición de los chats inteligentes va a ser tan transformador como la llegada de Google en 1998. Es labor de los educadores estar preparados. No dándole la espalda a los chats inteligentes ni a la escritura, sino incorporando estas tecnologías a su trabajo para lograr la meta de todo educador: enseñarle a pensar a sus estudiantes.
La escritura es una forma de sobrellevar la vida. Y como decía Pessoa: “La literatura, como todo arte, es la confesión de que la vida no basta”. Añado: la tecnología tampoco basta.
[1] Le recomiendo leer el Libro del desasosiego.