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Ética en la gestión Pública

Una Columna de Opinión de Yoanna Francisca Morales Aguilar, Magíster Políticas Públicas / Mediadora Familiar.

Sin lugar a dudas, uno de los reclamos de la sociedad tanto a nivel nacional como internacional, es la atención que ésta debe recibir de su gobierno. Dicha atención se manifiesta a través de la satisfacción de las demandas de la comunidad, así como de una mayor expectativa en el nivel de vida de los ciudadanos. Bien sabemos, que ni los gobiernos ni las administraciones públicas han logrado cumplir con tales exigencias. Ya sea en países con economías débiles y carencia de recursos como en aquéllos con crecimiento económico y superávit financiero, existen una serie de vicios, actitudes antiéticas o antivalores en el seno de sus instituciones públicas que impiden que se opere con la máxima eficiencia anhelada y se alcancen por tanto los resultados deseados, aún en los escenarios más realistas. Las continuas demandas insatisfechas han generado que las demandas de los ciudadanos hayan colapsado la capacidad de respuesta de los gobiernos y que las instituciones públicas sean observadas como ineficaces e ineficientes, lo que a su vez genera que la ciudadanía pierda la confianza en su gobierno.

No podemos desconocer que, modificaciones en la operación de los organismos públicos, apoyada en técnicas e innovaciones hacia una mayor eficiencia y responsabilidad, tendrá mayor posibilidad de éxito si se acompaña de principios y valores éticos.

Bien sabemos que, al ser las instituciones de carácter público, es importante contar con personal íntegro por lo que la ética es vital pues tiene un impacto activo en el personal que a su vez se manifiesta en eficacia, eficiencia y desarrollo de los organismos públicos. La integridad en el ser humano orienta la conducta al tiempo que permite actuar de acuerdo a valores. Los seres humanos necesitamos de una guía interna que nos permita regular nuestras decisiones. Así, la educación es formación ética, y más allá del nivel educativo que tengamos o la jerarquía que se ocupe dentro de una organización, la escala de valores que tengamos fluirá en todas las áreas de nuestra vida y no sólo en la profesional.

Estas áreas de nuestra vida están interconectadas. Resultaría incongruente considerar que uno puede tener un desempeño aceptable en el trabajo, si la vida personal está dañada, o viceversa. Los seres humanos somos seres integrales por lo que, si deseamos optimizar el rendimiento de las personas y vincularlas de manera efectiva con la organización a la que pertenecen, es absolutamente necesario contemplar todas las áreas de la vida de la persona que en definitiva son las que determinarán su comportamiento y sus decisiones.

Los servidores públicos, entendiendo por éstos a aquellas personas que ocupan un cargo público y sirven al Estado (políticos, funcionarios y todos los que prestan sus servicios en las instituciones públicas), deben mantener un comportamiento íntegro al ocupar un cargo. Cuando este personal posee probidad ejecuta cada acción con fundamento en la recta razón y acompañándose de una escala de valores. Quienes sirven a la comunidad política trabajando bajo los elevados principios contribuyen, como señalamos anteriormente, a una mejor eficiencia en la operación de las instituciones públicas en todos sus aspectos. A su vez, el adecuado funcionamiento de las instituciones genera buenos resultados en las tareas o deberes públicos. Los buenos resultados son un factor clave para que los ciudadanos otorguen confianza a su gobierno.

Para reflexionar sobre la integridad de los servidores públicos es necesario contar con la ética, al ser esta disciplina la responsable de mostrar los valores necesarios para lograr una conducta adecuada. En el momento en que la ética es aplicada al ámbito público pasa a denominarse “ética pública” o “ética para la política y la administración pública”. La ética aplicada a la función pública es de vital importancia porque tiene como eje central la idea de servicio, es decir, las tareas y actividades que realizan los servidores públicos están orientadas a la satisfacción de la pluralidad de intereses de los miembros de la comunidad política. Es además un poderoso mecanismo de control de las arbitrariedades y antivalores practicados en el uso del poder público. Es un factor esencial para la creación y el mantenimiento de la confianza en la administración y sus instituciones. Además, es un instrumento clave para elevar la calidad de la política y la gestión pública gracias a la conducta honesta, eficiente e íntegra de los servidores públicos. La excelencia de los asuntos de la gestión pública se podrá alcanzar si se cuenta con servidores públicos con sólidos criterios de conducta ética.

Si una persona desea ser parte de la función pública debe tener conciencia de que el servicio público se define como la acción del gobierno para satisfacer las demandas y necesidades de las personas que integran el Estado. El servidor público se debe a su comunidad, su sueldo es pagado por la sociedad y por cuanto tiene una responsabilidad y un compromiso con ella. Los políticos junto con su equipo de funcionarios y técnicos, tienen la responsabilidad de dirigir los asuntos públicos y resolverlos. Para eso se propusieron los políticos siendo candidatos. Por eso son gobierno. Para eso sirven los gobiernos. Por su parte, los funcionarios y equipo técnico, al trabajar para los políticos y ser los operadores de las instituciones públicas, se convierten en corresponsables en la función de gobierno. El político y el funcionario público no deben olvidar que están para servir a la comunidad y no para servirse de ella.

El aumento de los valores éticos en los servidores públicos permite concienciar en responsabilidad y compromiso generando así una mayor excelencia en la calidad y gestión de los intereses colectivos. El comportamiento correcto de los gobernantes es una condición para que exista una eficiente administración a la vez un buen Gobierno. Si bien, históricamente, la ética ha estado presente en los asuntos de gobierno desde las antiguas civilizaciones, en los últimos tiempos se ha descuidado u omitido deliberadamente su participación en la función pública al ser un dique u obstáculo para aquellos que anhelan el poder, pero no poseen valores ni virtudes, requisito previo para ocupar un cargo. Cuando en el área pública los valores se ausentan o se comienzan a diluir, las conductas dañinas hacen su aparición. Si bien en la teoría política, así como en la historia del pensamiento político es posible encontrar los fundamentos que dan origen a la relación entre ética y política, así como las directrices para aplicarla y hacerla operativa, es importante señalar que en la sociedad contemporánea investigar, hablar y escribir sobre ética y hacerlo además para referirse a la política y a las administraciones públicas puede resultar una tarea un tanto compleja y a veces incomprendida. Cuando se discute sobre la importancia de fomentar la ética en el campo de la política y el gobierno generalmente las reacciones en los interlocutores son de dos tipos: por un lado, existe una actitud de rechazo inmediato en ocasiones acompañada de ironía, porque se considera que es de ingenuos pensar que en el mundo de la política, infectado por la mentira y la corrupción, pueda existir algún espacio para la ética; por otro lado, existe una postura más sensata, más prudente, que considera que la propuesta ética para los servidores públicos en estos tiempos es un acto de valor, un desafío, incluso es vista como un acto temerario, pero en cualquier caso, necesario e importante.

La ética pública implica necesariamente una relación con la política por lo que su campo de acción no se limita únicamente a los funcionarios públicos. Un Buen Gobierno, para ser considerado como tal, requiere no sólo funcionarios responsables sino también políticos responsables, puesto que son éstos quienes gozan del máximo margen de autonomía en las decisiones y, de estas decisiones, depende a su vez la actuación de los funcionarios. Cualquier gobierno estará legitimado si defiende y aplica una verdadera ética pública en virtud de que ésta conlleva responsabilidad, espíritu de servicio, así como atención, equidad y justicia para el ciudadano. Para contar con buenos gobiernos se requiere primero contar con individuos buenos. Es aquí donde entra la ética al formar o mejorar a las personas. Con sólo realizar una acción buena o hacerla bien, los servidores públicos ya están cumpliendo con los preceptos éticos, sin embargo, esta premisa por sencilla que parezca, es difícil de alcanzar, como lo demuestran muchas de las conductas indebidas que se practican a diario.

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