FOGÓN CULTURAL

AUMEN. A UN PASO DEL CINCUENTENARIO (46) ENCUENTRO DE 1988: TALLERES LITERARIOS

Casi medio centenar de escritores participó en este encuentro que reunió a poetas y narradores llegados desde Arica (Carlos Amador Marchant) a Quellón (Mauricio Jara Westermeier), sin faltar los representantes de Santiago, Temuco, Valdivia, Osorno, Puerto Montt, Ancud y Achao, y, además, conseguimos juntar poetas de por lo menos tres generaciones.

Los mayores fueron Miguel Arteche, Armando Uribe Arce y Floridor Pérez. De los presentes en 1978, llegaron Víctor Caico, Sonia Caicheo, Iván Carrasco, Mario Contreras, Óscar Galindo, Pedro Guillermo Jara, Ramón Mansilla, Sergio Mansilla, Nelson Navarro Cendoya, Jorge Torres, Gabriel Venegas y el autor de este artículo. A estos se unieron Eduardo Castro, César Díaz-Cid, Mario García, Jeannette Hueitra, Carlos Amador Marchant, Jaime Márquez, José María Memet, David Miralles, Rosabetty Muñoz, Waleska Pino, Clemente Riedemann, José Teiguel, Nelson Torres, Nelson Vásquez y Aldo Villarroel, a los que se sumó un numeroso grupo de jovencísimos poetas de entre 19 y 16 años, de los talleres de Castro y Achao, base de un esperanzador futuro para la poesía que se escribía en el archipiélago. Entre ellos, Luis Alderete, Ana María González, María Angélica y María Cristina Mansilla, Marcelo Ruiz, Guido Sánchez, Miriam Torres, Marietta Uribe, Jorge Velásquez y Rodrigo Vivar.         

Se reunió casi medio centenar de poetas desde Arica (extremo norte) hasta Quellón (ubicado a 98 kilómetros al sur de Castro). La crítica académica estuvo representada por Iván Carrasco de la Universidad Austral, Gabriel Venegas, del Instituto Profesional de Osorno, y Soledad Bianchi de la Universidad de Chile.

El intenso horario de actividades se iniciaba a las diez de la mañana y se prolongaba hasta eso de las diez de la noche, sin contar las reuniones, tertulias y discusiones fuera de programa… La estructura del encuentro fue distinta a la de una década antes puesto que la situación política -aunque todavía en dictadura- era bastante distinta y porque contábamos con mucha más experiencia. Además, ahora la gente no tenía miedo de asistir a un encuentro de escritores, ni temor a que lo que allí se dijera pudiera comprometerlos. Los poetas tampoco temían que se comentara fuera de las salas lo que allí se dijera. De modo que todas las reuniones fueron abiertas y contaron con una audiencia interesada los debates y las lecturas. Se grabaron más de veinte horas de paneles de discusión, talleres literarios y recitales en audiocassettes. El interés de la comunidad y la necesidad de aprovechar el tiempo al máximo hizo que se realizaran hasta tres actividades paralelamente. Por otro lado, además de las actividades desarrolladas en Castro hubo otras en Achao y Quellón (coordinadas por Ramón Mansilla y Mauricio Jara, respectivamente).

Casi sin tiempo para el respiro se sucedieron conferencias, mesas redondas, recitales de poesía y cuento, y sesiones de talleres literarios. Iván Carrasco leyó una ponencia titulada «La poesía del sur de Chile», Soledad Bianchi otra, llamada «Ruptura de la tradición o tradición de la ruptura». Miguel Arteche y Floridor Pérez colmaron de inquietudes y nuevas lecciones a quienes asistieron a sus talleres. Y un enorme interés consiguió la presentación de Floridor Pérez al recital de Armando Uribe Arce, quien acababa de volver por primera vez a Chile después del golpe de estado. Fue realmente mágico el ambiente de ese recital en Casa de Retiro Estrella del Mar, en medio de una tormenta eléctrica que colaboró con un prolongado corte de luz, por lo que en un momento hubo que hacer uso de velas y linternas.

En los recitales participaron todos los poetas. Abrió el encuentro un grupo de los poetas más jóvenes de Chiloé, pertenecientes a los talleres del Liceo Ramón Freire de Achao y el Liceo Politécnico de Castro, mientras que el recital de clausura estuvo a cargo de Clemente Riedemann (Puerto Montt), Jorge Torres (Valdivia), Floridor Pérez y Miguel Arteche (Santiago), más el autor de esta nota (Castro), haciendo de moderador el profesor Iván Carrasco (Valdivia).

Por último, Soledad Bianchi, Iván Carrasco, Clemente Riedemann, José María Memet, y quien escribe estas líneas, fueron los encargados de redactar las conclusiones.

Los talleres literarios

Casi medio siglo después, cuando todo aquello se nos ha vuelto historia, es bueno apuntar a algunas de las actividades realizadas entonces, en ese encuentro sin mayor financiamiento, en el que la mayoría tuvo que pagar sus propios costos de traslado, porque así eran los tiempos y todo el mundo quería colaborar, compartir, estar presente. Gracias a esa generosidad de las y los poetas, aquellos que daban sus primeros pasos en la escritura, tuvieron la oportunidad de participar en las notables sesiones de taller literario ofrecidas por Floridor Pérez y Miguel Arteche. Para muestra, vayan algunos pasajes de las mismas.

Floridor: ¡A ver! Como cuando se abre la universidad, en la primera sesión hay que decir algo, lo primero que digo yo es que me siento bastante asustado. Ésta era la actividad que más me atraía pensando en un taller. Pero ahora que veo, yo pensaba que mi taller no iba a llegar […] En realidad, pensaba, pero ahora que me veo con la grata compañía de Soledad Bianchi, de una poetisa de Chiloé [Sonia Caicheo], de otro poeta de Chiloé [Nelson Navarro], empiezo confesando honestamente que me asusto mucho. Ya pasado ese primer impacto del susto, entremos en materia.

Esto que nosotros llamamos talleres literarios es una actividad permanente. El escritor está siempre asistiendo a un taller y el que no lo hace es mejor que se despida de esta actividad y busque otra. Yo asistí a un taller en mi modesta mesa de trabajo antes de salir. Consideré que no podía venir sin una preparación mínima. ¿En qué consistió eso? No consistió precisamente en leer a los clásicos -y no digo con esto que no haya que hacerlo-, ni con revisar un tratado de métrica -y tampoco estoy diciendo que no sea una cosa necesaria-, ni una historia de la literatura universal, ni española, ni americana. Reuní los textos de escritores de Chiloé, que es el lugar adonde yo venía, que tenía a mi disposición y los revisé con cierto detalle para ver cuánto me podían iluminar sobre su trabajo. Esto es un mínimo de honestidad que me parecía indispensable al responder una invitación así.

Ahora, cuando abrimos un sobre y nos llega el libro que acaba de publicar un amigo y lo leemos. Si lo leemos como poetas, como amantes de esto, estamos haciendo un taller porque estamos pensando por qué dijo esto, mira qué encachada esta imagen, pero esta línea yo la hubiera cortado así por esta u otra razón (de las) que vamos a hablar. Aquí hay otra metáfora o una imagen bonita, pero, de repente, a mi amigo se le juntaron dos letras “a”, y éste es un problema que afea, ¿no es cierto? El idioma tiene su genio. No es una cuestión que la hayamos inventado los poetas, el problema es que el idioma ya estaba hecho y es nuestro instrumento y nosotros tenemos que usarlo. Y de repente se encuentra uno con que un buen poeta juntó unas vocales que se hacen difíciles de pronunciar. ¡Al idioma no le gusta! ¡Vaya a saber uno y ahora ya es tarde! Es tarde para saberlo. Al idioma no le gusta, por ejemplo, que se junten dos letras “a,” y, en general, vocales. Entonces, cuando uno lee un buen poema, ¿qué hace? Marca al ladito. Dice, “esto nomás le diría a mi amigo yo.” ¿Qué [es lo que] está haciendo ahí? Está haciendo un taller literario.           

Bueno, cuando no se trata de talleres y se trata de clases, yo les digo a mis alumnos. Tiene una razón práctica tal vez, porque si ustedes dicen “compra a alguno.” “Compra a alguno.” El idioma sabe. Yo creo que para pronunciar tres vocales seguidas hay que tener mucho rato la boca abierta y puede entrarle una mosca. ¡Ésa es la explicación teórica que yo me doy!  Bueno. Pero cualquiera explicación que se den ustedes o nombres que les pongan los teóricos, cuando leemos el libro de un amigo estamos leyendo un taller literario.

Una de las cosas importantes que podemos disfrutar la gente, los invitados a este taller creo que es la presencia de Armando Uribe. Armando Uribe Arce es un poeta que influyó mucho en mi generación, en lo que llaman la generación del 60. Yo a esto prefiero llamarlo ese grupo de grupos de poetas que surge en Chile entre el Mundial del 62 y el premio Nobel de Pablo Neruda. Allí ese poeta que van a conocer -espero que haya llegado hoy día o que llegue-, Armando Uribe, fue muy importante. Él plantea con su escritura, en su palabra, en su trabajo poético, cosas que se empezaron a discutir mucho -a Soledad le consta esto, que todavía se discute- como es por ejemplo la famosa desacralización del yo. Ahí, en Armando Uribe, ya sonaba escandalosamente un yo que se reía de sí mismo, que jajajeaba de sí mismo.

¿Por qué cuento esto? Porque creo que mi primer taller literario lo tuve yo cuando era profesor rural, hará unos veinte años -poco más, poco menos- y supe que Armando Uribe iba a la Universidad de Concepción. Entonces yo partí para allá. Me matriculé exclusivamente en los cursos porque yo quería estar con él, escucharlo. ¿Qué iba a hablar? Lo que fuera no me interesaba. Iba a hablar con él.

Bueno. Asistí a sus clases, pero el verdadero taller lo tuvimos en una y otra fuente de soda, tomando té porque él no tomaba pílsener ni esas cosas, y todavía no toma, parece. Yo andaba con un libro que quería mucho. Lo cuento, creo, especialmente para ustedes que ya deben tener sus borradores debajo de la almohada, que quieren mucho, que aman. Ese libro se llamaba “Con lágrimas en los anteojos”. Yo usaba en ese tiempo anteojos. [Ese libro] era mi orgullo, mi íntimo secreto. Lo pescó Armando Uribe y lo empezó a podar por aquí y acá, a sugerir esto y el otro, a hallar congruencias e incongruencias y de ese libro sólo quedó una cosa que todavía, un día, rescataré: el título. ¡Es lo único que se salvó![1]

¡No! -me dijo él. No publiques esto. No me dijo borra esto. Porque eso sería ilegítimo, ¡uno decide! Yo puedo decir mil cosas y cualquiera puede decir mil cosas, pero ustedes van a decidir frente al texto. Pero sí me dijo, por ejemplo, “este texto me gusta, pero no tienen nada que ver con este otro.” Y uno se rasca la cabeza, “bueno, y qué importa que no tenga nada que ver.” Este va a leer la página 27 y luego llegará a la página 28. Es otra cosa. ¡Pero no es así! Los textos se van iluminando unos a otros y no se puede hacer una ensalada bajo un par de tapas, afirmada con un par de tapas de cartón.

Entonces comprendí que había un trabajo que hacer. Había un trabajo que hacer y este trabajo no podía ser de lunes a viernes, ni en un horario determinado, tenía que ser siempre.

__________________________________________________________________________________________

[1] Con lágrimas en los anteOJOS, sería publicado el año 2010 por Editorial Pfeiffer.

Taller literario de Floridor Pérez en el Encuentro de Escritores (Castro, 1988).

Leer la noticia completa

Sigue leyendo El Insular

Botón volver arriba
error: Contenido protegido