MITICA FUNDACION DE CHONCHI

He aquí una nueva crónica de aquella Historia que nunca nos contaron. Historia para no creer y cuestionar la historia de Chiloé. Mucho antes que llegaran los Andrade, los Oyarzun, los Gómez, los Álvarez, las roscas y el licor de oro, Chonchi ya estaba allí solo que nadie lo ubicaba en los mapas; hasta ese día inubicable en los calendarios cuando llegaron los sacerdotes jesuitas, que pagados por el rey con el sínodo de las misiones, vagaban por lugares cubiertos de selvas, por islas lluviosas y canales correntosos, rezando Pater Nostres y misereres, navegando a los tumbos sobre un mar encrespado de olas y abundante de monstruos, cansados de recorrer lugares identificados con nombres extraños desembarcaron en esa playa pedregosa que era Chonchi para enseñar el evangelio y los mandamientos de la verdadera religión a los indígenas que allí habitaban.
Aquel día inubicable, cantando y rezando, cargando santos y ornamentos arribaron a una playa ubicada justo al frente de donde aparece la brillante estrella del amanecer. Un lugar poblado de pincoyas y traukos con una bahía en donde sobre la anchura del mar, en noches sin luna, se aparece un iluminado galeón a robar mujeres y niños; desde aquel día, una y otra vez, cada verano, se aparecían los jesuitas a dar su misión y fueron tantas las veces que llegaron predicando el evangelio, repartiendo sacramentos y relatando vida de santos a aquellos indios que con sus familias cruzaban montes boscosos para llegar hasta esa orilla de mar, que la religión se hizo necesidad y unos cuarenta lonkos, – caciques los llamaban los españoles -, de los pueblos cercanos al lugar solicitaron que allí se funde una villa. Esa es la mítica fundación de Chonchi.
Dicen que Chonchi fue fundado el 3 de agosto de 1767 cuando en la España de los borbones gobernaba Carlos III, y un mes antes que este rey decretara la pragmática sanción que expulsó a los jesuitas de todos sus dominios. Pero mucho antes que aquello sucediera ya existía Chonchi sólo que nadie lo había nombrado en alguna historia escrita, que historia escrita no tenían ni tienen los huilliches que habitaron y habitan en aquellos parajes. Hoy sabemos que si la historia no se escribe esa historia se hace amnesia y no existe.
La primera vez que Chonchi apareció en un mapa fue en el “Catalogus Oratorium et Ministerium” de la misión circular del año 1758 cuando hasta aquel paisaje, que siglos de cambios climáticos borraron de toda memoria, llegaron 58 familias que en total eran 289 almas dispuestas a ser evangelizadas, pero extrañamente 301 personas comulgaron en esos dos días de misión donde se realizaron 10 bautizos y cuatro matrimonios, y se anotaron siete defunciones acaecidas el invierno anterior.
Así una y otra vez cada año en esa playa pedregosa desembarcaban los jesuitas con sus santos, rezos, misas, cantos, mandamientos, procesiones y todo un imaginario de cielos e infiernos hasta que atendiendo “los empeños y clamores con que pedían sacerdotes los naturales de Chonchi, ofreciendo un sitio para establecer la casa del misionero”, decidieron establecer una misión, y los indígenas, – naturales, aborígenes, indios o como quiera que los denominemos que cada gentilicio contiene distintas connotaciones y es una manera culta de invisibilizar a los huilliches -, construyeron una casa para los curas, la capilla y una escuela “todo lo cual se ha hecho graciosa y voluntariamente por los caciques y naturales de Chonchi y de sus comarcanos pueblos”, describía un documento fechado en enero de 1764, pero nada era gratis las familias estaban obligados a pagar la educación de sus hijos si no tenían dinero cancelaban con especies u otros donativos.
El 30 de marzo de 1764 se decretó la fundación de la villa de San Carlos de Chonchi en el lugar donde los jesuitas habían establecido una casa de misión adonde se trasladaron los sacerdotes Joseph García y Segismundo Güell que antes estuvieron en Kaylin, en la misión de los indios caucahues. Ahora desde Chonchi cada verano salen a buscar a los Cesares, y realizan exploraciones evangelizadoras que abarcaban desde Nahuelhuapi hasta el Estrecho de Magallanes, no encontrando más que algunas tribus de indios kawésqar a los que a veces llamaban taijataf, otras caucahues o calenches sino eran canquenes o chonques que evangelizados servían de remeros y guías para nuevas “excursiones de ir en busca de esos salvajes que viven en sucios y mal olientes toldos, diez o doce indios, toda una familia, con sus perros”.
El 15 de diciembre de 1766 el gobernador Antonio de Guill y Gonzaga informó al Consejo de Indias la fundación de una villa en un paraje que los indígenas llamaban Chonchi. Una bahía protegida de malos vientos, con un fondeadero sin corrientes traicioneras, buena calidad de sus aguas y abundancia de leña, y donde desde hacía más de tres años ya se habían establecido los jesuitas con el dinero que el rey les daba y los donativos que las comunidades indígenas hacían para solventar las necesidades de los curas que allí vivían. Un año después el virrey Manuel de Amat y Juniet escribía al principal ministro del rey Carlos III “los jesuitas se han echado de estos reinos y los he echado yo como a una tropa de ganado…”

Territorio Cultural: Luis Mancilla Pérez