FOGÓN CULTURALGUARDIÁN DEL MITO

El viento y el cuerpo 

Vide como otras veces, nada

El poeta intenta mirar. Intenta ver hondamente, acercarse a la raíz. Su esfuerzo es penetrar en un interior que es propio pero –paradojalmente – desconocido y en esa tarea va descubriendo no sólo personales misterios, sino que  devela ciertos  lugares que nos son comunes. La poesía es un adentrarse en la expectación de encontrar a otro que es también unomismo.

Para leer poesía, entonces, hay que cerrar también los ojos de la rutina, de la costumbre, de la corrección. Hay que desplegar la necesidad de comprender y aprehender en una exploración que se abre en múltiples direcciones (en la buena poesía, claro).  Así dispuesta, entonces, leo el poemario Cuerpo de Humo de Andrés Cursaro y veo cómo empieza un movimiento primero lento hasta formarse un tornado, un gigantesco viento en espiral que va arrastrando en su curso polvo, sangre, gasas, fragmentos de conversación, peticiones a santos, camas de hospital, piedras, granizo. Pareciera que el dolor es el impulso que mueve este fenómeno que arrastra un territorio. Tal como el torbellino atmosférico, este particular remolino de palabras, tiene un pie asentado en la tierra concreta  y el superior con ese espacio innombrable donde se sitúa el aliento poético.

El poemario de Andrés Cursaro, es una sucesión de imágenes que trabaja por acumulación circular. Va sumando restos en su paso por el territorio nada amable y – por lo tanto – va adquiriendo mayor fuerza  a medida que avanza la lectura. Como actúa la vida misma – volviendo una y otra vez sobre sí misma, en un movimiento circular pausado, aquí parece ser la aceleración de los acontecimientos desatados a partir del dolor del cuerpo, de la cercanía de la muerte que desata el  crudo y agresivo movimiento  donde los elementos parecen hacer causa común con el tiempo breve de esta vida en suspenso.

no hemos hecho otra cosa que viajar en círculo/ fuimos/ volvimos/ regresamos para volver a irnos/ en la noche no hay luz que guíe/ ni plantita que marque ruta/ vamos en círculo/ y de tanto ir/ pisamos talones/ no hemos hecho otra cosa/ en esta luna cascoteada/ que dibujar un viaje/ un círculo en el que atravesamos ratas o víboras/ aquella lengua de agua hervida/ circulamos un viaje de ida y vuelta/ de pasado a pasado/ pisamos talones/ manchas de sangre/ mierda de yegua preñada/ antiguos cuerpos tirados en hospicios/ no hemos hecho otra cosa que viajar en círculo/ sin hallar lo que tanto perdimos.

Nada es tan devastador como el viento. Se revisan las intenciones, los abandonos, la indiferencia ante el dolor; se revisan las posesiones, hasta el santo nacional del territorio es nombrado y puesto sobre el tapete en tanto se duda de su capacidad para oír los ruegos, para corregir el destino implacable. El viento y el dolor entonces, ambas fuerzas convocadas para alimentar esta columna de imágenes que van arrasando las páginas.

Y está también el cuerpo como eje, ojo ciego escondido en el tornado. Un cuerpo que se nombra: Ilario. Ponerle nombre, cama y pasillo hace más cercano a este hombre que está inerme ante la muerte. Este hombre herido cuya condición de víctima, viene a concentrar las señales que ya decían el destino oscuro: ese paisaje arisco. La memoria lo elige para concentrar la indefensión.

Los fenómenos naturales no son en sí mismos catastróficos (en el sentido de perder el curso de los astros) son parte de un diseño que – al parecer –  nos hiere y nos expulsa. El exterior y el interior se funden como las imágenes veladas por la lluvia.          

Existe tierra más allá

existe tierra más allá/ dicen que más allá existe esa tierra que vuela/ y un viento que sopla inverso/ dicen también que un mar golpea fierros oxidados/ que lleva más de lo que trae/ hablan del agua salada/ de cerros comiendo casas/ existe tierra más allá destos frutales de piedra/ verán tus ojos todo aquello y será gris/ esa tierra que existe gris lo que vean tus ojos.

Nos queda bien la historia del paraíso perdido para nombrar el deseo de un espacio que nos libere de la angustia de la mortalidad, es inútil rastrear hacia atrás desde cuándo el hombre ha soñado con ese lugar idílico pero sabemos que hay lugares que son mirados con hambre incluso por el hombre contemporáneo. A veces es una isla, como Chiloé donde vivo. Muchas veces es la Patagonia cargada de ilusiones, de espacios ilimitados, sin fronteras. Hay otra tierra dicen  parte el poema de Andrés Cursaro. ¿Y qué pasa cuando uno vive en el territorio del sueño de otros? ¿Qué se hace con el olor a muerte y el abandono y el viento que ulula a todas horas aunque a veces no lo escuchemos?

Beber de  El pozo de la angustiaseguro – y antes de dispersarse por completo, sostener la mirada, escudriñar en el torbellino para rescatar estos fragmentos, imágenes y dejarlas  colgando en la página para que nosotros también sintamos el tamaño del abandono.

Nota: Nos visitan poetas trasandinos, ya como tradición en estas fechas. Aparecen, traen poesía y amistad, entre otros libros, éste del querido poeta Andrés Cursaro con las palabras que escribí por el libro hace un tiempo. Búsquenlo, léanlo.

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