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LA SECRETA HISTORIA DE LA FUNDACIÓN DE CASTRO

La historia de Chiloé abunda en pequeñas historias asombrosas, en ocasiones historias crueles, y esta es una de ellas. Una historia que trata de la fundación, si no hago mal las cuentas, de la tercera ciudad más antigua de Chile si consideramos sólo aquellas que no han dejado de estar pobladas desde su fundación.

La fundación de Castro ocurrió porque los indios de Osorno y Valdivia hastiados de trabajar en lavaderos de oro le dijeron a los españoles; más al sur hay una isla donde el oro se recoge en las playas, abunda más que en Ponzuelos y Madre de Dios. Allí abunda tanto que lo encuentran en el buche de las gallinas que comen pepitas de oro como si fueran semillas, y los españoles que escucharon esto se lo dijeron a García Hurtado de Mendoza que no llegó más allá del canal de Chacao, y a su regreso conto el secreto a Rodrigo de Quiroga que cuando fue capitán general del Reyno mandó a Martin Ruiz de Gamboa ir a poblar aquellas islas que los indios llamaban “Chilue”; cuenta Alonso de Góngora y Marmolejo que anduvo en aquella expedición. “En pocos días hasta la ciudad de Osorno acudieron, de muchas partes, soldados. Se juntaron 110 hombres, mientras en Valdivia se preparaba un navío para llevar bastimentos y cosas pesadas por la mar. Irían a poblar una nueva provincia, y todos los que quisieron ir embarcaron sus ropas y demás cosas que tenían quedando ellos a la ligera”. Los que tenían cargaron sus arcabuces otros llevaron mosquetes, y las horquillas para sostener la puntería cuando efectuaban el tiro, otros llevaron sus alabardas y picas, todos con sus espadas, morrión y peto, y quien pudo llevó sus indios de cargadores, y antes que terminara el verano se fueron con Martín Ruiz de Gamboa.

Los indios que vivían a orilla del desaguadero, por orden de sus encomenderos, le ayudaron a pasar caballos y soldados por un brazo de mar que divide la tierra firme de Osorno de la isla de Chiloé. “Por este desaguadero corre la mar en sus menguantes y crecientes con más braveza que un rio, y es necesario conocer el tiempo de las mareas porque muchas veces se ha visto perder los caballos y meter la corriente a los cristianos dentro en la mar grande”. Los indios reunieron cincuenta piraguas que “en su lengua llaman dalcas”. En estas piraguas Martin Ruiz y los hombres de su expedición “en cuatro días cruzaron el Canal de Chacao llevando 300 caballos a nado por la mar adelante hasta llegar a la otra costa, una distancia de una legua castellana”. (5.572 metros).

Una cantidad de caballos exagerada por lo inútil de poder úsalos en la boscosa ruta que en la selva abrieron desde Osorno hasta el canal, y los indios auxiliares eran quienes cargaban bastimentos, armas y municiones. Tantos caballos también fueron inútiles en Chiloé donde “encontraron que no había camino por lo cerrado del monte y Ruiz de Gamboa decidió ir por la costa”. Anduvieron ocho días por playas pedregosas cuando lo permitían las mareas o cruzando por “desechos”, que abrían por los montes. En Tenaún dejó parte de los expedicionarios “con orden de caminar detrás de él y pasó adelante con treinta soldados a caballo para ver si había un lugar conveniente donde establecerse y desde allí buscar sitio para poblar, pues se hallaba en mitad de la isla que era bien poblada”. Marmolejo dice que Ruiz de Gamboa encontró un lugar parecido al Edén que “pobló junto a la mar, ribera de un río, rodeado de hermosas fuentes de muy buena agua y hermosa campaña, abundantemente regalada de muchas pesquerías de toda suerte de pescados”. Se hizo fundación en febrero de 1567, a la ciudad puso por nombre Castro y a la provincia Nueva Galicia. Luego se informó de los indios y tomó por memoria, o sea calculó, los naturales que podía dar a los soldados que con el habían; nombra el Ayuntamiento, reparte los solares y puesta la horca; “se embarca en el navío y anduvo navegando por el archipiélago que es de muchas islas, y conociendo todas ellas, echó en tierra al capitán Antonio de Lastur para que llamase de paz a los caciques principales (lonkos) de una isla grande llamada Quinchao. El capitán Lastur los trajo a dar obediencia en nombre del Rey delante del general Ruiz de Gamboa”, quien antes de regresar al continente nombró de capitán y justicia mayor de la ciudad recién fundada a Alonso Benítez que era su maestre de campo y encomendero en Osorno; entonces; “fue nombrando encomenderos, señalando a cada uno su repartimiento de indios tributarios, que sería por todos veinte mil. Esta distribución la hizo en un papel secretamente, el cual dejó cerrado y sellado; y a Benítez le dejó orden que tuviese a su cargo toda la nueva provincia y mandase a visitar los pueblos que había repartido. Le mandó que si en los repartimientos que había hecho hubiese alguna parte incierta, lo remediase con la mejor orden posible; no permitiendo se hiciese agravio alguno entre los españoles”. Los indios no importaban, ni ellos sabían que comenzaron a ser súbditos del rey Felipe II.

“Por ser mitad del invierno y porque en aquella tierra suele haber horrorosos temporales de norte y ningún navío puede navegar”, Martin Ruiz de Gamboa se fue por tierra para Concepción donde estaba el gobernador de Chile a darle cuenta de lo que había poblado. Pasado el invierno el capitán Diego Mazo de Alderete, corregidor de Castro, queriendo continuar el descubrimiento de aquel territorio; “con nueve españoles en un bergantín se fue por un brazo de mar y vino a dar en la anchura del archipiélago donde halló más de 1500 islas, muchas de ellas muy pobladas”. Eran los archipiélagos de Guaitecas y Chonos “donde halló gran cantidad de piraguas hechas de tablas cocidas con corteza de árboles y calafateadas con yerba molida, y de esas islas acudieron muchos indios queriendo matar a los que en el bergantín estaban pero les salió tan al revés que los mismos agresores tiñeron esa anchura de mar con su sangre por arrojarse sin orden ni concierto y por tener los españoles dos pedreros, cuatro arcabuces y tres alabardas, cada uno sus espadas y también las flechas de los indios de su compañía. Aunque los contrarios arrojaban gran cantidad de dardos y piedras, y peleaban con lanzas y macanas no pudieron hacer daño. En las piraguas se veían indios muertos a arcabuzazos, otros de alabardazos, otros de golpe de espada, otros muertos de flechas. Muchos flotaban en el agua con las cabezas magulladas y los sesos molidos de los tiros de piedras”.

Los nueve españoles del bergantín y los indios que les ayudaban volvieron al cabo de dos meses sin haber hecho otra cosa que descubrir islas y derramar sangre; y los españoles habitaron la nueva ciudad y los indios comenzaron a morir en los lavaderos oro y obligados a pagar un tributo fueron esclavizados en las encomiendas.

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