AUMEN. A UN PASO DEL CINCUENTENARIO (41) MÁS COLOANE y MARTÍN EN O’HIGGINS 756

Casi cuarenta años después de aquel encuentro con Francisco Coloane y Martín Cerda en casa de mi padre, todo lo concerniente a ese hecho se vuelve más grande, más trascendente, en cierto modo, histórico. Martín falleció en 1991, don Pancho en 2002, y hasta el lugar donde ocurrió el encuentro, que era la casa a la que llegaban todos los escritores, desapareció también en la década de 1990. Pero don Pancho y Martín persisten, más vivos que nunca en sus libros que, espero esta nota, incentive a otros a volver a leerlos si no a descubrirlos.
Es sabido que Aumen se centraba principalmente en la poesía, pero siempre estaba abierto a las demás expresiones de la literatura y el arte. La muchachada tenía la obligación de conocer el mundo del mismo modo que su propio mundo. Con ese pensamiento, llevo a estos dos escritores por diversos temas que nos permiten conocerlos mejor, como en una conversación en la que participamos todos, ahora mismo.
Trujillo: Martín, qué nos dices tú respecto a lo que es el escritor, la función del escritor, la relación escritor-lector.
Martín Cerda: También es el género, ah. El género que yo escogí, el ensayo, es tal vez, el género más para ser escritor entre escritores. Porque uno siempre está haciendo el ensayo sobre otro libro, sobre otro escritor o sobre hechos que ya vienen valorados, interpretados. Pero a medida que uno avanza y a medida que también se le va complicando la vida, uno se va dando cuenta de que en verdad es factible hacer un ensayo más vivenciado en la realidad. Porque, quiéralo o no, uno siempre está interpretando a través de su experiencia la realidad, lo que los demás escritores que uno lee, comenta o interpreta, y lo hace a partir de su propia realidad, de sus propios problemas, de sus propios conflictos. No hay lectura neutra.
Ahora, el lector es fundamental. Para mí, por ejemplo, el interés de los talleres literarios es que uno en el taller encuentra un primer público y un público que participa y muchas veces interviene abusivamente sobre el texto que se le somete a su lectura. Pero es en base a ese diálogo que uno va corrigiendo su propio texto. Para buscar la mejor recepción posible uno tiene que ir viendo primero cómo está siendo recibido el texto y ahí lo va sintonizando. Y eso es importante, donde la relación del escritor con el lector está siempre dirigida más al texto y no en base a la conversación, lo que ocurre en las comunidades más pequeñas donde tú tienes un trato directo con el escritor que vive en ellas. Y muchas veces no leen los textos de un autor porque dicen: para qué voy a leer a este gallo si converso todos los días con él, en la esquina, en la farmacia. Eso ocurre muchas veces. Entonces, en el fondo, el escritor es sus textos, pero también es el ser humano que los escribe. Al contrario, en una gran ciudad, el hombre desaparece, queda el texto; [mientras que] en una ciudad pequeña muchas veces desaparece el texto, se sabe que existen los textos, y lo que ven es al hombre que los escribe.
El mito se genera, justamente, con este hombre que está al tanto, se imaginan que Pancho Coloane es mítico en la medida que están sus textos pero normalmente nadie lo tiene a mano todos los días, siendo uno de los escritores más conocidos y más fáciles de llegar a él. Se ha formado un mito de él. Siempre uno piensa que anda embarcado en el Caleuche o en otro barco fantasma, pero uno se lo encuentra en la calle. Pero mi impresión es que, ¡no sé, ah!, no estoy diciendo que en lo que yo hago, pero lo que sueño es en una literatura que parta de una comunidad que sea necesaria, tal vez haya una cosa utópica, pero sin utopía no hay vida porque estamos cayendo en una cultura demasiado “libro de citas”. Y ésta es una autocrítica, uno va tejiendo un texto en que hay muchas voces anteriores que se entreglosan, un texto muy complicado y que obviamente a la mitad de los lectores no les gusta porque es tan impenetrable. Se necesita tener el genio de Borges, tal vez, para poder hacer esos juegos sin que se le caiga el libro de las manos a los lectores. Porque la relación siempre se establece en base a una experiencia común y la experiencia común es la comunidad. No sé si estará respondido.
Trujillo: Conociendo el temperamento del chilote, del muchacho o el niño recién salido de una escuela de campo -que es el que yo enfrento en este momento en el colegio donde trabajo-, ve que los libros de los colegios, los libros con las materias a estudiar, siempre llegan desde afuera. Como todo llega desde afuera, les parece que lo que hay aquí en Chiloé no es cultura y, sin embargo, tenemos aquí a Francisco Coloane, un representante grande de la literatura chilena. Por lo mismo, me gustaría que nos hablara un poco de esta concepción que a veces tiene el chico, no por una mala formación sino que por la misma timidez que le hace tomar con muy poca importancia lo que posee.
Coloane: Mi experiencia con los niños ha sido muy singular. Yo he visto los mejores pintores en los niños y niñas de diez años. Hace poco estuvo en mi casa, una casita que tengo en la costa, en Quintero, una madre con su hijita de diez años que pintaba extraordinariamente, palomas sobre todo, cosas así, de pájaros. Peces no conocía, pero me regaló a mí una pintura media azul, otro medio así. Yo le dije, dedícamelo; yo quiero tu firma (ella se llama Sofía, le dicen Sofi). Entonces me lo regaló con una dedicatoria: “A don Pancho. El mar es la chaqueta de la tierra”, y firmó Sofi. Yo tengo ese cuadrito en una pared debajo de una cabeza de ciervo y he pensado siempre que Neruda nunca hizo esa imagen y ella no conocía bien el mar. Por primera vez lo conocía y su impresión que “el mar sea la chaqueta de la tierra” me pareció una intuición, a sus diez años, de una verdad tan grande, que tres cuartas partes de nuestro planeta es el mar y a veces esa chaqueta se le sube, se le baja, y es más chica con los temporales, las mareas. A mí me parece que esa niña hizo una imagen genial que no la había encontrado en ningún poeta ni en ningún escritor en Chile todavía.
Pienso que los niños nuestros, sobre todo los de Quemchi, la zona mía, donde las mareas en esta época de luna llena son hasta de siete metros. Yo me crie viendo a la tierra mía quitándose la chaqueta en las cuatro mareas que hay en el día y subiéndosela y viendo en la baja marea totalmente desnudo el lecho del mar, viendo las pinucas, las holoturias, las estrellas de mar, los soles de mar y toda la maravillosa fantasía de la naturaleza, del mar, y bueno, cuando sale la luna detrás de la isla de Caucahué. Por ejemplo, yo no tenía noción de dónde salía la luna, pero yo creía que salía detrás de la isla de Caucahué. Se ponía el sol en el otro cerro, al frente, pero tenía esa visión cósmica que si hubiera sido poeta me serviría hoy día para escribir poemas o interpretarlos como el genio de Neruda cuando sobre las algas del mar dice: “manos de ahogados” que son los tallos de los huiros, del cochayuyo; “la cabellera muerta de la ola”, eso lo puede ver cualquiera yendo a Cucao, en Chiloé, y ver esas tremendas algas como una cabellera, y en realidad, ya está muerta porque la llevó la ola, la dejó ahí. Y esa imagen ya de una categoría francamente genial en el sentido cósmico: “barba de los planetas que rodaron ardiendo en el océano,” a las algas. Ahora está pasando el Cometa Halley, alguna de su barbas puede que quede rodando, ardiendo, también en las aguas de Chiloé. Así que para mí, mi tierra natal, Chiloé, es un taller literario permanente de poesía, y hay tanta poesía que por eso no la hacen los niños. Así como yo le contaba denantes que yo no pude leer a Salgari porque me parecía todo tan mentiroso.
[…]
Trujillo: Martín, una pregunta que también le voy a hacer a don Pancho después. Con don Pancho y contigo tenemos representados casi los dos extremos de la literatura de Chile, tú, de Antofagasta; don Pancho, de Chiloé y Magallanes. ¿Cómo llegaste a la literatura?
Martín Cerda: En Antofagasta, cuando chico, y creo que comencé por los mismos libros, sólo que no me aburría Salgari, como a Pancho. Julio Verne también, Un capitán de veinte años, y una cantidad de libros de él. Otros libros de esas colecciones para niños, Billiken. Mi compañero de infancia era un hijo de un periodista y escritor que había escrito una novela que todos recordarán, Pacha Pulai. Su hijo, Julio Silva, era mi compañero de juegos. Mi mayor entretención era ir a ver como se hacía un periódico. Julio Silva era el director de El Mercurio de Antofagasta. Y mi padre que era ingeniero, pero que era lector tenía libros. Yo hojeaba los libros y había uno que me impresionaba mucho porque era un libro rojo que después tuve durante muchos años en mi poder pero que desapareció en algún momento. Era un libro lleno de unos dibujos espantosos y otros muy beatíficos, que era La Divina Comedia ilustrada por Doré. Ese libro con tanto cadáver y figuras que se estaban peleando.
También mi papá escribía, pero hacía unos comentarios en otro diario que era El ABC de Antofagasta. Después supe que durante la guerra mundial mi papá hacía los comentarios internacionales de la marcha de la guerra y como él era pro-aliado, detenía normalmente las invasiones alemanas en un sitio para que no llegaran nunca a París. De hecho, no era un observador imparcial.
Ahora, comparando un poco lo que es Antofagasta con lo que es Chiloé. Obviamente, Antofagasta era una ciudad, aunque se enojen mis coterráneos, una especie de factoría. No había un sedimento cultural allí. Era un poco gente de afuera la que llevaba libros y gente a dar conferencias, pero no había entre la naturaleza y la comunidad humana un elemento común que es la cultura que genera una sociedad. Y creo que hasta el día de hoy no existe. Existe una cultura impuesta por la enseñanza, la educación, las universidades, pero ahí no se refleja la comunidad antofagastina. Es una invención. El hecho que viva un montón de gente dentro de un espacio tal no quiere decir que sea una comunidad, y eso se ve, cómo se ha ido artificialmente influenciando dentro del espacio de Antofagasta cosas que son del altiplano. Yo puedo decir que hasta los años 40, el antofagastino vivía de espaldas a la pampa y el único que iba a la pampa era el mercader que iba a vender cosas o a sacar cosas, pero no había una noción de lo que había en el interior de Antofagasta donde hay una cultura, pero que no es una cultura nuestra sino una cultura indígena. Aquí, en cambio, es uno de los sitios privilegiados de Chile, donde hay una cultura chilota, que hoy puede parecerle al propio chilote una cosa chica, regional, pero resulta que esa cosa chica, aún con toda su mitología, responde a problemas, los generó la comunidad. [Claro] que algunos elementos los puede haber tomado de afuera, todos los mitos se repiten en todas partes del mundo. Hay una mentalidad mítica, pero hay otra cultura que se ha ido generando.

Martín Cerda y Francisco Coloane en O’Higgins 756, Castro.
Por Carlos Trujillo