FOGÓN CULTURAL

AUMEN. A UN PASO DEL CINCUENTENARIO (28) CUANDO NICANOR PARRA CASI LLEGA A VIVIR A CHILOÉ

Luis Torres Ojeda

Nicanor quería ver todos los parajes posibles de visitar en Chiloé durante esos pocos días, de modo que lo llevé a la ciudad de los tres pisos donde se tomó fotos frente a una de esas hermosas y enormes casas que hablaban de un pasado de abundancia y buena vida. También fuimos al sector de Quilquico y Rilán donde unos chanchos fueron confundidos con ovejas. Al salir del IER, una vez terminado el recital, el antipoeta quedó embelesado por el cerro que había justo al frente, apenas cruzar la carretera. Un hermoso cerrito cubierto de avellanos, adonde iban los muchachos castreños a recoger avellanas cada temporada. Quedó tan encantado con el cerro de los avellanos que inmediatamente decidió comprarlo. Esa misma tarde o el día siguiente fuimos con él adonde “Compañerito”, que era el dueño del terreno, para que le permitiera recorrerlo. Éste accedió de inmediato, de modo que nos dirigimos hacia el cerrito de los avellanos. Luego de recorrerlo, pidió detenernos un momento. Tras un rato, nos dijo: “me sigue encantando el lugar, pero no voy a comprarlo porque no es el lugar silencioso que imaginaba. El ruido que causa el tráfico es tremendo. Así que hasta aquí llegó la compra.” Nosotros, tal vez a causa del entusiasmo que nos daba que Nicanor se viniera a vivir a Castro, ni nos habíamos percatado del ruido. Pero le prometimos que al día siguiente lo llevaríamos a otro lugar, esta vez, en la comuna de Dalcahue. Cumpliendo lo prometido, Aydé y yo llevamos a Nicanor y Hernán al sector de Astilleros, junto al río Hueñocoihue. Este lugar lo maravilló aún más por su bello paisaje, así como la tranquilidad junto a ese pequeño río y el canal Dalcahue, pero muy especialmente por la abundancia de cisnes de cuello negro, cuya defensa se había vuelto uno de sus temas principales en ese viaje al sur de Chile.

Hasta aquí, mi introducción. Quién, con mayor autoridad puede contarnos esa experiencia es Luis Torres Ojeda, que por esos años era dueño de esos terrenos. 

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lugares, entre ellos un imponente reloj de pared. Me fue mostrando cada objeto, una montura de huaso, unos estribos, las llantas de una carreta y luego me dice: «Este estante y esas arpilleras me las regaló mi hermana Violeta —ella amaba Chiloé, había estado por los 60 recopilando música y siempre hablaba maravillas de tu tierra».

Seguimos la conversación, ahora sentados en torno a una mesa donde él trabajaba. Intercambiamos relatos. Me describió su vida, sus hermanos, el cariño que se profesaban con Violeta, su salto a la universidad en años difíciles, su trabajo literario, etc. Yo, aún asombrado con todo aquello (estaba en la casa de Nicanor Parra, el famoso Nicanor Parra, el hermano de la insigne Violeta y estábamos conversando como si nos hubiéramos conocido de siempre).

—Ya vuelvo, me dice en un momento y me entrega su último libro.

Al rato aparece con platos y comida: «Vamos a cenar, esa es una bella costumbre en Chiloé y ahora podemos hacer un brindis con un buen vino de mi tierra». Y siguió la conversación esa noche en la casa de La Reina, una casa tan especial porque allí el bullicio de la ciudad se sentía lejano y la fraternidad llenaba sus espacios.

Después que conversamos de mi vida y de su vida, de sus hijos y mis hijos, de su poesía y mi trabajo en el campo, de los anhelos de libertad de tanta gente, me dice: «A propósito, no hemos conversado del terreno que tienes en Chiloé y que Carlos me ha dicho que podías venderlo. Al comienzo, pensé en comprártelo, pero ahora apareció una oferta en Las Cruces y me da sentido estar cerca de Neruda«.

Ya muy tarde, me señala la habitación donde dormiré esa noche y antes de despedirse me dice «¿Por qué no escribes esa fascinante historia de tu vida en Chiloé»?

A pesar de estar cansado, me costó conciliar el sueño aquella noche en la casa de Nicanor Parra, en La Reina. No había vendido el terreno, pero había conocido a un hombre muy especial y una historia de vida fascinante. Estaba alojado en la casa de Nicanor Parra, en La Reina.

Pasaron los años, conquistamos la democracia en nuestra Patria, y Nicanor Parra se fue a vivir a las Cruces, aunque pudo haber sido vecino en Dalcahue. Y el terreno que yo le tenía reservado, a orillas del mar, lo compró un industrial pesquero; se levantó allí una planta de proceso de productos del mar y hace unos años un incendio la destruyó completa. Y yo, también hace unos años, publiqué «Cristina, sueños de bordemar», mi primera novela con relato de la vida del campo de Chiloé. 

ESTIMADOS ALUMNOS

adiós estimados alumnos

y ahora a defender los últimos cisnes de cuello negro

que van quedando en este país

a patadas

                     a combos

                                               a lo que venga:

la poesía nos dará las gracias

otra medida revolucionaria

perdonar todos los delitos de amor

y viviremos mucho + felices

amnistía sexual

amor amor amor amor amor

y x favor que no se formen parejas

en la pareja hay sólo derrota

Cisnes y espinillos en Astilleros, Dalcahue

Por: Carlos Trujillo

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