AUMEN: A UN PASO DEL CINCUENTENARIO (23) Amenaza de bomba en la Iglesia San Sebastián
Doy por seguro que no esperaba esa respuesta o, al menos, no era la respuesta que quería escuchar, en ese ambiente en que el miedo y el temor a la autoridad impedían transgredir sus órdenes. Nos conocíamos desde hacía mucho, de modo que sabía que yo no iba a cambiar de opinión porque, además de todo, era muy vergonzoso para mí haber invitado a dos amigos, asegurarles que los esperábamos en Castro, y luego decirles “disculpen que ya no hay invitación porque el alcalde ha prohibido que ustedes se presenten en el liceo.” Dadas así las cosas y con el convencimiento que fue él quien metió las patas, por confiar en la amplitud de criterio de su jefe, tuvo que aceptar que yo hiciera lo que me pareciera conveniente, sabiendo que eso podría acarrearme graves consecuencias.
Terminado mi día laboral volví a mi casa y prontamente llamé a Jorge y a Miguel. Empecé por Jorge. Le expliqué el asunto, la actitud del alcalde, mi vergüenza, mis deseos de que venga de todas maneras. Él escuchó todo el discurso sin decir palabra. Pero una vez que le correspondió hablar me dijo que no vendría a Castro, que entendía mi molestia, pero que no debía sentir vergüenza por una situación que no dependía de mí. Volví a la carga. “Jorge, es verdad que no vendrás invitado por el liceo, pero la invitación sigue en pie, y nos encantará tenerte acá y organizarte un par de recitales en otros sitios.” No hubo manera de convencerlo, puesto que él tenía claro que de aceptar la invitación y venir a Castro, estaría metiéndome en un problema bastante grave, puesto que el alcalde era mi patrón, el jefe mayor de la educación comunal. Así que el mentado viaje terminó antes de empezar y, a causa de eso, Jorge Teillier fue uno de mis queridos amigos poetas que nunca tuvo la oportunidad de participar en las actividades de Aumen. Creo, además, que la comunidad chilota nunca tuvo la oportunidad de verlo en persona.
Llamé a Miguel Arteche y repetí la historia con todos sus detalles. Pero esta vez, la respuesta fue diferente: “No te preocupes por lo que diga el alcalde. Iré de todas maneras. Organicen los recitales que quieran en los sitios donde les parezca.” La actitud de Miguel fue diferente a la de Jorge porque siendo un hombre de centro, un hombre cristiano de tomo y lomo, tal vez haya pensado que su presencia en Castro -aunque fuera contra los deseos de la autoridad comunal- no levantaría demasiadas olas.
Así fue como se le puso fecha a la invitación y decidimos que el segundo semestre de ese año, fines de septiembre para ser más preciso, tendríamos a Miguel Arteche en Castro. Una vez más, volví a la oficina del rector, volví a hablarle del poeta, de su poesía, de lo importante que sería para los estudiantes vivir esa experiencia, de mi seguridad de que no se metería en temas políticos. Su respuesta fue la misma:, que le encantaría tenerlo en el liceo, pero que eso iría contra la orden del alcalde. A fin de cuentas, su jefe, y la persona que lo había traído de vuelta a Castro. De modo que acudí a la Comisión Chilena de Derechos Humanos y, con el apoyo de ellos, empezamos a organizar los recitales.
El primero sería en la iglesia San Sebastián, de modo que prontamente empezamos a preparar la publicidad. Radio Chiloé apoyándonos siempre y carteles en muchas vitrinas del centro. El día anterior al recital, el teléfono en casa de mi padre empezó a sonar tupido y parejo. Una voz anónima aconsejaba suspender el recital, puesto que iban a poner una bomba en la iglesia. El llamado se repitió varias veces, así que tuve que mencionárselo a Miguel. Lo conversamos con Lucho Torres de la Comisión de Derechos Humanos y los tres coincidimos en que si bien era cierto el deseo de impedir la actividad, era difícil que se atrevieran a poner una bomba en una iglesia. Es verdad que cosas semejantes habían ocurrido en otras ciudades, pero estábamos hablando de Castro, y nos parecía difícil que “los cabezas calientes de la dictadura” quisieran echarse encima a la iglesia católica en la isla. Así que, preocupados, y tal vez un poco más que eso, hicimos el recital, y fue tal el éxito que de inmediato nos contactamos con Fundechi (Fundación Diocesana para el Desarrollo de Chiloé), para realizar otro en el salón de actos del Obispado de Ancud, y así se hizo, con un éxito igualmente grande. Esta vez con el apoyo de la Comisión Chilena de Derechos Humanos, Filial Castro y el Obispado de Ancud. Ambos contaron con un público tan abundante como comprometido con la poesía y con la libertad de expresión y, por fortuna, nunca más volvimos a recibir amenazas de bombas en nuestros actos públicos.
Así fue como a pesar del veto municipal y de la prohibición de leer sus poemas a los estudiantes del liceo castreño, Miguel Arteche tuvo la oportunidad de compartir con los poetas, con la comunidad castreña y ancuditana y hasta de pasear un poco por Castro, Ancud, Dalcahue y Cucao, todo eso en mi viejo Ford Taunus, que -en esos años- nunca dejó de ser seguido y vigilado por las fuerzas ocultas de la dictadura.
EL QUE DURMIENDO ALLÍ ESTÁ
Miguel Arteche
El que durmiendo allí está
yo sólo sé que es mi hijo.
Pasa el tiempo: pasará
cuando yo sea su niño.
Entonces me ha de mirar
como yo ahora lo miro:
porque él estará despierto.
Yo: dormido
Navega, hijo, navega
hacia el pasado. Te sigo
sin saber si llegarás
por no sé cuántos caminos.
Los dos hacia allá, los dos,
de donde los dos vinimos,
tanteando paredes solas
hasta dos vientres distintos,
por no sé cuántos desiertos,
cuántas islas, cuánto abismo,
hasta encontrarnos aquí.
Tú en la orilla, yo en el río.
Por: Carlos Trujillo