FOGÓN CULTURAL

AUMEN: A UN PASO DEL CINCUENTENARIO (22) Invitación a Jorge Teillier y Miguel Arteche

El año 1983 corría por idéntico rumbo que los anteriores, hasta que a mediados de mayo, en el norte comenzaron a realizarse protestas contra la dictadura que muy pronto se extenderían por todo el país. Por allí por comienzos de junio, el director del Liceo Galvarino Riveros, donde yo daba clases, me llamó a su oficina para comentarme que le gustaría que la celebración aniversaria colegio debería cambiar de tono, considerando que era el establecimiento educacional más importante de la comuna. “Todos los años es pura farándula,” me dijo. Tal vez haya sido otra la palabra que usó, pero esa fue la idea, “… y debemos cambiar eso. ¡Debemos darle un carácter más académico!”

Yo estuve completamente de acuerdo con su propuesta, de modo que de inmediato le pregunté en qué podía ayudarle. “Tú conoces a muchos poetas – me dijo-, así que me gustaría que invitaras a dos que consideres importante presentarlos acá.” Yo me sentí tan feliz como asombrado por la propuesta, porque el rector no llevaba mucho más de un año en su cargo y estaba haciendo notar que quería darle un nuevo rostro al liceo, cambiar algunas cosas.

Le respondí que pensaría en dos poetas cuya obra fuera significativa para nuestros estudiantes y para los apoderados, y que no le causaran problemas con el alcalde “porque usted sabe, que los escritores no son muy bienvenidos acá.” Así que le pedí un par de días para elegir los nombres y yo mismo les haría llegar la invitación una vez que él los aprobara.

Comenté el hecho con varios amigos y, por supuesto, con los poetas del taller. Ni unos ni otros podían creer que el rector del liceo hubiera tenido tal idea. No porque él no pudiera tener el deseo de hacerlo sino porque el jefe de la educación castreña, llámese alcalde nombrado por el dictador, no le iba a gustar mucho que el rector traído por él mismo le estuviera jugando chueco invitando a dos poetas cuando el mismo señor acalde, un año antes nos había expulsado de allí, al prohibir que siguiéramos haciendo nuestras reuniones en el liceo. Como se ha dicho en otra nota, Aumen empezó a reunirse en las aulas del liceo castreño en abril de 1975 y se mantuvo allí hasta 1982 cuando se produjo la municipalización de los colegios.

Llegó la fecha prometida y le comuniqué al rector los nombres de los poetas elegidos: Miguel Arteche y Jorge Teillier. Es claro que no sólo le di los nombres sino que le hablé de su poesía, sus libros, sus andares por el mundo. Todo lo que era necesario para asegurarle que eran dos poetas que no le causarían ningún problema. En otras palabras, poetas a los que a los olfatines de la dictadura no les sería fácil encontrarles razones para prohibir su invitación al -según las autoridades del momento- templo del saber castreño.

Se mostró sumamente satisfecho con la elección. Le conté que ambos eran amigos muy queridos, de modo que tenía la total seguridad de que aceptarían la invitación. Contentísimo, llamé a los poetas y ambos respondieron encantados. De modo que aceptaron la invitación con muchísimo gusto.

Han pasado cuatro décadas, de modo que es comprensible que algunas cosas se vayan borrando de la memoria. ¿Cuánto tiempo pasó entre el día en que los llamé y el día en que debía comprarles los pasajes en bus y confirmarles el viaje y las actividades que prepararíamos para ellos? ¿Un mes? ¿Un par de semanas? No podría asegurarlo. Pero lo cierto es que el día se acercaba, de modo que volví a hablar con el rector para recordarle que debería llamar a los poetas y confirmarles su venida a Castro. “Llámalos nomás”, me dijo. “No hay problema”. De modo que los llamé, les confirmé que los pasajes estaban comprados y que deberían viajar en tal fecha. Todo confirmado. Inesperadamente confirmado, sin ningún problema. Así que Jorge y Miguel empezaron a prepararse para el viaje a Chiloé y los poetas castreños a prepararse también para ese magnífico encuentro con dos poetas mayores.

Pero, como es sabido, no todas las historias tienen un final feliz y ésta no era una película de Hollywood sino una simple historia castreña en tiempos de dictadura. Así fue como el día siguiente, en mitad de una clase, fui llamado a la oficina del rector. Me bastó entrar en su oficina para saber que algo andaba mal. Como pudo me dijo, “Carlos, los poetas no podrán venir al liceo.” “¿Por qué?”, le pregunté. “Porque el señor alcalde me ha dicho que no deben venir”, fue su rápida respuesta. “Pero usted, señor rector, fue quien me pidió que los invitara. No fue idea mía. No olvide que yo le advertí que podría pasar esto.”

La verdad es que no había más respuesta que su nerviosismo e incomodidad frente a la situación que él mismo, y con la mejor voluntad, había creado.

EL CAFÉ

Sentado en el café cuentas el día,
el año, no sé qué, cuentas la taza
que bebes yerto; y en tu adiós, la casa
del ojo, muerta, sin color, vacía.

Sentado en el ayer la taza fría
se mueve y mueve, y en la luz escasa
la muerte en traje de francesa pasa
royendo, a solas, la melancolía.

Sentado en el café oyes el río
correr, correr, y el aletazo frío
de no sé qué: tal vez de ese momento.

Y en medio del café queda la taza
vacía, sola, y a través del asa
temblando el viento, nada más, el viento.

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