Aumen: A un paso del cincuentenario (19) el minuto azteca
Edward Rojas Vega
Cuenta la leyenda insular, que allá, por los años ‘60, unos hacheros que estaban cortando leña en medio del bosque siempre verde, en un “monte” cercano a Quellón, se encontraron con una familia de zorros chilotes que a la distancia los observaban tímidamente con sus ojos pardos y sus rostros llenos de encendidos pelos rojos.
Detrás de ellos, tan quieto y en estado de alerta como los mismos zorros había un niño desnudo, que a su vez los miraba con sus oscuros ojos verdes.
Los hacheros, impresionados y cautivados por esta imagen, quedaron paralizados mirándolos, lo que generó una suerte de hipnosis mutua que impidió al niño reaccionar cuando fue cogido por la espalda, por las manos callosas y fuertes del hachero más anciano.
Así me imaginé la historia cuando me la contaron en Quellón, y me mostraron una antigua revista VEA, la que, con ese olor inconfundible de revista vieja, traía en su portada en blanco y negro, la noticia del rescate de un niño lobo en la Selva de Chiloé.
La noticia, sin dudas, estaba escrita por un periodista de la capital, que ignoraba que ese niño desgreñado que aparecía en la foto del VEA, no podía ser un niño lobo, sino que más bien era un niño zorro, porque en la Selva Fría Chilota, lisa y llanamente no existen lobos y porque el mamífero más inteligente de este bosque austral es el zorro chilote. El mismo que encantó a Charles Darwin cuando pasó en viaje de estudio por la Isla, llevándose en el Beagle al más curioso de todos, que se acercó sin miedo a ver a este personaje con barba de profeta, que lo aturdió con su martillo de geólogo y un certero golpe en la cabeza. Zorro que hoy, casi dos siglos después, sigue existiendo con ojos de vidrio, embalsamado y abandonado en un rincón cualquiera del Museo de Historia Natural de Londres.
Dicen que tenía unos siete años cuando lo encontraron, que en el Hospital de Quellón, donde fue revisado e internado por unos días, se percataron de que aparte de tener un oído y un olfato extraordinarios, no sabía hablar, ni menos leer o escribir. También dicen que los Vásquez una familia de profesores, se habría encariñado con el niño zorro, consiguiendo su custodia en el Juzgado de Menores de la ciudad.
Lo primero que hicieron fue inscribirlo y bautizarlo con el nombre de Hirohito, en homenaje al Emperador de Japón.
La leyenda cuenta, además, que luego de un proceso de domesticación familiar, Hirohito fue enviado a la Escuela Pública de Quellón, donde se caracterizó por ser un niño inquieto, dueño de una imaginación desbordante, totalmente distinta a la de sus compañeros.
Una vez terminada la educación primaria, sus padres adoptivos decidieron enviarlo a estudiar al Liceo Politécnico de Castro, que ofrecía las carreras de técnico en electricidad, construcción y mecánica, para hombres; la carrera de contabilidad, como curso mixto, y la carrera de corte y confección, para mujeres.
Fue ésta la carrera elegida por Hirohito cuando llegó a matricularse al Politécnico, lo que implicó que el director del colegio, enfrentado a la elección de tan singular estudiante, tuvo que modificar el reglamento para permitir que estudiantes hombres pudieran estudiar una carrera para mujeres.
Siendo estudiante del Poli, se enteró de que existía en el Liceo de Castro, un Taller de Poesía llamado AUMEN, que dirigían el poeta, profesor y basquetbolista Carlos Alberto Trujillo y el poeta e investigador de la historia chilota, Renato Cárdenas. Verdadera maestranza literaria donde un grupo de chicas y chicos de liceo, a golpes de teclas de máquinas de escribir, se forjaron como importantes poetas del archipiélago y de la Patagonia Insular.
Hirohito se inscribió y comenzó a asistir al Taller, aunque era un par de años mayor que sus compañeros aspirantes a poetas.
Fue allí donde lo conocí. Me impresionaron su rostro, sus orejas levemente en punta, sus ojos, uno más cerrado que el otro y, sobre todo, su mirada verde oscuro, la que siempre parecía estar en otra dimensión, en otro tiempo, en otro ámbito.
Yo también comencé a ir al taller porque me interesaba la poesía desde su dimensión visual, razón por la que iniciamos un trabajo de colaboración, realizando el diseño gráfico del afiche del Primer Encuentro de Escritores de Chiloé y de la Revista AUMEN que con mucho sacrificio e imaginación editaba el Taller; además de hojas de poesía, portadas y primeras ediciones de libros artesanales de poetas que, años después, serían famosos.
En el taller, Hirohito no se destacó precisamente por desarrollar una poesía minimalista. Al contrario, sus poemas eran delirantes y tan extensos que ponían a prueba la paciencia del director del taller y del resto de los noveles poetas. Paciencia que también debían tener los auditores de la Radio Chiloé porque Hirohito, que había sido una celebridad noticiosa, con sus 15 minutos de fama como niño zorro del bosque, se hizo muy amigo de don Aureliano Velásquez – el dueño de la radio-, quien le permitía leer al aire unos largos poemas escritos en homenaje al Aniversario de la Radio, en los que se tomaba todo el tiempo del mundo.
Cuando el director del Taller le recomendaba escribir poemas más cortos para permitir que el resto de los poetas pudiera leer sus composiciones, Hirohito, que se firmaba como HIRO HIMAVA Poeta, refunfuñaba para adentro y decía ser un poeta incomprendido.
Lo que pasa, me decía, es que el profe del Taller y el otro profe, están totalmente abanderizados. Uno de ellos es nerudiano, el otro es mistraliano. Ellos no saben que yo soy huidobriano, que es la verdadera “madre del cordero”, señalaba muy serio.
Uno de sus poemas titulado “Recordando sentados en la playa” fue publicado en la revista AUMEN 2, hoy ejemplar de culto, en cuyas páginas impresas en un amarillento papel roneo es posible leer:
“Fui tan astuto, bravo y efímero como un zorro, al acercarme a la playa / quería sentarme en una roca tensa como el sol / para buscar en el cielo y el mar tus enormes ojos amarillos”. HIRO HIMAVA Poeta.
(Continúa la próxima semana)
Por: Carlos Trujillo