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Celebrando la poesía: Taller Decir el Sur

Con lecturas públicas en Ancud y Puerto Montt finalizó el Taller Decir el Sur que se realizó en la doble modalidad virtual y presencial durante los meses de abril a junio de este año. El proyecto, financiado por el Fondo del Libro contó con la participación de escritores de Osorno, Puerto Varas, Puerto Montt, Calbuco, Palena, Futaleufú y Castro; variedad de voces que se podrá apreciar en el libro que reúne trabajos de todos los integrantes. Hay una versión digital del libro, que estará a disposición de todos quienes se interesen y una versión en papel que tendrán los autores para distribuir entre sus cercanos. En el libro – que será entregado a varias editoriales – hay una presentación breve, que expongo aquí:

Palabras como agua esencial

Pensando en los temas que me rondan y conmueven, hay una forma de imantación sensible cuyo mecanismo no comprendo, pero percibo claramente cuando giran y suman las voces de otros: preocupaciones o preguntas respecto de la lectura y escritura, del sentido de su ejercicio en un mundo como el que estamos viviendo; cómo responder a los desafíos de “encantar” por medio de la palabra y para qué hacerlo; qué significa escribir desde el sur; cómo nos enfrentamos a un lenguaje que está cargado por una cultura y una forma de habitar.

En el Taller Decir el Sur, realizado en los meses de abril a junio de 2024, coincidimos escritores que andan por los mismos rumbos. Estos textos, presentados aquí son piezas y piezas que van componiendo una visión, lentamente dibujan líneas de luz en el mar de preguntas.

En el mismo remolino sumergidos, recuerdo ahora una película de los hermanos Coen “La balada de Buster Scruggs” y uno de los relatos: “Meal Tickets” que muestra a un hombre sin brazos ni piernas que solo tiene la palabra para sobrevivir y cada noche tiene que recitar poemas de Shelley o pasajes de la biblia a unos auditorios cada vez menos numerosos, más mezquinos, infames, precarios. Como en el espacio degradado del relato, uno sigue preguntándose por ese que escribe, por el que lee o escucha (cuando lo hace) y cómo alejarse del final que proponen los cineastas en este film.

Y otro elemento: Camilo Henríquez hablando de la imprenta como la máquina de la felicidad mientras se preguntaba qué leer, sin embargo, no el qué escribir; decía que no valía la pena escribir en un país donde no se lee.

Pero escribimos. Me gusta la sensación de ligereza que me regalan estas páginas, una quietud de palabras precisas (no equivocarse: lo reducido del libro o los escasos párrafos dedicados a cada asunto no significan menos rigor escritural) de privilegiada asistencia a ejercicios íntimos que no demandan más que una cómplice atención, algo así como el breve chocar de antenas de algunos insectos.

Estos escritos nos traen escenas que aparecen elevadas sobre el olvido como icebergs, la mayor parte oculta bajo la superficie, como un continente desaparecido. Si no podemos vencer el deterioro; si nos vamos quedando sin sangre y se consume el músculo, si se pierden facultades; la memoria nos salva a fogonazos. Pendientes del delgado hilo del presente, estos anzuelos se han preparado para hundir en la memoria de algunos vivientes del sur, pero la pesca funciona también para los lectores que también habitan ese mar.

El Guardián del Mito: Rosabetty Muñoz

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