Aumen: A un paso del cincuentenario (14) Primer Encuentro de Escritores en Chiloé (1978)

El año 1978, Aumen era reconocido en buena parte del país, por los poetas jóvenes, por supuesto, e incluso en algunos países extranjeros donde había exiliados chilenos, y, entre estos, poetas que también tenían sus propias publicaciones. Poco a poco empezaba a saberse de otros, de dónde estaban, de sus actividades y su gran deseo de comunicarse con “el interior”, como le llamaban a lo que ocurría dentro del país.
Poco a poco empezaba a haber cierta comunicación entre los grupos que iban organizándose a lo largo del territorio. Teníamos comunicación con poetas de Temuco (Becerra, Memet, Farid Hidd), Valdivia (Jorge Ojeda, Jorge Torres, Jermaín Flores), Osorno (Federico Tatter, Gabriel Venegas), Puerto Montt (Antonieta Rodríguez París, Nelson Navarro Cendoya), Punta Arenas (Aristóteles España, Luis Alberto Barría). También de Santiago y de la extensa zona norte donde existían varios grupos y publicaciones. Nos carteábamos con un buen número de poetas e intercambiábamos nuestras revistas y hojas literarias. Las del extranjero, donde abundaba también la información política, llegaban ocultas de distintas mameras, a veces aparentando ser publicaciones de información turística.
Ese dichoso año, se cumpliría medio siglo de la fundación del Liceo Coeducacional de Castro, establecimiento en el cual se había iniciado el taller y al cual pertenecía la mayor parte de sus integrantes. De modo que había que aprovechar de algún modo ese aniversario tan significativo. Entonces surgió una idea realmente descabellada: organizar un Encuentro Nacional de Poetas. Si se mira hacia atrás, se entenderá que, a primera vista, el plan no tenía sentido, puesto que (1) no contábamos con dinero, ni alojamientos, ni suficientes sitios donde poder realizarlo y (2) lo más importante, de qué modo podríamos conseguir autorización de la pequeña dictadura local (gobernador provincial, alcalde, etc., etc.) para realizar una actividad literaria de esa magnitud, considerando que todo lo que sonara a literatura o cultura estaba prácticamente vedado. Entonces, cómo pensar en un Encuentro Nacional de Escritores.
Pero la idea revoloteaba por estos aires, haciendo esfuerzos por echar raíces en suelo castreño, y el cincuentenario del liceo fue la ocasión. Nos enteramos que se había formado un Centro de Ex-Alumnos para apoyar dicha celebración, de modo que nos acercamos a ellos para proponerles que financiaran el encuentro nacional de poetas que teníamos en mente, dado que una actividad de esa envergadura no sólo daría realce al cincuentenario en el medio local sino que pondría al Liceo y a Castro entero en el foco de la atención nacional. Es evidente que la oferta que estábamos haciendo no era pequeña.
Tuvimos suerte puesto que no hubo que recurrir a ninguna autoridad mayor. Hugo Oyarzún González, abogado castreño y juez de policía local, quien presidía el Centro de Ex-Alumnos, era un hombre cercano al municipio, de modo que era muy difícil que alguien rechazara su propuesta. El resto de la directiva estaba formado por Felisa Cárdenas, Patricia Calisto, Nelson Águila Serpa y, seguramente, varios otros integrantes que han escapado de mi memoria.
Se acercaba la fecha y el trabajo era enorme. No olvidar que los dos únicos adultos del taller éramos Renato y yo, que todo se hacía por cartas, que éstas se mandaban dentro de un sobre con estampillas y que podían demorar semanas en llegar a destino. Aunque también podían desaparecer y no volverse a saber de ellas. Así que era necesario programar con bastante antelación.
Pensamos en dos invitados mayores, reconocidos en el ámbito nacional y que no causaran escozor en las autoridades, ni fricciones con algún miembro del Centro de Ex Alumnos. Los elegidos fueron Roque Esteban Scarpa, poeta, formador de poetas y ex Director de la Biblioteca Nacional de Chile y de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, y Hugo Montes, poeta, académico y, entre otros méritos, coautor de uno de los libros de texto más utilizados en los cursos de castellano. Esos voluminosos y tremendamente útiles manuales de Montes y Orlandi. Ambos aceptaron la invitación y ése detalle empezó a darle peso al programa.
Al final, ninguno de ellos pudo asistir, así que tuvimos que conformarnos con leer sus telegramas de saludo y agradecimiento la noche inaugural en el Cine Rex, repleto de bote a bote.
De Santiago llegarían: Jaime Quezada, Waldemar Verdugo, Elga Pérez Laborde, Sonia Quintana, Tatiana Álamos y Jorge Ramírez; de Valdivia, Iván Carrasco, Jermaín Flores, Pedro Jara, Jorge Torres Ulloa y Jorge Ojeda; de Osorno, Gabriel Venegas, Raúl Césped y Graciela Morales (por alguna razón no asistió Federico Tatter que también había sido invitado); de Puerto Montt, Víctor Caico, Mónica Jensen, Jorge Loncón y Nelson Navarro Cendoya; de Ancud, Mario Contreras (que residía allí por esos días), Milagros Mimiza y Roberto Barría, que se sumaron a los aumenianos, Florisa Andrade, Ernesto Bórquez, Sonia Caicheo, Renato Cárdenas, Patricio Carvajal, Óscar Galindo, Miguel Gallardo, Sergio Mansilla, María Isabel Molina, Carlos Trujillo, César Luis Uribe y Héctor Véliz Pérez-Millán.
Un gran encuentro de escritores en Castro, Chiloé, agosto de 1978, años duros, difíciles para el arte y los artistas, pero nada de eso impidió que las actividades se desarrollaran con entera normalidad, si es que podemos llamar normalidad a tener que prohibir, desde el primer día, el uso de cámaras fotográficas y grabadoras de voz en todos los recintos donde se realizaran actividades, por el peligro de que lo allí dicho, propuesto o discutido pudiera usarse para echarnos encima “todo el peso de la ley”. En otras palabras, para relegar, encarcelar o echar de sus trabajos a quienes osaran decir algo que contraviniera “la ley y el orden” de esos días infaustos. De modo que todas las fotografías que se conservan de ese evento fueron tomadas con mi cámara.
El encuentro de 1978 superó todas las expectativas, tanto por el número de participantes como por el abundante público que acompañó cada una de las actividades en el Liceo de Castro, el auditórium de Radio Chiloé y la Casa de Retiro Estrella del Mar, donde, además de hospedarse todos los participantes, se realizó la mayoría de las reuniones de trabajo y los recitales, además del gran curanto preparado por don Juan Colún con el que se agasajó a las visitas la última noche del encuentro.
Todas las actividades fueron abiertas al público, de modo que nos acompañó buena parte de la comunidad interesada en el arte y la cultura y, así mismo, en muchas de ellas, contamos con la presencia de atentísimos “observadores” de la DINA o el SICAR camuflados de público normal. Pero es claro que en un pueblo tan pequeño como era Castro en esos años, no era posible pasar inadvertido.
Abundaron las reuniones de trabajo en las que se discutieron temas como el estado actual de la poesía y la literatura en Chile, qué hacer para difundir nuestro trabajo a lo largo del país, la creación de una publicación regional, un segundo encuentro el año siguiente, etc., etc.
Se hizo lo que se pudo, pero, la verdad sea dicha, fue mucho más de lo que habíamos imaginado hacer. Visto a la distancia, tal vez lo más importante fue la creación de un lazo conector entre los poetas de todo el sur con los poetas y agrupaciones que estaban organizándose en el resto del país. Se propuso crear una revista a la que Jorge Torres incluso alcanzó a ponerle nombre: Barba de Palo. Pero la iniciativa no prendió puesto que, dado el momento histórico, era difícil la creación, impresión y difusión de una revista de ese tipo, a no ser que todo el trabajo recayera en los poetas de un solo lugar. Y no olvidemos sumar a lo anterior que no se contaba con ningún tipo de financiamiento. No menos importante fue la conexión que los poetas del sur y, particularmente, los de Aumen, iniciaron con Iván Carrasco Muñoz, académico de la Universidad Austral de Chile, y el poeta Jaime Quezada, verdadero vínculo entre la generación entrante y los mayores. A ellos habrá que dedicar, al menos, un capítulo entero. Por ahora, baste agregar que Carrasco fue mi director de tesis en Temuco y, más tarde, en Valdivia, sería profesor de Óscar Galindo, Sergio Mansilla, Rosabetty Muñoz, Mariela Silva, José Teiguel y Nelson Torres, entre otros poetas chilotes.


Por: Carlos Trujillo