FOGÓN CULTURAL

AUMEN: A UN PASO DEL CINCUENTENARIO (11) AUMEN, LA EMBAJADA DE CHILOÉ

Héctor Véliz Pérez-Millán

Felizmente, llegó el día en que me invitaron al Taller Literario Aumen, que había comenzado a funcionar en abril en el Liceo Galvarino Riveros Cárdenas… Los mentores eran el poeta, Carlos Trujillo y el investigador cultural, Renato Cárdenas. A esas reuniones asistían Sergio Mansilla, Hirohito Vázquez, Agne Muñoz, Erwin Jorquera, Patricio Carvajal, Ernesto Bórquez…Un año más tarde, llegarían Víctor Hugo Cárdenas y Mario García Álvarez. Después de algunos recitales y la prohibición de continuar en las dependencias del Liceo, seguimos en casa de la escritora Florisa Andrade. Luego continuamos donde Carlos Trujillo y allí nos mantuvimos reuniéndonos dos veces a la semana durante muchos años.

En esa etapa, Carlos nos invitaba a conocer los alrededores de Castro, a salir de la ciudad y nos animaba a escribir acerca de lugares que habitamos y llamar las cosas por su nombre. En una de esas nos invitó a un velorio en Tantauco, donde los dolientes nos ofrecieron “té tupido o raleado”

Al poco tiempo, la casa de Trujillo se transformó en la Embajada de Chiloé, porque todos los personajes atraídos por la resistencia cultural del Aumen que llegaban a la Isla Grande, se reunían alrededor de su mesa y así nos enterábamos de lo que estaba pasando en el mundo con testigos de primera línea. A estas reuniones se sumó algún tiempo el trovador chileno, Eduardo Peralta, quién nos dio a conocer a Georges Brassens, un genial cantor francés y gran exponente de la trova. Además, a nuestra formación literaria agregamos las canciones de los poetas de la canción, como Violeta Parra, Víctor Jara, Joan Manuel Serrat, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Chico Buarque y otros.

A fines de ese año 1975, mi mundo se amplió no sólo con las lecturas, sino también con el hecho de conocer otros personajes que llegarían a ser amigos personales y maestros también. Más tarde, se sumaron el abogado Norman Garín, el novelista Gustavo Boldrini, el arquitecto e ilustrador Edward Rojas, y Mauricio Jara Westermeier (este último “bautizado chilote” con chicha de manzanas en la Plaza de Castro). 

En el taller Aumen se estudiaba literatura y se escribía principalmente poesía; se analizaban autores de todas las latitudes posibles y de diversas épocas, pero yo quería ser narrador, de manera que lo que más leía era narrativa española, francesa, rusa, inglesa y latinoamericana… En este tránsito de la poesía a la narrativa, tuve un guía, el abogado Norman Garín Rojo, quién me animaba y recomendaba lecturas, principalmente de los clásicos. Nada de leer a cualquier autor, debía leer y aprender de los mejores. Don Norman Garín, tenía una memoria enciclopédica y era capaz de hablar de todos los temas posibles, de manera que escucharlo, era como asistir a una academia de historia, filosofía,  literatura, música y mucho más. En esos días, apareció la publicación número uno del Taller Aumen, con el nombre de El Juego de la Oca. Fue un cuadernillo donde se publicaron las primeras poesías de Víctor Hugo Cárdenas y las mías. Nuestro editor fue Renato Cárdenas.

Durante ese período compartí con otros muchachos que también se iniciaban en el Aumen, años más tarde algunos se volverían profesores de lenguaje. Sin embargo, el personaje más interesante de ese período juvenil fue El Vampiro… un muchachito pálido que vestía rigurosamente de negro y vivía en una casona enorme en el centro de la ciudad. Róbinson, mi compañero de juegos infantiles en la Isla de Lemuy, me lo presentó un día, bajo el apodo de “El Vampiro”. Bueno, Patricio vivía en una casona con su abuela, una anciana de más de noventa años. Tuve la oportunidad de ingresar a esa residencia y conocer sus interiores. Arriba, en el entretecho, había una salita bien cuidada… Allí  la anciana tenía una hermosa urna, dispuesta para el día de su muerte. Róbinson no sabía de la existencia del féretro. Un atardecer, decidimos hacerle una broma. Yo invitaría a Róbinson para visitar a nuestro común amigo Patricio. De manera que cuando accedió, fuimos a verlo y pronto llegamos a la casona. La puerta estaba ajustada y yo le hice creer a nuestro invitado que el dueño de casa estaba arriba en el entretecho buscando unos libros y subimos por la escalera. Le dije que fuera a buscarlo en la pieza antes mencionada y, cuando ingresó, allí estaba “El Vampiro” sentado y sonriendo dentro de la urna. La impresión debió ser espantosa para Róbinson porque salió huyendo del lugar y nunca más volvió a relacionarse con nosotros. Lo más extraordinario de este asunto era que algunos de mis compañeros poetas creían que Patricio Mansilla era realmente un vampiro, quizás por su inusual aspecto.

En esos días, yo sentía que estaba encaminado a ser escritor aunque las posibilidades de editar un folleto fueran muy lejanas. Por entonces, solía soñar que mis libros serían livianos, de fácil lectura y que viajarían lejos como esas flores de cardos que el viento arrastra hacia tierras lejanas. En algún momento, supe que pasarían muchos años de formación y no tenía más recursos que escapar de la isla para complementar mi formación, o sea, buscar otros rumbos, conocer ese mundo que estaba allá afuera, lejos de los muros que significaban permanecer en el archipiélago. A pesar de que un amigo, quién estaba de regreso por esos lares, me advirtió: “La isla es un paraíso, pero debes ir a conocer el infierno para convencerte”.

Un día de primavera me fui, seguí la ruta de los viajeros a la Patagonia. Salí navegando desde Quellón hacia Puerto Aysén, donde pude observar en cubierta, la sonrisa y la esperanza de los nuevos colonos de la Trapananda. Todos ellos financiados por el Estado Chileno iban cubiertos de ropajes al estilo “la casita en la pradera”. No eran los osados viajeros que a lomo de caballo o a pata cruzaban los bosques o vadeaban hacia esos rumbos, sino más bien, citadinos de las grandes ciudades que conocían la humedad y los inviernos desde sus televisores en la tranquilidad de sus casas. Además estaban haciendo el trayecto en plena época estival de manera que el viaje les debió parecer un paseo turístico. Estuve un par de meses en Coyhaique donde aproveché de leer a Gabriel García Márquez y al terrible Pío Baroja. Cuando pretendí cruzar la frontera hacia la Argentina, me dijeron que no podría hacerlo por ser menor de edad, que la única posibilidad de seguir al sur del mundo era por barco o volar… así que opté por volar. Compré mi pasaje en una avioneta y, en un suspiro, volando sobre la precordillera, llegamos a Punta Arenas. El viento magallánico me golpeó la cara y en ese momento recordé la advertencia de mi amigo… ¡La isla era un paraíso!  

UNOMISMO

Unomismo, autopadre
Creador de la evolución y el conformismo.

Al noveno mes salió del vientre.

Sobremurió dando patadas y gritos históricos.

Fue fichado y bautizado en su contra

(Anótese – archívese- publíquese)

Unomismo

Creador del teatro

Destructor de sueños.

Unomismo

Creador de la guerra

Inventor de la muerte.

Unomismo, autopadre,

No te vayas

O serás sepultado entre falsos lamentos

Héctor Véliz e Isabel Allende en la Feria de Dalcahue

Por: Carlos Trujillo

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