FOGÓN CULTURAL

Aumen: A un paso del cincuentenario (6)

Hasta abril de 1975, nunca hubo en Castro, ni probablemente en todo Chiloé, un taller literario ni nada que se le pareciera,. Después de esa fecha, la historia de nuestras letras empezó a tomar forma y rostro. Una tarde de noviembre de 1974, Renato Cárdenas y yo, ambos en nuestro primer año de vida laboral tras regresar a Chiloé, nos juntamos en casa de mis padres y allí nació la idea de dar vida a una actividad literaria y otras actividades artísticas el año siguiente invitando a los estudiantes del Liceo y el Politéctino.

Tras un verano dedicado a darle forma a nuestras ideas, apenas comenzaron las clases hablamos con el rector y varios profesores del liceo. Luego de eso, empezamos a comentar el asunto a los estudiantes. Así fue como a comienzos de abril ya pudimos llamar a la primera reunión que se realizó en una sala muy a mal traer, tan vieja como oscura y descuidada. Una sala repleta de estantes, archivos, papeles y… muchísimo polvo. Era la sala que ocupaba el habilitado del liceo, Héctor Gallardo, en la que quedaba muy claro que ese era un edificio de emergencia construido después del terremoto de 1960.

La emergencia que nos reunía a nosotros era la urgentísima necesidad de darles algo distinto a los estudiantes castreños que por esos años no contaban ni con cine donde ir a entretenerse de vez en cuando ni con un gimnasio donde practicar deportes, puesto que el que había se había incendiado hacía poco. De modo que lo que organizáramos podría constituirse en un verdadero aporte para la muchachada castreña.

A la primera reunión asistieron varios profesores de ambos liceos y once estudiantes si es que los datos que tengo son correctos: Ernesto Bórquez, Roguer Cárcamo, Miguel Gallardo, Erwin Jorquera, Sergio Mansilla, Agne Muñoz, José Muñoz, María Eugenia Paredes y Luis Horacio Rojas, del Liceo, más Sergio Rubén Colivoro y Manuel Hirohito Vásquez, del Politécnico.

La reunión de la semana siguiente ya fue una reunión de lectura y trabajo. Los primeros ‘que se atrevieron’ a poner a prueba sus poemas frente a ese “implacable jurado” tan novato como ellos fueron Sergio Mansilla e Hirohito Vásquez, dos figuras señeras en la historia de este medio siglo de Aumen: Sergio Mansilla, connotado poeta y académico, autor de más de una decena de libros de poesía y otro tanto de publicaciones académicas, doctorado en la Universidad de Washington, en Seattle e  Hirohito Vásquez. Qué decir de Hirohito Vásquez que no quede corto en lo que fue y sigue siendo la figura y la imagen de este poeta tan especial que llenaba de poemas cuaderno tras cuaderno -y tal vez los siga llenando- con una facilidad asombrosa. Por allí se le ve de vez en cuando cargando una enorme mochila, repleta de hilo negro -según Héctor Véliz– y, seguramente, aún más repleta de sueños y poemas. 

Creo que poemas y narraciones de todos ellos y de algunos más aparecieron en las dos revistas o en las hojas literarias publicadas a mimeógrafo ese año, las que muy pronto empezaron a circular en los colegios y en las calles de Castro. Recuerdo que a muy poco de andar ya se habían unido al grupo Mirna Alderete, Alva Azócar, Enedina Díaz y Haldor Mansilla, este último, el único integrante que no pertenecía a ningún colegio. También Patricio Carvajal Herrera fue apartado de sus pichangas de fútbol y arrastrado al taller por su amigo Erwin Jorquera.

El taller iba consolidándose, las hojas y revistas circulaban por doquier y con ellas el entusiasmo de los autores y autoras. Al acercarse el fin del año escolar decidimos organizar la primera lectura pública; el principal recital de Aumen. Leerían todos los integrantes, de modo que sería un actividad bastante larga.

El día anterior, Renato yo nos reunimos con el grupo para ayudarles a elegir lo que deberían leer, explicarles cómo se desarrollaría el recital y poner un tiempo máximo a cada lectura: ¡no pasarse de cinco minutos!, que de otro modo el recital se volvería eterno. Todo el mundo aceptó, todos estaban sumamente nerviosos y, seguramente, a todos les cosquilleaba el estómago porque al día siguiente leerían sus escritos frente a sus amigos, parientes y los profesores que aparecieran por allí. La sala sería una de las más grandes del viejo liceo.

El primer recital, diciembre de 1975

No sólo los poetas estaban nerviosos  a medida que se acercaba la hora. Yo también lo estaba porque pasaban los minutos y Renato no llegaba. Ocurre que ese día se realizó el paseo de fin de año del Politécnico y seguro que se había extendido más de la cuenta el festejo en la Quinta Raipillán o no había encontrado a nadie que lo trajera a Castro. Por fortuna, llegó unos 15 minutos antes del inicio y  todo pareció entrar en su cauce, hasta que notamos que faltaba Hirohito, una de nuestras estrellas. Como llegó la hora y aún no aparecía, decidimos esperarlo unos minutos. Tras una breve espera, empezamos sin él. Como eran muchos los poetas, el plan fue que la mitad leyera en la primera parte; la otra mitad, en la segunda. Ese era el plan: la primera parte la cerraría Hirohito; la segunda, Sergio.

Mientras leía uno de sus compañeros vimos aparecer a Hirohito, apurado y  jadeante, y sin importarle lo que estaba ocurriendo se me acercó a preguntarme  cuánto debería leer. Le dije que eso ya se había dicho: si el poema era largo, uno solo; si no tan largo, tal vez dos o tres, pero ninguna lectura debería pasarse de cinco minutos. Su respuesta -por decir algo- me dejó totalmente perplejo. “Este es el poema que escribí para leer en el recital”, y me mostró un cuaderno de  cuarenta hojas, es decir, ochenta páginas, repletas de los tumultuosos y oceánicos versos que componían su extensísimo poema.

“No puedes leer todo eso”, le dije. “¿Por qué no, don Carlitos -me respondió-, si usted dijo que se podía leer un poema entero?” Difícil tarea hacer entender a quien  no tiene ningún deseo de entender. “Yo lo escribí para leerlo aquí, don Carlitos. Lo escribí anoche” – me dijo. “Eso lo sé, Hirohito. Eso lo sé. No tengo ninguna duda, pero van a leer todos tus compañeros.” La verdad es que no había manera de asegurar que no se arrancara con los tarros, pero acordamos que leyera las primeras cinco páginas. “¡Ni una más, Hirohito! ¿De acuerdo?”

Llegó su turno. Imagino que los asistentes, sin ninguna experiencia en esas lides, deben haber estado algo cansados cuando Hirohito empezó su lectura. Ellos, cansados; Renato y yo, nerviosos por lo que temíamos que podría ocurrir. El poeta Hirohito que seguramente contaba con una larga experiencia de recitales en una vida anterior, empezó a leer y leyó y leyó y leyó y siguió leyendo sin levantar cabeza para que no le pidiéramos que se detenga. ¡No hubo caso! Llegó un momento en que rompiendo toda compostura, tuve que acercarme a él y decirle: “Hirohito. Creo que ya es suficiente.” Aceptó de mala gana y terminó su lectura unas dos páginas después.

Tras ese épico inicio de jornada, les dije a los asistentes que habría un intermedio de diez minutos y luego seguiríamos con la segunda parte.

El descanso, necesario, sin ninguna duda, fue la peor idea que se nos pudo ocurrir, puesto que al volver del intermedio, la asistencia no llegaba ni a la mitad de la que tuvimos en el inicio. Casi todo el mundo se había ido, de modo que la mitad de los y las poetas de esa noche tuvieron un público minúsculo; algunos parientes y no mucho más.

Una vez terminado el recital, los poetas ya solos, el público a paso raudo camino a sus casas, se armó una batahola en torno al poeta Hirohito. “Por culpa tuya se fue la gente.” “Aburriste al público con tu lectura.” “No te importó que todos debíamos tener el mismo tiempo.” “¡Nadie va a querer venir a otro recital!” Y por supuesto algunas cosas un poquito más fuertes y en un tono nada amistoso.

Cuando acabó la larga tanda de insultos, gritos y cuestionamientos, Hirohito, igual que si no hubiera pasado nada, con una calma de emperador japonés, respondió: “¡De qué se quejan, si la gente sólo vino escucharme a mí!” 

                                                               Altos de Astilleros, 1º de mayo de 2024

TODOS
Manuel Hirohito Vásquez Todos éramos poetas locos
que las letras las escribíamos en el aire
y nos faltó espacio en el aire
y escribimos en las olas
cada uno con su mano clavada en una estrella
[…]Todos éramos todos,
por un poco de pan vendíamos la vida
para que todos ofrenden su espíritu.
porque todos somos manos y pies,
boca y anís.

Miguel Gallardo, Renato Cárdenas, Carlos Trujillo, José Muñoz, Fernando Bórquez, Sergio Mansilla (de espalda), Patricio Carvajal y Héctor Muñoz (de espalda). Diciembre de 1975, único paseo de Aumen.

Por: Carlos Trujillo

Leer la noticia completa

Sigue leyendo El Insular

Botón volver arriba
error: Contenido protegido