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Crónicas de Viaje: Estallido artístico en Edimburgo

Después de un largo recorrido (prácticamente dos días en movimiento) llegamos a la ciudad escocesa cansados, pero expectantes. El cielo tenía nubarrones y un aire húmedo a pesar del verano que sí se nota en la temperatura y el verde de los jardines, parques florecidos. Ricardo Mendoza, siempre documentado e iluminador, me cita un ensayo de Chesterton: “Toda Edimburgo está ensombrecida por una oscuridad nubosa y violácea, pues las nubes se aferran a la ciudad, como siempre se han aferrado y como siempre deberían aferrarse; y llueve, como ha llovido siempre y como siempre debería llover”. En estos días también ha caído esa agua vivificante.

Como decía, dejamos las maletas y partimos al Teatro Playhouse, el más grande del Reino Unido y de Escocia con 3059 butacas, para ver la obra El rito de la primavera con coreografía de Pina Bausch y música de Igor Stravinski. La obra pone en escena a 34 bailarines de 14 países africanos que representan un sacrificio humano sobre una capa de tierra. Los cuerpos se mueven sobre la áspera superficie, figurando de pronto flores, de pronto pájaros, de pronto la brutalidad de la muerte y el nacimiento de otro ciclo; todo con maestría conmovedora. El local mismo es imponente con sus mullidas butacas, prismáticos al alcance de la mano para no perderse detalles y relatos sabrosos como todo edificio antiguo que tiene una capa sobre otra de historias. En una descripción leemos: «Se dice que el edificio está embrujado por un fantasma llamado Albert, un hombre con un abrigo gris que aparece en el nivel seis, acompañado de un escalofrío en el aire. Se dice que fue un tramoyista que murió en un accidente o un vigilante nocturno que se suicidó».

La experiencia de caminar hacia el teatro fue, en sí misma, fascinante por los miles de personas llenando las calles; reunidos en corros alrededor de artistas presentándose en las esquinas, en algún rincón de las veredas o directamente en el centro de las anchas avenidas. El Festival Internacional de Edimburgo nació en 1947 y durante tres semanas de agosto cada año reúne actividades especialmente centradas en la música y el teatro; sólo se suspendió el 2020 por la pandemia, pero reanudó su ejercicio en 2021. El alto nivel de las producciones y la presencia de artistas reconocidos mundialmente, fue marcando un cierto elitismo; en respuesta y como contraparte, se fue armando uno alternativo llamado Fringe con vocación abierta y popular. Hoy conviven ambos eventos llenando la ciudad de malabares, danza, música teatro, comedias, perfomance, cine. Ambos editan gruesos catálogos con las presentaciones que son muchísimas, tantas, que uno tiene una sensación de agobio. Demasiadas posibilidades, información infinita. En los muros y pizarras callejeras hay un ruido saturado de color, imágenes llamativas, afiches pegados uno sobre otro, volantes, gente voceando alguna función artística. Vuelvo a Gilbert Keith Chesterton, porque jamás podré decir mejor esto que describe en un breve texto “La ruta de las estrellas” de 1905: Se imagina uno encontrarse en un andamiaje abierto, de calles que ascienden hacia el cielo. Casi llega a tener la impresión de que, si arrancara un adoquín, podría mirar por la abertura y ver la luna. Esta sensación hechizada de la ciudad, como una suerte de escala estelar, me ha sobrecogido tantas veces al trepar por las vías de Edimburgo en días nubosos, que me he sentido tentado de averiguar si alguno de los viejos habitantes de la ciudad no estaría pensando en esta experiencia cuando eligieron ese lema extraño y espléndido para la capital escocesa. Nunca, en realidad, hubo una ciudad que tuviera un lema heráldico tan adecuado atmosféricamente. Habría podido, incluso, inventarlo un poeta… o casi diría un pintor de paisajes. El lema de Edimburgo, como todavía puede verse, creo, grabado sobre la vieja puerta del Castillo, es: Sic itur ad astra, «por aquí se va a las estrellas».

El Guardián del Mito: Rosabetty Muñoz

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