Exploraciones: lo leve y lo profundo

Lo bueno de los libros es que uno se los va encontrando, a veces, en el momento oportuno. En estos días fríos, íntimos de recogimiento gris, las breves estampas de El libro de los bolsillos se abren para que uno visite un extraño y leve universo que se parece a caminar por un bosque cuando uno es niño, curioso y dócil, dejándose conducir por senderos sinuosos dispuesto al goce del descubrimiento.

En un formato pequeño (y una editorial llamada Minúscula) el ofrecimiento es bastante simple: meter la mano en el bolsillo e ir reconociendo objetos, detenerse en ellos y desde allí abrir la mirada a evocaciones, gustos, reflexiones. Un micro mundo lleno de sentido que no pretende más que el gesto, sin ambiciones abarcadoras; por su mínima expresión, se trata tal vez de lo opuesto a proyectos de largo desarrollo, como las novelas, que el autor confiesa ha dejado de leer, por lo menos tanto como lo hacía en otro tiempo. Hurgando en estos “bolsillos anecdóticos”, como señala, es inevitable, en la lectura ir haciendo un camino paralelo, revisando los propios bolsillos que no son como los de la voz que nos cuenta en estas páginas; en mi caso sería la cartera o mochila y -seguro – que el derrotero sería diferente, otros meandros que van a dar al mar de la experiencia.

Me gusta la sensación de ligereza que me regalan estas páginas, una quietud de palabras precisas (no equivocarse: lo reducido del libro o los escasos párrafos dedicados a cada elemento no significan menos rigor escritural) de privilegiada asistencia a ejercicios íntimos que no demandan más que una cómplice atención, algo así como el breve chocar de antenas de algunos insectos.

No faltan, evidente, las consideraciones acerca del oficio de escritor y la ironía con que se enfrenta la sobrevivencia de los letrados / ultra preparados literatos que suelen no conocer técnicas para mantenerse vivos en el mundo real. Disfruté asistiendo a su escuela imaginaria de escritores, a las materias en preparación, a su salvaje propuesta para enfrentar el mundo capitalista y quise hacer mía la máxima de este proyecto: “el trabajo intelectual sólo tiene sentido en el mundo real (…) cuanto más lejos de la academia, mejor”, una cita de Ludwig Wittgenstein.

Entre servilletas arrugadas, pasaporte, llaves, se abre también el cofre del tesoro. Parte con el uso de un objeto tecnológico donde se puede acumular bibliotecas, cada vez con más capacidad y, sin embargo, todo aquello parece perder valor como las monedas que -también – se guardan y se pierden en los bolsillos. Porque a esta voz le ha llegado lo que llama “bloqueo lector”. En mi propia relación de las imágenes, pienso en cuánto de lo que se ha perdido en interés lector tiene que ver con la brecha entre la literatura y lo que le ocurre a los humanos comunes y corrientes que tienen su propio relato más allá de ser materia de personajes.

“Fue como descubrir una ciudad pequeña y alegre que aún sobrevivía en las catacumbas de la literatura” dice, a propósito de estas formas exploratorias, distintas, breves que ha encontrado para acompañar la caminata vital. “Terminé viviendo en el extraño mundo de la marginalia, las disgresiones y las frases sueltas”.

Este encuentro semanal se piensa como un espacio para recomendar libros, lecturas que me hayan conmovido de alguna manera y compartir algunos elementos que llevaron a esa conmoción. No tengo el bloqueo lector que se menciona en el libro (menos mal) y desde aquí los invito a entrar en esta propuesta grácil, como tomarse un vaso de agua, pero directamente desde una vertiente.

El Guardián del Mito: Rosabetty Muñoz