De cómo la Chillpila escribe El Revisorio y de la suerte que corrió luego que volviera a Chiloé con el libro.

El destino que tuvo la Panchita, estuvo siempre ligado a la maldición que le tiraron a su madre cuando estaba embarazada. Esto ocurrió al interior de Tenaún, pero no está claro si su pueblo natal era Quetalmahue u otro, pero si ella era oriunda de Chiloé. Entonces su madre se enredó con un hombre casado. Cuando la esposa del señor se enteró que la madre esperaba un hijo de su marido, fue a ver una de las machi de las malas hierbas, cerca de Tenaún.
Caminó varios días hasta que llegó a la pequeña ruca de la machi. Calcú le llamaban y la madre desconocía su nombre. La anciana la recubrió con una manta y le pidió que entre en su oscura ruca. Tenía el fuego encendido y se sentó apesadumbrada junto al fogón. Le dio una infusión para tranquilizarla y le pidió que le pague con monedas de plata.
—¿Qué te trae por aquí querida? —preguntó la machi de las malas hierbas a la triste mujer.
—Ocurre que mi marido me está engañando con una mujer de Quetalmahue y ella ahora está embarazada.
—¿Y qué quieres hacer para vengarte de él?
—No quiero vengarme de él, quiero vengarme de ella. No quiero que ella ni su hija sean felices.
—¿Entonces en qué te puedo ayudar?
—Quiero que le tiren un mal de ojo a esa condená y a su hija que va a nacer.
—¿Y cómo sabes que será una niña? —preguntó la anciana machi de las malas hierbas, entre las sombras que se reflejaban en su rostro, con las imágenes de las llamas que iban formando siluetas, tal como las iba imaginando.
—Lo sé por el embarazo que tiene y la forma de su vientre. Quiero que lleve una maldición por haberse atrevido a acostarse con mi esposo.
—Eso te va a costar más que estas monedas querida.
—Bien. —dijo la mujer y la calcú comenzó a atizar las brasas con un palo. Entre las brasas, se podía ver los rostros de aquellos seres que la machi de las malas hierbas cultivaba entre las llamas y que se conocen como anchimallén o anchimallenes.
—Necesito un objeto de ella. —dijo la anciana y la mujer apesadumbrada le entregó un trozo de un vestido de la mujer, que un día pasó a robar de entre sus ropas colgadas en los cordeles.
—Aquí tengo esto. —dijo la mujer y la anciana echó al fuego los harapos y las anchimallen se alimentaron de ellos con gran jolgorio. Desde ese momento fue tirada la maldición que cayó sobre la mujer embarazada y su hija en el vientre.
—¿Qué quieres que le ocurra?
—Quiero que su hija nunca crezca y nunca sea feliz.
Con los meses nació la niña y fue llamada cariñosamente Panchita por sus amigos, aun cuando su primer nombre no era ese. Después con los años sería conocida con un nombre muy diferente. A los dos meses de haber nacido, murió su madre y nunca se supo si eso fue parte de la maldición de la machi de las malas hierbas. Entonces la Panchita no creció más de 90 centímetros y las viejas decían que se quedó chica porque no tomó leche materna cuando era bebé.
Al quedar huérfana, pues de su padre no se supo más, fue enviada a vivir con una familia que trabajaba en el negocio de la venta de chicha. Se dice que la machi de las malas hierbas, nunca moría, pues tenía una gran cantidad de males de ojo, tirados durante su larga vida. Un día visitó a la mujer de su padre, para pedirle resarcir el mal. Pero la mujer atendió la puerta y se la cerró en la cara y le dijo que ella no tenía nada que ver con el mal lanzado sobre la pequeña niña, que mejor se fuera.
Entonces la nueva familia, puso a la niña a cargo de la venta de chicha y con los años se acostumbró a la ingesta de alcohol. No recibió educación y siempre estuvo a cargo del dinero de la venta.
Con los años conoció a un señor rubio que se enamoró de ella. Iba todos los días a tomar chicha y compartía con los parroquianos y se embriagaba en la oscura despensa. Se preguntaban qué era lo que la Panchita tenía y que había enamorado tanto a este señor y se preguntaban si ella estaría a la altura para su amado. La verdad era, que el rubio a pesar de ser un hombre muy alto la amaba profundamente. Se quedaba hasta el cierre de la bodega de chicha y no la llamaba como todos, sino por su nombre: Rosa Francisca Melinao. Estaban muy enamorados y al cierre de la bodega todas las noches se iban a dormir juntos.
(…)
Por las noches le hacía falta compañía y se había acostumbrado a juguetear con los viejos que llegaban a tomar chicha. Mal que mal estaba sola y era soltera, como decían las abuelas.
La carta del rubio era muy hermosa y le decía que la estaba esperando, que cuándo se iba a decidir irse con él. Hasta que llegó el día que juntó el dinero y se embarcó en el mismo barco que salía cada varios meses. Tras varias semanas de viaje y para darle una sorpresa se presentó en su casa sin avisar.
El rubio estaba bebiendo con unos amigos en la pieza que arrendaba y se alegró mucho de verla después de tan largo viaje. Esa noche fueron muy felices, pero la tragedia estaba en las palabras de la maldición de la vieja machi de las malas hierbas. Entonces unos días más allá, cuando ya estaban decididos para la boda, ocurrió lo impensado.
Una noche de lluvia, el rubio sin poder llevar bien sus actos y embrutecido por la bebida que compartían, cometió el error de confesarle que las hermosas cartas de amor que le enviaba, se las había escrito un amigo, que él no sabía escribir.
Entonces la Rosa Francisca, ebria ya con el trago, se enfureció y entró en cólera y tiró al piso todas las cosas que estaban sobre la mesa, vasos, botellas y se marchó enojada. Enfurecida y taimada por lo que ella consideraba un acto de traición.
Pero con los días se arrepintió y luego de vagar por los bares del puerto buscando techo y compañía, se decidió a perdonarlo y a volver a la casa de él a pedirle perdón.
Grande fue su asombro cuando la dueña de la pieza que arrendaba el rubio en una pensión, le dijo que se había ido pal norte y no volvería jamás.
Entonces la Rosa Francisca se sumergió en un océano infinitamente profundo de tristeza y se perdió. Comenzó a viajar al sur sin rumbo fijo trabajando en cualquier casa o en los bares de cualquier pueblo por ahí. (…)
Cuando llegó a Chiloé, se instaló en Tenaún y nunca volvió a Quetalmahue. Entonces un día terminó de escribir su libro e hizo varias copias. En esos años conoció a varios calcú y meicas a lo largo del camino y se volvió sabia y poderosa en las artes brujeriles. Nunca olvidó su dolor de perder al rubio.
Entonces un día se fue con un viejo a la casa de éste a tomar chicha y el viejo la acusó de haberse enterado, que corría el rumor que ella era una calcú poderosa, que en un duelo de magia ella se había batido e intercambiado libros y portulanos con un marinero español al que había vencido y que ella había recibido un libro llamado El Levisterio mientras ella, por su parte le había dado una copia manuscrita, de un tal Revisorio o Libro de Arte.
Entonces el viejo encontró el Levisterio entre los libros de ella y en su borrachera con chicha, ella se opuso a que él lo leyera y discutieron y el viejo le pegó con una botella en la cabeza y la ultrajó de todas las formas posibles llevándola a la muerte. 40 puñaladas decía la gente que habría recibido cuando la mataron y su pequeño cuerpo fue enterrado en el cementerio local y desenterrado por los pelapechos de Chiloé que decían que su piel era poderosa para confeccionar macuñ. Dicen que el viejo cuando andaba borracho por ahí, se jactaba que él había robado el Levisterio y había matado a una vieja poderosa que según en el pueblo la llamaban la Chillpila.
(Capítulo 9 de El Revisorio; edición mía)
El Guardián del Mito: Rosabetty Muñoz