El duelo/los duelos en Hubo una vez una buena muerte

Por Margarita Bustos Castillo
Docente, poeta y gestora cultural
El misterio vivo que se torna grito, abriendo grieta y un vacío negro, mientras en el borde de las ausencias el registro simbólico de la escritura traza evocaciones e imprecaciones. Las búsquedas por descorrer mordazas y defender las memorias de las estrategias que intentan sepultarlas, del país que no es, del padre ausente, del desamor de la amada que aún se buscan en el lugar de la falta. En diálogo con el contexto de recepción actual que reconoce el pulso de las derrotas, que mira el horizonte de la pérdida y habita en el trauma de varias generaciones, las cuales aún no pueden realizar el duelo/los duelos porque todavía buscan sus cuerpos, Jota Arévalo nos presenta Hubo una vez una buena muerte, como: ”la intuición nietzscheana de que la escritura es una forma de pagar una deuda de vida o consumar un duelo, y que por lo tanto la escritura inscribe, antes que nada o después de todo, la problematicidad inacabable de una mímesis sin final, que es también un eterno retorno de lo mismo y de lo otro” (A. Moreiras, 1999).
En lo mismo y en lo otro como el uroboros y el tiempo del eterno retorno, el hablante lírico nos dice que: Hubo una vez una buena muerte, generando la relación con las locuciones de los imaginarios en los cuentos infantiles, para adentrarnos en un registro poético que lo parece y a la vez no lo es. Porque estamos ante las páginas de un poemario, porque la memoria desdibuja, selecciona, devela y en esta acción a la vez oculta, ya que en la selectividad emotiva nos traiciona involucrando los relatos colectivos con los personales, entretejiendo mordazas y borraduras con las posibilidades de enunciación, huellas en los recuerdos de los sentidos y la polifonía interpretativa que impulsan los versos:
“Soy el olvido/estruendo de la memoria/vuelo enganchado de ataúdes/caminante oscuro /
(Después de esta tarde las heridas estarán/más abiertas que ayer/será la soledad afilando su cuchillo) (…)” (pág. 47)
Poemas en su mayoría breves, cuyo ritmo enluta la página con la rapidez de una sentencia, el vuelo de un pájaro en el cielo, la aparición y desvanecimiento de una imagen pasada, el tiempo titilando en el vórtice emotivo del hablante y luego al blanco de la página. Desde la revelación/tensión generada por el motivo lírico de la muerte, las ausencias, la rabia que movilizan tanto: los poemas vinculados a la dictadura cívico-militar, como las reconvenciones a la figura del padre y los de desamor que conforman la primera parte del libro.
“(…) Padre remoja pan/ en leche agria,/lo ayuda a no olvidar/que la noche no ha terminado/
alambradas aunque invisibles/ aún rodean su jardín” (Página 28)
Nos encontramos con una voz carmínica y en otros instantes apelativa que transita por los duelos, utilizando las figuras vinculantes del hijo, del padre y en la orfandad de quien vivió abandono/huida/veredas antagónicas/en la pregunta permanente del dónde están.
Jota Arévalo además abordó Hubo una vez una buena muerte en la decisión de enfocarse a momentos desde la voz de quienes torturaron, de padres que cada jornada practicaban el horror y luego retornaban a abrazar a sus hijxs/padres. La memoria de los vencidos es peligrosa para los vencedores, nos dijo la escritora mexicana Elena Garro. La escritura en cuando desanudamiento, la rabia a causa de una herida frente a los ojos en las calles caminadas -tantas veces- por los gritos sobre y tras los muros, es trabajada aquí por un hablante que es el torturador y en otras, la persona víctima de las violaciones de DDHH.
Tanto en Duelo y melancolía de Freud donde se pregunta por la importancia de a quién pierde el sujeto, además de qué pierde de él en esa pérdida, como el texto de Lacan sobre La Transferencia, donde se plantea la necesidad de encontrar una significación sobre su lugar en relación al objeto perdido. Posibilitan que como lectores/sujetos asumamos que ello podrá dar lugar al síntoma, a las formaciones del inconsciente, a identificaciones (como efectos de significación) o al acto sostenido desde el fantasma. Desde allí se crea el frágil límite entre lo significable y lo irrepresentable en su fuga permanente.
“Duelo pequeño/Retorcido vulgar (…)/Colándose en los poros de la lágrima/Haciéndola dura y eterna/ Duelo doliendo adentro/Agarrado a los huesos (…)” (página 69)
Desde ese pequeño trozo de sí que se ha ido sin mí, es que los/as lectores/as podemos continuar en el tránsito hacia una buena muerte, mientras sostenemos los anhelos.
Jota Arévalo (Linares, 1966) Cursó estudios secundarios en Liceo de hombres de Linares. Desde muy joven se interesó en la poesía y el teatro. A partir de 1986 integró el Taller literario de Enrique Villablanca. Posteriormente se traslada a vivir en Concepción, donde trabaja como librero desde 2002 a la fecha. A partir de 2011 es propietario de Librería Jota Libros, un espacio ícono de la cultura penquista. Integra el Taller Literario Mano de obra desde el 2012. En el año 2020 publicó Microcuentos pandémicos y otros desvaríos por Liz Ediciones.
Margarita Bustos Castillo (1980) Docente, poeta y gestora cultural. Diplomada en escritura creativa de la PUCV. Egresada del Magíster en género y estudios culturales (Universidad de Chile). Ha participado en Encuentros literarios nacionales e internacionales en Perú, Bolivia, Argentina, Ecuador y Uruguay.
Co-directora del Ciclo de Literatura de mujeres: Versadas.
Organizadora del encuentro Poético Musical La Ciudad de las mujeres
Integrante del equipo organizador del Encuentro Poético Internacional Pájaros Errantes.
Traducida parcialmente al rumano y portugués.
Libros Publicados: Maldigo el paraíso de tu abandono, Eros en la Lengua, Existencial(es) y Desde la herida.
El Guardián del Mito: Rosabetty Muñoz