FOGÓN CULTURAL

¿Volver al brasero?

Desde que yo era chico, vi a mi padre repetir cada noche el mismo rito antes de irse a la cama. Sacaba el brasero de fierro que siempre estaba debajo de la estufa a leña, se ponía en cuclillas, abría el fogón de la estufa, sacaba las brasas, las ponía en el brasero y, por último, cubría las brasas con la ceniza que se había acumulado allí. A la mañana siguiente, se levantaba, ponía astillas y palitos secos en el fogón de la estufa, los cubría con las brasas que aún quedaban de la noche anterior, abría el tiraje, y en un dos por tres se había encendido el fuego. Esa era la tarea que completaba su rutina diaria.

Guardar las brasas era algo importante para él, puesto que, por un lado, las brasas mantenían algo de su calor durante la noche y, por otro, la mañana siguiente no necesitaba ni un solo fósforo para encender el fuego.

Imagino que hoy debe ser muy difícil en nuestras ciudades encontrar una casa en la que se use un brasero y, tal vez, hasta sea difícil encontrar un brasero, aunque sea sólo como recuerdo de un tiempo más simple, más fraterno, más hogareño, y seguramente muchísimo más difícil en cuanto a las faltas que había en muchos hogares. Un tiempo diferente, en el que no existían muchas comodidades que a estas alturas parecieran haber estado toda la vida en nuestra sociedad. Era un tiempo en que sólo había máquinas de escribir en las oficinas públicas, sólo unos cuantos teléfonos en las ciudades chilotas y en el que las muy buenas o muy malas noticias llegaban en telegramas. En pocas palabras, otro tiempo.

Pero a pesar de todas las faltas y de los crudísimos inviernos, que hemos vuelto a recordar por la crudeza del que nos cayó este año, no recuerdo haber escuchado, ¡puchas que hace frío y para más remate se nos acabó la leña o el carbón! Siempre había leña, siempre había carbón, excepto que gastaras el último palo o el último trozo antes de comprar un poco más. ¡Siempre había! Así que los inviernos parecían menos duros alrededor de la mesa jugando al naipe, al stop, a la horca, ¿se acuerdan? Parecían menos duros y toda la familia se entretenía compartiendo esos juegos en la mesa de la cocina.

Los inviernos de hoy

En estos días escasea la leña y, además, está sumamente cara; por otro lado, su pariente pobre, el negro y ensuciador carbón, se usa sólo para asados y parrilladas, pero lo cierto es que la sociedad actual cuenta con otros medios «para calorarse y calorar» la casa. Afortunadamente, hoy se cuenta con una enorme de variedad de calentadores a parafina, eléctricos y a gas de innumerables marcas y modelos que cambian y se vuelven más atractivos y económicos año a año.

Aunque la parafina, el gas y la electricidad entraron en nuestro mercado hace varias décadas, la sociedad chilota siempre los mantuvo sólo como un apoyo a la calefacción a leña puesto que la estufa no sólo calora la casa sino que muy es el imprescindible centro de la cocina, porque allí está la dueña de casa, allí está la familia y allí es donde se cocina. La cocina a gas, por su parte, empezó a entrar en nuestras casas como un lujo, y aunque poco a poco fue ganándose su espacio, creo que fueron muy pocas las casas que eliminaron la estufa a leña porque si bien es cierto que sirve para cocinar, a nadie se le ocurriría que va a poder calentar su casa con las llamitas de la cocina a gas.

El pellet

Desde hace una década más o menos hizo su entrada a la isla el señor pellet. Una entrada que como la de todo recién llegado fue un tanto tímida, pasito a pasito, casi sin hacer ruido porque no es fácil llegar armando boche a un sitio en el que hay un dueño y señor que se siente todopoderoso. Ese señor, en Chiloé y en gran parte del sur de Chile, era en verdad una señora, la leña, y la leña no sólo era una señora poderosa sino que era y sigue siendo sumamente apreciada por la gente, de modo que no era fácil entrar en sus dominios.

Pero llegó el pellet y haciéndose el chiquitito (como diría Borges), empezó a ganar admiradores y admiradoras: que es más limpio, que es fácil de encender, que no hay que comprar metros y metros de leña que luego hay que picar, guardar y estibar. Y lo peor de todo, día a día hay que entrar leña a la cocina para mantener el fuego encendido, ¡y si supieras cómo me duelen los brazos y la cintura!

Así que el pellet entró como pellet por su casa y el gobierno anterior, en una idea que pareció muy buena y creo que en realidad lo fue, incentivó a la población sureña y chilota a olvidarse de la leña y cambiarse al pellet, y para que no quedaran dudas de lo bueno que sería ese cambio, entregó subsidios a muchísimas familias para que se decidiera por esta mejora de su vida y del medio ambiente. Así que el sur chileno y nuestro querido archipiélago se llenó de calentadores, estufas y calderas a pellet para hacer que el invierno en casa fuera un verdadero verano y todo el mundo feliz.

Pero la historia, breve aún, ha tenido un gravísimo inconveniente: había pellet de sobra cuando eran escasos los sistemas de calefacción que usaban dicho producto, pero la rapidez inusitada del cambio de la leña al pellet hizo que no hubiera suficiente pellet abastecer a tanto consumidor.

Hace dos años ya se notó el problema y entonces le echaron la culpa al covid 19 y nadie dijo nada porque era difícil y peligroso enfrentarse a ese señor sin pagar gravísimas consecuencias. Así que si es por culpa del covid, que sea nomás. Pero ahora que el covid, aunque sigue por allí y por aquí, no atemoriza a nadie, no puede ser considerado culpable de la falta de pellet, de modo que hay que buscar algún otro culpable y, por supuesto que no fue difícil dar con él: los problemas de la macrozona sur donde se produce gran parte del pellet no pueden funcionar al ciento por ciento y, además, no es posible cumplir con los pedidos porque etc., etc., etc.

Cuánto habrá de cierto no lo sé, pero lo que sí se me ocurre es que el mercado de la calefacción a pellet creció tantísimo que la industria que lo produce no da abasto,  porque es bien sabido que a más necesidad hay más producción y eso es lo que quieren los productores, ¿o no? De modo que ¿por qué no producir más si hay mayor demanda?

Al comienzo de esta temporada, estoy pensando en marzo, ya nos dimos cuenta que las bolsas que acostumbraban a contener 18 kilos, se transformaron por arte de magia en bolsas de 15 kilos, porque según los productores eran más fáciles de transportar. Lo que nunca explicaron es por qué el precio de la bolsa con tres kilos menos cuesta apenas $300 pesos menos que la más grande.

Papel del gobierno

Así las cosas, el pellet se ha vuelto un artículo de primera necesidad principalmente en nuestro frío y lluvioso Chiloé. ¡Un artículo de primerísima necesidad! Pero ocurre que hace cuatro semanas por lo menos no hay dónde conseguir una bolsa de pellet en todo el archipiélago y como a río revuelto ganancia de pescadores muy pronto los pillos de siempre adquirirán grandes cantidades del producto y venderán la bolsa a un precio exorbitante. No me cabe duda que pronto empezará a pasar algo así y por eso es que vuelvo a lo de ¡artículo de primera necesidad! El gobierno debe tomar cartas en el asunto y, aunque suene contraproducente el verbo que utilizo, debe «congelar» el precio del pellet porque no se puede jugar con la salud de nuestra gente.

Altos de Astilleros, agosto de 2022

Por: Dr. Carlos Trujillo

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