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La Rebelión de Antono Barría

Retrato del coronel José Santiago Aldunate y Toro.

Este es el relato de un acontecimiento subvalorado y por eso olvidado en la historia insular aun cuando fue el último acto de heroísmo de quienes perdieron una guerra que nunca hubieran podido ganar. Había comenzado septiembre y terminado el tiempo de las escarchas, los temporales repentinos que desarmaban los techos y los aguaceros que desbordaban las letrinas y convertían las empinadas calles del antiguo San Carlos de Chiloé en lodazales y arroyos de aguas nauseabundas cuando el traidor Antonio Ruiz, ex sargento del ejército realista, llegó hasta la oficina del Intendente, el coronel José Santiago Aldunate, pidiendo que le perdonara la vida a cambio de delatar a los culpables de los asaltos a los comerciantes que en los pueblos y caseríos del archipiélago administraban los estancos del estado. Asaltos que se realizaban con el objetivo de reunir dinero para financiar la rebelión que habían planificado; dijo que eran bandas de exsoldados del ejército real quienes realizaban emboscadas para quitar los fusiles a los destacamentos que salían en comisión al interior del archipiélago. Habló de una conspiración para declarar a Chiloé independiente de la república de Chile y que se estaba planeando asaltar el cuartel de las tropas establecidas en San Carlos. En su relato fue entregando los nombres de los cabecillas.

Con la disolución del ejercito realista de Chiloé, después del tratado de Tantauco, muchos oficiales y clases quedaron sin empleos, y sobreviviendo en la pobreza continuaban añorando el antiguo régimen; después de más de una década de guerra no podían adaptarse a la vida civil. El traidor Antonio Ruiz delató a quienes lideraban los grupos de exsoldados españoles y chilotes que vagaban por la isla grande saqueando los establecimientos de los comerciantes que pudieran tener algún dinero. Esos exsargentos y soldados se reunieron con oficiales del ejército real y conspiran para apoderarse del gobierno de la isla. Ruiz dijo que un grupo de casi cincuenta exsoldados liderados por el exsargento de artillería Mateo Guerrero planeaban apoderarse por sorpresa de los cuarteles en San Carlos y Ahui, apresando a quienes se rindieran y matando a aquellos que opusieran resistencia. El propósito de esta rebelión era instaurar el dominio español en Chiloé, y nombrar como gobernador el capitán de artillería del ejército real Antonio Barría.

Antonio Barria nació en el departamento de Castro y fue ayudante del Coronel Manuel Montoya, comandante del batallón de milicias de la constitución que a mediados de enero salió de la isla para reforzar al ejército real, combatió en Membrillar, en la batalla de Rancagua, conoció la derrota en Chacabuco, y regresa a Chiloé y es incorporado al estado mayor del ejército real, y después de la rendición del archipiélago acompañó al brigadier Antonio Quintanilla hasta Valparaíso donde doce oficiales, españoles y chilotes, durante casi dos años esperaron un barco que los llevara a España, pero el gobierno chileno incumpliendo el tratado de Tantauco obligó regresaran a Chiloé los oficiales isleños Antonio Manuel Garay, excomandante de infantería ligera, el subteniente de caballería Ramón López y el entonces subteniente de artillería graduado de capitán Antonio Barria.

Por la traición de Ruiz los conjurados fueron apresados en sus domicilios unos, otros en la playa cuando buscaban escapar hacía las islas; y en la mañana del 13 de septiembre de 1826 por orden del gobernador fueron fusilados 18 de los cabecillas de aquella abortada rebelión. Todos exoficiales, clases o exsoldados del ejercito real.

En una fría mañana de mediados de septiembre, extraña, sin lluvias ni rastros de temporal, la ciudad despertó con los disparos de los fusilamientos. En una planicie cercana al antiguo fuerte real fueron ejecutados los caudillos de la abortada rebelión; el capitán Antonio Barría, el sargento español Jaime Mas, Mateo Guerrero y Manuel Torres exsoldado de artillería y otros 14 chilotes. Ningún sacerdote escuchó su confesión ni le dio los sacramentos que les abrieran las puertas de la vida eterna. Al mediodía los cadáveres fueron entregados a sus familias que les dieron un funeral de pobres al que nadie asistió por miedo a ser considerados cómplices de aquella rebelión sin suerte. Quedaron tres cuerpos que nadie retiró, al otro día fueron sepultados en una fosa común, cavada entre los matorrales del lugar más abandonado en el antiguo cementerio de Ancud; después el Intendente envió a los soldados de la guarnición a recorrer el archipiélago; destacamentos de soldados anduvieron por pueblos y caseríos buscando a los confabulados que habían logrado escapar de la matanza.

La cruel severidad desplegada por el coronel Aldunate en estas ejecuciones contrasta con el escaso castigo que recibieron quienes, en mayo de ese año, en Ancud, lideraron la rebelión de las tropas chilenas que querían proclamar a O’Higgins como director supremo. José Santiago Aldunate tuvo que soportar la humillación de ser embarcado en un barco de comercio, ser desterrado a Valparaíso, viajar a Santiago donde fue enjuiciado por el director supremo Ramón Freire, rogar que lo dejaran regresar a Chiloé. En julio de ese año llegó a Ancud trayendo tropas para restaurar su gobierno y la incorporación de Chiloé a la república.

No quería volver a pasar esas humillaciones por eso con los cabecillas de la rebelión de los exsoldados realistas chilotes no tuvo misericordia ni perdón como si la tuvo para quienes lideraron la revolución que en Chiloé se había alzado para volver a proclamar a O’Higgins como director supremo. Esos chilenos, entre ellos el hermano del gobernador, fueron favorecidos por la resolución del Congreso que en sesión del 31 de agosto de 1826 promulgó la ley del olvido que en su artículo tercero otorgaba una amnistía y protegía a los inculpados de ser condenados a la pena de muerte. Esa ley no existió para los chilotes que en septiembre se rebelaron contra el gobierno chileno. Esos sobrevivientes de trece años de guerra, veteranos de decenas de batallas, fueron fusilados sin derecho a defenderse, sin un juicio ni un consejo de guerra, sin que nadie rezara por sus almas.

No se sabe cuándo en Castro algún político quiso hacer un homenaje a aquel despiadado Intendente y la cuadra ubicada entre las calles Balmaceda y Chacabuco que antiguamente se denominaba Santiago Amunategui, – así aparece en el plano de Castro del año 1920 y también en 1937 -, desde ese día inubicable se llama Aldunate suponemos que por quien fuera el primer Intendente cuando este archipiélago fue incorporado a la república de Chile, José Santiago Aldunate y Toro, que fusiló a todos los exoficiales y soldados del desaparecido ejercito realista cómplices de la abortada rebelión y no informó al gobierno chileno hasta un mes después de haber apresado y ejecutado al último de los conspiradores.

Territorio Cultural: Luis Mancilla Pérez

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