El Borracho Alferez Ambrosio Garreton

Ambrosio Antonio Garretón Fernández de Lorca nació en Valdivia donde a la edad de cuatro años su padre, el capitán comandante Juan Antonio Garretón y Pibernet, lo nombró cadete de infantería en la compañía de su mando. En marzo de 1762, cuando a su padre lo designan gobernador de Chiloé, se viene como cadete de la compañía de infantería del puerto de San Carlos, hasta marzo de 1766 cuando su padre es nombrado gobernador de la provincia de Jauja, en Perú. Ambrosio, tenía doce años, y usa el uniforme de soldado distinguido en la compañía de caballería de Tarma. Pasaron otros seis años, su padre nuevamente es nombrado gobernador de Chiloé, y Ambrosio se vino con él. Su padre terminó su período de gobernador, y Ambrosio se queda en Chiloé donde a los 24 años de edad, con 18 años siete meses y once días de servicio en el ejercito fue propuesto y ascendido a alférez de la compañía de dragones de la guarnición de Chiloé.
Ni los cargos que ha ejercido su difunto padre ni la pureza de sangre que ha demostrado su familia pueden impedir que Ambrosio Garretón sea la oveja negra del noble linaje que heredó de sus parientes viejos. En la madrugada de una parrandera noche de mayo del año 1785, ebrio a mas no poder de tanto andar divirtiéndose en las pulperías y chincheles del puerto, entró a robar en la tienda del sargento Bernardo Gómez. Lo sorprendieron porque alguien reconoció uno de los ponchos que robó y dio en parte de pago de sus muchas deudas. Confiesa su delito y entrega las llaves para registren su habitación donde descubren las cosas que ha robado, un costal de ají, varios panes de jabón, un poncho, una paila de cobre, dos paños de agujas, dos y media varas de género, dos docenas de medallas religiosas y algunas cruces. Es tanta la pobreza en Chiloé que esos artículos se consideran de mucho valor. Ambrosio Garretón es encerrado en un calabozo del fuerte, y se inicia un proceso judicial. Se designa fiscal al teniente del cuerpo de asamblea Antonio Mata, quien nombra un escribano, que según las ordenanzas debía ser un oficial de una de las dos compañías de infantería de la guarnición, pero el reo estaba emparentado o era compadre de varios oficiales y por esa razón se designa como escribiente al cabo de infantería José Barcena. El proceso se inició con la declaración de los testigos que coincidieron en decir que las especies recuperadas de la habitación del acusado eran de propiedad del sargento primero de la tercera compañía de asamblea del Regimiento Real de Lima Bernardo Gómez que se hallaba en Chiloé comisionado para reclutar soldados, pero aprovechaba su comisión para vender y cobrar la mercadería que trajo desde Lima y tiene repartida por varios lugares de la isla.
El reo elige para su defensa al capitán de artillería Antonio Bracho a quien el escribano le toma el juramento de rigor. El capitán Bracho promete defender fiel y legalmente al acusado, pero no se encuentra presente cuando los testigos hacen la ratificación de sus declaraciones ni se aparece durante el careo cuando al acusado se le leen las declaraciones de cada testigo y debe defenderse de las falsedades que contengan. En su desamparo Ambrosio Garretón dijo no tener nada que decir respecto de las declaraciones que le fueron leídas y afirmó que únicamente tomó de la tienda lo que declaró en su confesión.
Un mes después, el diez de junio, el fiscal considera que se debe dar por terminada la causa, y en un oficio informa al gobernador de la provincia “me hallo perplejo en la resolución que deba tomar que según previenen las ordenanzas parece que contradice a la pena del delito”; lo que no quería decir el teniente Antonio Mata era que según las reales ordenanzas los delitos cometidos por oficiales debían recibir el mismo castigo que se daba a los soldados y no quería cargar con los remordimientos de tan enorme responsabilidad. Sin incluir sentencia solicita la resolución del gobernador para concluir el proceso. Quien se demora varios días en la lectura y análisis de las ordenanzas; entonces, un oscuro complot se fue urdiendo en las tortuosas calles de Ancud, entonces, San Carlos. El gobernador confirma que las reales ordenanzas previenen sentencias para delitos que cometen sargentos, cabos, cadetes o soldados, pero no incluye a los oficiales. Por esa dificultad se debe remitir la causa al virrey “para que determine lo que tuviese por más conveniente”; y da por concluido el proceso contra Ambrosio Garretón considerando que su “crimen se halla suficientemente probado y no hallando en las Reales Ordenanzas pena que imponer al oficial reo por semejante delito se deja abierta la conclusión fiscal hasta que la superioridad determine la sentencia que corresponda”.
En el proceso, juez y gobernador, cometieron varias irregularidades. No se realiza un inventario ni tasación de las especies robadas, se nombró escribano a un cabo cuando debía ser un oficial, y no se había realizado el alegato de defensa; además se había cerrado el proceso sin sentencia. Para cumplir la formalidad de todo proceso judicial se realizó la defensa del acusado; el capitán Bracho justificó su tardanza en “una grave dolencia de cabeza y fatiga de pecho que por las intemperies del país ha sido poseído en estos días con la mayor viveza”; y justifica el deshonroso proceder de Garretón por la pobreza en que vive un oficial a causa del escaso sueldo, más bajo que el que ganan los oficiales del mismo grado en Lima adonde se enviaron los expedientes del proceso para que la sentencia fuera de responsabilidad del Virrey; quien la envía en consulta al Consejo de Oficiales Generales porque “si ese delito hubiese sido cometido por un soldado ordinario era sin duda acreedor a la pena capital como lo previene la real orden añadida a la ordenanza en el año 1772; con superior razón esa pena se debe imponer a un oficial en quien se hace más detestable semejante crimen por ser muy impropio y ajeno al honor con que deben portarse todos los de su clase”. Encerrado en un calabozo del fuerte real Ambrosio Garretón esperaba la irremediable sentencia, pero habría de ocurrir un sospechoso milagro.
A las dos y media de la tarde del 14 de agosto de 1785 Ambrosio Garretón “al tantear los balaustres de una ventana del calabozo los halló algo falsos” y quitándolos, sin que ningún centinela se diera cuenta, se escapó de su prisión, y sin encontrar a nadie, en más de dos cuadras y media, llegó a “tomar sagrado” en la capilla real ubicada frente a la casa del gobernador. Al refugiarse en una iglesia o en sus anexos (cementerio o convento) un reo o delincuente, por normas canónicas, obtenía inmunidad impidiendo su detención, juicio y sentencia; esto no lo sabía Ambrosio Garretón, pero alguien se lo dijo. El fiscal remitió un oficio al cura, capellán de la tropa y párroco de San Carlos, Lázaro Pérez de Alvarado, solicitando licencia para extraer al reo desde lo sagrado “juramentando bajo mi palabra de honor que ha dicho reo no se le inferirá efusión de sangre ni mutilación de miembros”. El cura entrega al reo que continua bajo la protección de la iglesia “de lo contrario los cooperantes deberán atenerse ipso facto por incursos en las penas de perjuros y en las impuestas a los violadores de sagrado”. Todo se complicaba para la justicia militar.
En Lima el Consejo de Oficiales Generales no podía dar sentencia porque habiéndose fugado el reo y acogido al asilo de la Iglesia era indispensable recurrir a la curia eclesiástica de Concepción para solicitar terminar con el fuero de asilo del reo o si por fuerza se quiere aplicar la sentencia se debía primero hacer un recurso a la Real Audiencia de la Capitanía General de Chile todo lo cual ocasionaría “una considerable detención y demora con notable perjuicio del Real Erario, y mal ejemplo para la tropa”.
Pasan dos años, Ambrosio Garretón sigue preso en San Carlos, recién en marzo de 1787 el virrey dicta sentencia y condena a Garretón “a la privación de su empleo militar, y considerando que las únicas prisiones ultramarinas de este reino eran las islas donde aquel cometió su delito o la plaza de Valdivia que es su lugar de nacimiento y donde tiene toda su parentela, lo más seguro es se le remita arrestado a la plaza del Callao y que se consultase al Rey con copia autorizada del proceso”. Cumplida su prisión Ambrosio Garretón, que casi perdió la vida por una borrachera, vivió en Valparaíso ejerciendo el comercio hasta su fallecimiento.
Territorio Cultural: Luis Mancilla Pérez