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El exilio hacia el interior en Las Paredes del día de Varsovia Viveros

Por Italo Berríos

Si entendemos la Poesía como una respuesta frente a un tiempo o a un acontecimiento determinado podríamos decir que nos enfrentamos a un gesto político. Ya lo han dicho otros. “La literatura no es inocente” afirma Roberto Bolaño en Los Detectives Salvajes. Sabemos que ni la literatura ni la poesía son inocentes y sabemos que escribir, en el mejor de los casos, puede significar un acto de sabotaje. El golpe de estado de 1973 vino a culminar una operación política deleznable y perfecta. Una operación que incluyó muerte, tortura, desaparición y exilio. Para este caso nos interesa hablar particularmente del exilio, pero no del exilio de los que se fueron, sino del exilio interior de los que se quedaron durante un tiempo o para siempre. Tal es el caso de Varsovia Viveros cuya poesía transita entre territorios contrapuestos pero que se encuentran en un punto vital para dar forma a una voz oportuna que interpreta el sentir particular y colectivo que significó la resistencia contra la dictadura en estas ínsulas apartadas. Varsovia se traslada el año 1978 desde Santiago hasta Chiloé, específicamente a la comuna de Ancud. Huir de la ciudad humeante, con el horrísono aullido de los Hawker Hunter aún graznando en el aire sucio, exiliarse frontera adentro, deslizar la sombra de los sueños e intentar rearmarlos en un paisaje que parece neutro y detenido. En la nueva ciudad ejerce la docencia en el Liceo de Ancud. Fuera de la sala de clases escribe, pero también canta acompañada de su guitarra en las tímidas peñas que de a poco asoman en la noche y la resistencia de esos años. Si bien en Chiloé la represión fue menos brutal que en el resto del país, eso no significaba en absoluto que fuera indulgente. Eso bien lo sabe la Poeta.

El año 1985 se edita el libro “Las Paredes del día” en los talleres de la imprenta Cóndor de la ciudad de Ancud. En los primeros versos podemos advertir la resolución consciente y decidida de su cometido; “En el pleno ejercicio de mis derechos/escribo estos poemas/que no son tales/sino la luz irradiando los rincones/la estrella Polar que viene y pone un cerrojo…”. El sentido del deber asoma como primera necesidad ante sí misma y ante los demás. El gesto político resulta conmovedor.

Pero también la belleza del nuevo paisaje obnubila y parece ofrecer en sus tonos crudos y verdes una posibilidad de guarecerse o de al menos detener por un instante la tragedia. “viento/toca mi puerta/trae transparencia/para nutrirme de algo nuevo/trae tu frescor para respirar distinto.”

Pero el espejismo se quiebra ante la realidad. La publicación de este libro trajo consecuencias inmediatas para Varsovia Viveros; la persecución y la censura fueron implacables. La autora debió partir al exilio cargando apenas su guitarra, unos cuantos libros y el miedo acezante como compañero de viaje.

¿Pero, cuál es el pecado de este libro, cuál es la razón para que su autora fuera incluida en la lista negra de las autoridades del régimen?. Veamos; poema SIETE: “Sonidos de metrallas/merodean la canción que busco”. Poema NUEVE: “Para enloquecer se necesita/escuchar las noticias/quemar la bandera nacional/ir por las calles disparando amor”.

Poema DIEZ: “pero yo/sigo y sigo/como si fuera ésta/mi batalla personal/contra el Dictador”. Poema QUINCE: “a esta mujer le hace falta/la fiesta del grito/como a este país le hace falta/Su revolución”

No hay concesiones en estos versos. La Poeta se sitúa en la trinchera y sabe que dispara, pero también sabe que puede sufrir el fuego enemigo. Muchos jóvenes de hoy, quienes no fueron alcanzados siquiera por la sombra de los años milicos son incapaces de imaginar los brutales alcances de la censura. Es necesario situarse en aquel tiempo y espacio para comprender el gesto, la valentía, la lucidez, la premura. Había que ser valiente o simplemente callarse. Varsovia eligió el camino áspero hacia la Poesía.

Pasa el tiempo, Varsovia vuelve del exilio, el tirano sigue en el poder, con más poder aún. No queda más que seguir escribiendo, organizarse, levantar un pedazo del país a través del arte y la música. Que no se caiga del todo. Se resiste, se combate y los años pasan.  El plebiscito del 88 dio fin a la tiranía para dar paso a la posibilidad de la esperanza. Sin embargo sucedió lo que sabemos; no llegó la alegría y en cambio tuvimos una democracia frágil, vigilada, pactada y acechada. Cruzada por ejercicios de enlace, boinazos y la sonrisa permanente del dictador en los noticiarios.

La transición fue un elefante enorme, lento y moribundo que no terminaba nunca de morirse. Y todos íbamos en su lomo, adormecidos por el vaivén de su paso, resignados, también medio muertos. Ese fue el chile en la medida de lo posible.

Volvamos al año 1985 y al libro de Varsovia. Hay veces en que la Palabra juega sus cartas y se anticipa al tiempo que vive. El poema titulado TRECE es fundamental para entender esto; “No esperes encontrar poesía donde ya no existe/hace tiempo que está escondida/…pero es mejor que ellos no lo sepan/que sigan creyéndola relegada/torturada/o desaparecida/así/tal vez algún día/todos salgamos a la calle/para recibirla”.

Si pensamos en octubre del 2019 estos versos parecen advertir, 34 años antes, que finalmente todos saldríamos a la calle a recibir a la poesía, pero no sólo la poesía contenida en el papel sino también la poesía colectiva, escrita entre todos, en los paraderos y los edificios.

El quiebre que significó el golpe de estado en la escritura de Varsovia Viveros, de alguna manera se restituye en octubre del 2019. Por primera vez en décadas se abre paso una esperanza genuina, no pactada sino espontánea, no acordada entre cuatro paredes sino gritada en las calles, coreada por la multitud.

Ahora sí casi 40 años después pueden empezar a caer una por una las paredes del día.

                                                                                              Ancud junio 2022

El Guardián del Mito: Rossabetty Muñoz

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