Oficio canalla: Escribir para ser olvidado

Seductora lectura en un fin de semana especialmente oscuro no sólo por el viento fuerte sino – especialmente – por la desgracia de una familia que fue arrastrada por el oleaje en Playa Rosaura. La espera de noticias, la visión del mar iracundo y la sensación de fragilidad mientras los cimientos de la casa apenas resisten, hacen que nos refugiemos en un libro, ese espacio de quietud, sosiego que se abre a otros mundos (no necesariamente más amables) Este libro me atrapó por su movimiento, su frescura, su humor. Cada autor de los perfiles elegidos escribe desde su condición de lector, curioso habitante de provincias que se hace preguntas acerca de las motivaciones para internarse en un mundo que terminó – en términos generales – siéndole esquivo a su personaje, no sólo en reconocimiento público, sino y tal vez más difícil de procesar, el olvido de sus libros, el vaciamiento de sus palabras tan apasionadamente trabajadas.
Se trata de la ¿recuperación? ¿puesta en valor? De 17 escritores maulinos por medio de la búsqueda de datos, filiaciones, huellas de su escritura en la literatura nacional. Aprecio que el lenguaje esté muy alejado de lo académico, que casi todos eligieron usar el tono, ritmo, cercanía de la expresión cotidiana y con ellos nos trajeron la humanidad de cada escritor. Y no los cubren de elogios, otra capa que suele ahogar los textos; más bien se preguntan, ponen en cuestionamiento los momentos de gestación de los libros, intentan situarlos entre sus pares y contemporáneos. Una exploración por sus biografías, pero en tanto los datos son relevantes para la escritura o para dar cuenta de la extrañeza.
Reconozco que no conocía a algunos de los retratados en este libro, que me han interesado por las citas que aparecen en estas páginas; eso provoca este libro, un interés nuevo y palpitante por autores que han ido quedando bajo una capa de olvido. Es cierto que hay algunos muy reconocidos como Pablo de Rokha o José Donoso, sin embargo, la maestría de sus relatores hace que se nos aparezcan con matices, imágenes que no están tan trilladas en la difusión oficial, visiones que los sitúan en un espacio geográfico lejos de la metrópoli y que se acercan a su literatura desde la duda, la inquisidora actitud de un escritor leyendo a otro. Y lo leen en profundidad, eso es lo que más me interesó, un ofrecimiento a nosotros, lectores, de otras lecturas posibles.
Los escritores leídos son: José Donoso, Pablo de Rokha, Winétt de Rokha, Hugo Correa, Carmen Arriagada, Eduardo Anguita, Emma Jauch, Stella Corvalán, Juan Ignacio Molina, Jorge González Bastías, Efraín Barquero, Margot Loyola, Tancreo Pinochet, Gladys Thein, Marta Jara Handke, Oscar Bustamanet, Claudio Giaconi. Están reseñados por autores tan intensos como Oscar Barrientos Bradasic, Felipe Cussen, Silvia Rodríguez, Felipe Moncada.
Los títulos, otra fuente de placer: imaginativos, incitantes. Sin ánimo de reducir lo leído a fragmentos descontextuados debo decir que hay imágenes muy bien contadas, como la persistencia de la correspondencia amorosa de Carmen Arriagada a pesar de la casi nula retribución de su amado; la lucidez y riesgo del Abate Molina en su elaboración de teorías acerca de la naturaleza que aún se abren paso entre nuestros científicos tantas décadas después; el gesto rotundo que mantuvo hasta su muerte de Efraín Barquero para rechazar todo honor que viniera de su natal Teno; la paradoja de una Margot Loyola que intenta navegar por lo popular y la academia sabiendo que eso es casi una contradicción en sí misma; la voluntad de escribir ciencia ficción en un país donde ese género no es valorado y persistir llamando la atención de autores reconocidos en otras latitudes; la potencia creativa y luchadora feminista de Gladys Thein…
Uno se queda con tareas nada de duras: releer a Efraín Barquero; buscar libros del Abate Molina; poner distancia en el tiempo de lectura con Winett de Rokha a ver si logramos separarla de la tremenda presencia de su marido; sumergirse en alguna novela de Hugo Correa. Para empezar.
El Guardián del Mito: Rosabetty Muñoz