En el mes del libro: volver a Gabriela Mistral

Me hubiera gustado tanto conocerla, pero en algún sentido ha estado conmigo mucho más profundamente a lo largo de mi vida como profesora y escritora. Recuerdo aquí este retrato bello escrito por Laura Rodig.
«Conocí a Gabriela Mistral en el pueblo de Los Andes, mi tierra. Tuve el privilegio de su amistad. Siete años vivió ella en ese repliegue de montaña. Los Andes comparte legítimamente la gloria de su tierra, Elqui. Me refiero a la gloría íntima, a su maduración, a hechos que influyeron en su destino. Allí escribió los poemas escolares que conoce ya más de una generación; hizo y estructuró gran parte de su labor. Es indudable que la reciedumbre de su obra está en la “madre que yace “y en la “madre que anda”. Como ella llama cariñosamente a la montaña.
Su obra está saturada de su luz campesina, del aire a veces fino y transparente y otras grandioso y tremendo que va resonando de tumbo en tumbo por los contrafuertes cordilleranos de la vibración del álamo temblando en la luz, señalando las horas y las estaciones, y recibiendo al atardecer su enjambre de pájaros, del olor y las retorceduras, de los espinos, del silencio en que crece la espiga y el cáñamo.
Desde Los Andes tendió sus hilos hacia toda América y por fin, en su trabajo de formadora de la juventud, selló su amistad con el que fuera nuestro querido e inolvidable presidente y su compañera, de quienes tantos chilenos, entre los que me cuento, podemos decir con Gabriela Mistral lo que ella en su dedicatoria de Desolación: “A Don Pedro Aguirre Cerda y a Doña Juanita de Aguirre a quienes les debo las horas de paz en que vivo“
Cuando trabaja es profundamente concentrada. Su perfil se hace tan agudo que se parece a “La Madre“, de Metrovic. Posee su lenguaje, material propio que maneja bellamente, en forma recia, precisa. No es reminiscente, sino creadora. Hay palabras que son suyas: “ruralidad”, “chilenidad”.
Profundamente mística … como lo serían San Francisco de Asís y Santa Teresa. Quiere al indio y lo defiende en cada país de América.
Posee un gran instinto sobre las artes plásticas. Marcada preferencia por El Greco, Donatello, Miguel Ángel, Rodín y los góticos. Adora las artesanías. Sabe captar la gracia de las cosas mínimas.
Su pesimismo es constructivo. Alza su voz y sucede algo. Nada olvida y va como reuniéndose con las cosas.
Sus pasiones son grandes como buena criatura de reciedumbre humana. Sus enojos y reacciones terribles y duraderas. No olvidemos que en “Los Sonetos de la Muerte “dice: “Me alejaré cantando mis venganzas hermosas“.
Sale a contar los astros en las noches.
Tiene pasión por el sentido de la justicia.
Su instinto más fiel es el de servir. Generosa en todo; animadora, pródiga en su estímulo, da su tiempo, sus cosas, su dinero.
Sus libros fueron siempre dejados a las bibliotecas para obreros (que si no las había las fundaba aunque fuera con pocos ejemplares), a los hospitales, a las cárceles de cada pueblo en que vivió.
De muy arraigado sentimiento familiar y del terruño.
No es moralista, en cambio es estricta consigo misma.
En algunos aspectos muy antigua; en otros muy moderna.
Prefiere que la quieran a que la admiren»
NIEBLA
La niebla ha ido adensándose
en forro azul-ceniciento
y cegando el mar nos hurta
la nidada de archipiélagos:
hembra tramposa y ladina
que marcha con pasos lerdos.
Difumina a Chiloé,
llega hasta Tierra del Fuego
y trueca en malabaristas
lomos de niño y de ciervo,
y mi bulto escamotea
sólo porque lloren ellos.
Ya las trampas le conozco
de Redondear el cerco
y hacer «la gallina ciega»
con el pastor o el arriero.
Ella ahora está jugándonos
el su sempiterno juego
y urde ballenas y pulpos
de un vago mar hechicero.
Nos da por bien ahogados,
perdidos y prisioneros,
aunque estarnos bajo de ella,
como Dios nos hizo: enteros.
(fragmento)
El Guardián del Mito: Rosabetty Muñoz