ARTE EN PANDEMIAFOGÓN CULTURAL

Centenario de TRILCE

Tal vez no sean muchos los lectores familiarizados con el tema de esta nota, puesto que no todo el mundo ha tenido la oportunidad de encontrarse con Trilce en su programa de estudios o simplemente por azar. Es más, pienso que la mayoría tal vez no tenga mucha idea de a qué me refiero con «el centenario de Trilce», sabiendo que, incluso, si la curiosidad los llevara al diccionario tampoco encontrarían este tan bella y sonoro neologismo.

Si restringimos la mirada a quienes gustan de la literatura, tal vez, aún siga, si no el mismo desconocimiento, sí cierta confusión, puesto que algunos conectarán la palabra al nombre de un taller literario que hizo escuela y marcó toda una época en la poesía chilena, principalmente en la del sur. Pero imagino que estos lectores muy pronto se percatarán de que el Grupo Trilce, fundado en por Omar Lara, en Valdivia, al alero de la Universidad Austral de Chile, surgió por allá por 1964, es decir algo menos de seis décadas atrás.

De modo que, tensando el hilo o poniendo un colador más fino, podremos llegar a quienes sí saben qué Trilce es este que cumple cien años en nuestro 2022 y a qué se debe esta nota celebratoria. Algunos habrán tenido la fortuna o la contrariedad de encontrárselo en un curso de castellano en el liceo o en un curso universitario. Si digo la fortuna, es porque cuando lo descubrí fue para mí todo un acontecimiento encontrármelo de golpe y porrazo, y sorprenderme con algo completamente nuevo y distinto. Al contrario, para quienes no gusten de las lecturas complicadas, tal vez fue una experiencia sumamante distinta por la particular exigencia a que obliga su lectura. Lo cierto es que para mí fue un descubrimiento y sigue siéndolo cada vez que llego a él y me embarco nuevamente en el oleaje tan particular de sus versos, sus quiebres, sus sentidos, sus dificultades tan provocadoras.

Vuelvo a lo de fortuna, porque a lo largo de mi vida he encontrado que casi a todo nivel,  desde la educación básica hasta la universitaria, los profesores le hacen al quite a la poesía. «¡Que es muy difícil!» «¡Que no hay cómo entrarle!» «¡Que los cabros se aburren!» Y qué se yo cuántas otras justificaciones. Y si vamos al grano, hasta es posible que haya algo de eso. Muy posible. Pero es igualmente posible que ese profesor no le haya hincado el diente a ese tema porque no siente pasión por la poesía y sólo ha buscado una fórmula para entregarla a sus estudiantes, unos  cuantos elementos de análisis, como si hubiera que desmembrar el cuerpo para descubrir de qué materia está hecho. Es cierto que puede hacerse eso, pero si desmembramos el cuerpo, sólo aprenderemos algo de sus partes, pero ese cuerpo (es decir, el poema) se nos morirá en la mesa de operaciones. Por lo tanto, enseñar poesía debería ser, más que nada, enseñar a disfrutar la lectura de un poema, estimular el gusto por su lectura, gozar de su belleza y su misterio.

¿Habrá que entender cada cosa que el poeta dice? La verdad es que ningún lector ni lectora podrá probar qué fue lo que el poeta quiso decir, y eso no tiene la menor importancia. Lo único importante o, dicho de otra manera, lo más importante es que el lector o la lectora consiga conectarse con el poema, percibir que ahí hay algo que le habla, que le canta, que le conmueve, le sorprende y le estremece de una manera nueva e inesperada.

Yo hice mis estudios secundarios en el Liceo Coeducacional de Castro (hoy, Galvarino Riveros Cárdenas) y luego en la Universidad de Chile, sede Temuco. Aquí y allá tuve muy buenos profesores, leí todo lo que me pidieron y lo hice con gusto. Pero, ¿pueden creer ustedes que ni aquí ni allá nunca me enteré de la existencia de un poeta peruano llamado César Vallejo, ni mucho menos de su grandioso Trilce? Es muy posible que en alguna antología me haya encontrado con su famosísimo «Los Heraldos Negros», perteneciente al libro del mismo nombre, pero no recuerdo el hecho.

De modo que recién vine a descubrir Trilce de Vallejo, cuando ya era profesor del mismo liceo del que fui alumno y motivaba a mis estudiantes a escribir poesía y a leer muchísimo, en el recién fundado Taller Literario Aumen, casi medio siglo atrás. Y la fortuna, que menciono por tercera vez, fue tan grande, que hasta hoy este libro sigue siendo una de mis grandes compañías.

Libro difícil e incomprendido

Cuando publicó Trilce en 1922, apenas tres años después de Los Heraldos Negros, César Vallejo provocó una verdadera revolución o, más bien, un cataclismo de enormes proporciones en la poesía. Y no sólo en la poesía en español sino en la poesía de todo el mundo occidental. Hasta hoy Trilce sigue siendo un libro rupturista y basta hojear algunas de sus páginas para que el lector descubra que se encuentra frente a algo nuevo y distinto y original. Así lo confirma el académico argentino Saúl Yurkievich en Fundadores de la Nueva Poesía Latinoamericana, Ed. Ariel, 1984, p.27): «Vallejo se nos ha adelantado tanto que es difícil seguirlo. Inabordable en la época de aparición, Trilce se va volviendo cada vez más traslúcido; sus valores se acrecientan a medida que, con el tiempo, nos resultan más comunicables. Desde el rechazo rotundo que produjo al principio, se ha conseguido a través del continuo esfuerzo comprensivo, desentrañar una parte de sus riquezas. Ahora se lo sabe inagotable. De Rubén Darío a Vallejo hay un tránsito como del impresionismo a la pintura abstracta.» Dice bien Yurkievic, es un libro inagotable y difícil de seguir, pero nada de eso impide que sea un libro cautivador. Y agrega: «Vallejo nos impone un modo de percepción completamente inusual; para captar su poesía, necesitamos abandonar nuestros hábitos literarios, nuestras costumbres mentales, y colocarnos en una nueva actitud receptiva, en otra longitud de onda.» (Id.) Todo eso y más es este Trilce del cual celebramos su primer centenario.

Sin embargo, no crean que los lectores o la crítica le dieran mucha bola en el tiempo de su publicación. La verdad es completamente la contraria: no le dieron bola, ni pudieron dársela porque el remezón, o la tremenda cantidad de remezones que le dio al lenguaje poético, fue tan grande e inesperado que los lectores y la crítica parecieron enmudecer si no es que enmudecieron por completo al no saber cómo reaccionar ante un libro tan tremendamente distinto.

El extraordinario 1922

El remezón provocado por Trilce fue tan enorme como inesperado. Se adelantó dos años al surgimiento del Surrealismo ocurrido en París, año 1924. Pero hasta entonces, César Vallejo nunca había tenido la oportunidad de estar en la Ciudad Luz, ni menos de salir de Perú. Este hecho, por supuesto, vuelve aún mayor la originalidad de este libro sorprendente.

Pero 1922 no sólo fue el epicentro del terremoto trilceano, que ya fue grande. Ese mismo año, en Europa aparecieron otras dos obras, que junto a la del gran poeta peruano constituyen la gran trilogía de la ruptura del canon que se produce ese año: La tierra baldía, de T. S. Eliot (1888-1965), y Ulises, de James Joyce (1882-1941), dos obras clave de la poesía y la novela del siglo XX. Obras que leeremos una y otra vez y nunca dejarán de parecernos nuevas y llenas de claves que se nos pasaron en las lecturas previas.

VI

El traje que vestí mañana

no lo ha lavado mi lavandera:

lo lavaba en sus venas otilinas,

en el chorro de su corazón, y hoy no he

de preguntarme si yo dejaba

el traje turbio de injusticia.

A hora que no hay quien vaya a las aguas,

en mis falsillas encañona

el lienzo para emplumar, y todas las cosas

del velador de tánto qué será de mí,

todas no están mías

a mi lado. Quedaron de su propiedad,

fratesadas, selladas con su trigueña bondad.

Y si supiera si ha de volver;

y si supiera qué mañana entrará

a entregarme las ropas lavadas, mi aquella

lavandera del alma. Que mañana entrará

satisfecha, capulí de obrería, dichosa

de probar que sí sabe, que sí puede

¡CÓMO NO VA A PODER!

azular y planchar todos los caos.

El Arte en Tiempo de Pandemia: Dr. Carlos Trujillo 

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