Ariel Pérez, Poeta

Describe brevemente lo que es y ha sido tu trabajo como poeta.
Podría describir mi poesía como una poesía que nace de un imaginario constituido por diferentes territorios poéticos y culturales. En ese sentido es una poesía fronteriza. Después de tantos años viviendo fuera de Chile, uno termina siendo extranjero aquí y allá, así como a la vez siendo de aquí y de allá, y esta condición tiene su correlato en mi poesía, que tiene su propio territorio, su propia dimensión, su propio espesor, su propio universo y, por qué no, su propio lenguaje.
Mi obra tiene una identidad propia, suma de los mundos exteriores que siempre son plurales y de mi mundo interior. Mi mundo poético se ha ido configurando con la presencia de las montañas, de las nubes, del agua, de Los Andes, las rocas y en particular con la de su gente, en la medida en que todos ellos se han ido metiendo dentro de mí, por decirlo de algún modo, pero también de mis propios infiernos. Lo que sucede es que mi proceso de maduración como ser humano, me ha ido permitiendo desarrollar una mirada hacia adentro, que no se disocia de las externalidades, pero que tiene una fuerte presencia en mi obra.
Mis recorridos poéticos son muchos y diversos, pero la muerte, en sus diversos sentidos, siempre ha estado allí: desde la muerte física, hasta la mística, pasando, indefectiblemente, por el cuerpo de la muerte, es decir, por mi propio cuerpo. En general, siento que mi poesía ha ido transitando un camino desde “el afuera” hacia “el adentro” de los seres, las almas/ahayus y las cosas. La poesía es infinita e infinitas son sus posibilidades para expresar el mundo y para crear nuevos mundos, también.
Cuenta cómo te iniciaste en la escritura. ¿Cuándo y cómo empezó a gustarte?
La poesía llegó a mí siendo adolescente. A través de la lectura descubrí que podía escribir, pues para mí la relación entre la lectura y la escritura es consustancial. Es así como se revelan las potencialidades expresivas del lenguaje, tanto en mi condición de lector y luego como escritor. Creo que la necesidad de escribir empezó más o menos a mis 17 años, que es cuando comienza mi vida universitaria, y cuando siento el deseo de decir cosas de manera “silenciosa”, pues en aquel entonces no descubría las múltiples voces y gritos de los que se compone un poema. Dicho de otro modo, aún no descubría que no hay nada más ruidoso y musical que un poema, y, que, por definición, se alejan del silencio.
Es así que comienzo a registrar apuntes breves que, dado el contexto histórico de Chile de aquel entonces (1977), no podía hacerlos públicos y menos expresarlos abiertamente. Así fui reuniendo papeles, que al cabo de un tiempo -seis años después- pasaron por una dolorosa e implacable selección, en 1985 (dos años después de llegar a Bolivia) se transformaron en mi primer poemario, ¿Quién cortó las Araucarias?, el primero de una docena de libros publicados.
Siento una marcada necesidad expresiva. Creo en la poiesis como acto vital. La poesía, para mí, es la forma más sublime del lenguaje escrito y a través de su desarrollo puedes llegar a expresar aquello que, de otra manera, sería imposible. Las imágenes y las metáforas, por ejemplo, llegan incluso a constituirse en realidades nuevas, en mundos propios, no sólo del poeta sino de la poesía como tal. La poesía llega a constituirse en una voz en sí misma, y no me refiero a la voz del poeta, que es otra, sino a la voz del poema, del yo poético. Esa voz es tan presente que incluso cuando tú lees algo, sientes que te va hablando interiormente, que se expresa por sí misma. Es ahí donde la poesía me interpela. En ocasiones, siento que es la propia poesía quien me habla.
¿De qué manera ha afectado la pandemia tu vida normal y tu trabajo creativo? Describe cómo son tus días en este tiempo de coronavirus. ¿Escribes, no escribes? ¿Lees, qué lees, a qué hora?
A la pandemia le debo la existencia de mis dos últimos libros (aún inéditos) “La hora eterna” y “El otoño está presente -una épica sincrónica- “. Le debo también mucha meditación, el yoga, un reencuentro con el cielo y con la muerte, la reinstalación de un diálogo conmigo mismo, que por un tiempo se había perdido… La verdad es que le debo mucho. Momentos de felicidad y de incertidumbre, hasta de sobreexposición a las pantallas. En general, he visto la pandemia como una oportunidad de crecimiento, sobre todo en su primera etapa, a la que, hace ya algún tiempo, comienzo a echar de menos y a recordar con cierta nostalgia.
Al pasar el tiempo, he comprobado algo que sospechaba desde el inicio mismo de la pandemia: que el regreso a eso que se llama “normalidad” estaría signado por la exacerbación de un sistema más depredador, más estresante, más inhumano; en suma, pues, tendría que “ponerse al día”, por decirlo de algún modo, y recuperar-generar rápidamente la riqueza que no había generado durante la cuarentena y el distanciamiento social. En ese sentido, debo reconocer que tenía miedo-desesperanza de volver a esa “normalidad” que no me gusta.
Debo ser honesto, no creo en el aprendizaje del ser humano, para ser más humano, a partir del trauma colectivo. La pandemia me dio tiempo, también, para trabajar y trabajarme, de mirar y mirarme, de leer y leerme. Leerme en mi nueva textualidad en el marco de una nueva narrativa.
¿Dejar de leer y de escribir? Pues, no. Eso es imposible. Soy de los que piensan que lo que lees, lo que escuchas y el viaje, son aspectos constitutivos de la personalidad de las y los individuos; es decir, que le son inherentes. Las personas, en mayor o menor medida, siempre estamos leyendo, escuchando y viajando. Ese leer, escuchar y viajar configuran tu propio infierno. Es solo, desde tu propio infierno, desde ese no-lugar, desde el cual puedes escribir. Si no tienes infierno, o mejor dicho, si no escribes desde tu propio infierno, la escritura (poesía) se vuelve muda y banal.
¿Crees que cambiará algo el ambiente y el desarrollo de la actividad literaria cuando volvamos a la normalidad? ¿De qué manera?
La escritura viene desde adentro, desde los confines del estar siendo que estamos siendo. Si el que estamos siendo habita las cavernas o la gloria, el dolor, la desesperanza o el amor, entonces su poesía reflejará esos mundos-ambientes emocionales. Según veo como viene la cosa, creo que se aproxima una poesía del dolor y de la angustia, pero también del amor y de la gloria; ¿acaso siempre no ha sido así? Es que creo que, en lo esencial, nada ha cambiado. La Pandemia no pudo con nosotros, tengo esperanza en que los distintos y diversos infiernos sigan expresándose a través del poema. Si esta esperanza llega a cumplirse o no, solo las voces del poema nos lo dirán. Y no me refiero a las voces del o la poeta, sino la de los poemas. Pero ese es otro asunto.
¿Qué lecturas/autores has retomado? ¿Qué aconsejarías leer en estos días?
Por norma general, aconsejo siempre leer lo nuevo, para bien o para mal, pues, aunque hay cosas muy interesantes en “lo nuevo” no siempre es garantía de “bueno”. Ahora bien, cuando me refiero a “lo nuevo”, no me refiero, necesariamente, a las últimas publicaciones, sino a la posibilidad de abrirse a un encuentro con nuevos lenguajes, nuevas voces, y por qué no, hasta con nuevas epistemologías poéticas.
Recién estuve en Chile, hace pocos días, y me he dado cuenta de lo poco que se conoce de la literatura boliviana, que a diferencia de lo que muchos creen, es bastante buena. En ese sentido, recomiendo leer todo Jaime Sáenz, toda Blanca Wiethüchter, todo Álvaro Díez Astete, todo Humberto Quino. Voces distintas, cada una de ellas y poco conocidas en Chile.
Recomiendo no dejar de leer nunca a Nicanor Parra, Pablo de Rokha, Gonzalo Rojas, Jorge Tellier, Carmen Berenguer, Verónica Zondek y Elvira Hernández. Cruzando el “charco”, recomiendo leer también a poetas jóvenes como Christoph Szalay, Maria Natt, Philip Larkin y Philippe Jaccottet, entre otros y otras.
Hace un par de semanas, en Chiloé, mi amigo Carlos Trujillo me hizo conocer su “Antología Azarosa de Poesía Norteamericana”, ahí conocí a Raymond Carver, Allen Ginsberg, Louise Glück y Terrance Hayes, entre otros y otras poetas. Dicha antología aún no ha sido publicada, pero cuando lo sea, no cabe duda que debe ser leída, pues es un importante aporte, no solo por el trabajo de difusión de la poesía norteamericana, sino también, por la calidad de las traducciones. ¡Ojalá salga pronto!
vi.
Se dice que caminó sobre las aguas, el fuego, la arena del Sahara y entre los jardines de Babilonia
Se dice que voló entre las negras nubes, desnudo y bajo la lluvia
Se dice que comió carne humana y verduras silvestres, tomó vino y té de Ceilán
Se dice que era un hombre común, y que, como todo hombre común, era algo distinto
Se dice que las mujeres lo amaron sin condiciones, por sobre todas las cosas y los seres que habitan el mundo
Se dice que transitó descalzo sobre las piedras andinas hasta que sangraron sus pies, y que se enamoró de ellas por los siglos de los siglos
Se dice que su bondad no tenía límites, que lo dio todo, sin recibir nada
Se dice que plantó árboles nativos, que escribió libros y que tuvo hijos mestizos
Se dice que nadie conoció sus sueños, nadie sus rencores, nadie sus tormentos
Se dice que fue un paria, un mal nacido, incluso un blasfemo
Se dice que nació antes de haber nacido y que murió después de haber muerto
El silencio del decir
es la única palabra confesa
El Arte en Tiempo de Pandemia: Dr. Carlos Trujillo