Cristián Arregui Berger

Aysén, septiembre 2021
Describe brevemente lo que es y ha sido tu trabajo como poeta.
He trabajado poesía desde hace un poco más de 25 años. Comencé a escribir poesía en el colegio, fue una suerte de despertar para mí, entre los 15 y 16 años. Lo recuerdo perfectamente. Fue cuando descubrí la poesía de Vicente Huidobro. Hasta esa fecha no me hacía mucho sentido el trabajo de Neruda y Mistral, por nombrar a los poetas chilenos que nos hacían leer desde chicos. Después, claro, los he releído y valorado, pero la poesía de Huidobro me abrió desde el comienzo a otra dimensión de la palabra y la experiencia, en consonancia con mis búsquedas. Luego conocería a La Mandrágora y a muchos poetas chilenos que en esos años eran muy desconocidos: Omar Cáceres, Enrique Gómez- Correa, Eduardo Anguita, por nombrar algunos. Me hice devoto de la llamada generación del 38. Esas influencias fueron claves para mí. Desde ellos me formé en la tradición poética chilena y de ahí fui a los textos fuente: Rimbaud, Lautremont, Nietszche (que en muchos sentidos puede leerse como un poeta). También Rilke, Hölderlin, Novalis, Nerval… La poesía siempre ha tenido para mí una conexión fuerte con la búsqueda interior, con la pregunta sobre el arte de vivir en lo profano y en lo sagrado. También tuve la suerte de conocer a Jorge Teillier, poco antes de su partida. Para mí Teillier era una leyenda viva. Dentro de mi visión de mundo, Teillier era un «poeta de verdad», es decir, alguien que vivía la poesía en plenitud. Me siento afortunado de haberlo percibido así, es como si en esos años hubiera podido caminar por las calles sabiendo que por ahí andaba vivo un poeta inmenso. Todo eso lo viví con la intensidad y la magia de la juventud. De ahí también que lo lárico sea clave para mi poesía. De hecho, siento que mi trabajo transita entre lo surreal y lo lárico, sin identificarse del todo con ninguna de esas etiquetas.
Cuenta cómo te iniciaste en la escritura. ¿Cuándo y cómo empezó a gustarte?
Como decía, mi trabajo como poeta es inseparable de mi pregunta por el arte de vivir, por el sentido último de habitar esta tierra. Las palabras de Teillier, cuando dice que lo importante no es escribir buenos o malos versos, sino «ser poeta», me siguen haciendo mucho sentido. Si te fijas, en Huidobro hay también una búsqueda por el vivir poético. Cada quien puede encontrarlo a su manera. No es necesario ser tan estrambótico como lo fueron muchos surrealistas o el mismo Huidobro, a veces. El habitar poético también puede encontrarse en las vidas más sencillas y calladas, en la gente del pueblo, en los niños, en los abuelos, en los animales incluso; también en los oficios tradicionales; en los bosques; en la pesca artesanal, por ejemplo, que conocí más en detalle gracias al proyecto La Faena, que realizamos con otros artistas de Aysén, con quienes conformamos el Grupo de Geopoética de la Patagonia. De hecho, en Aysén siento ese arte de vivir en muchas cosas. En los últimos años me ha interesado muchísimo la vinculación del ser humano con el paisaje. La naturaleza también nos despierta, tal como a mí me despertó la poesía de Huidobro. Pero me refiero a la naturaleza en su estado natural, valga la redundancia, nativo. He leído que Elicura Chihuailaf también rescata ese término: lo nativo. Tiene que ver con ser parte de la tierra y con el conectarse de forma auténtica con las dinámicas de la vida, desde nuestro interior. Desde la naturaleza podemos aprender esa poesía «de veras» que vi en Teillier: esa poesía que hace que un ser humano sea poeta, más allá de escribir «buenos o malos versos».
Pero claro que también intento escribir buenos versos. Hay en esto un camino de aprendizaje en el que la lectura es fundamental. Leer poesía, literatura, pero también aprender de todo lo demás. Coincido en eso que decía Pound de que un poeta debería saber de economía, de política, de historia, de cultura. Aunque no se explicite, eso alimenta lo que uno escribe. A través del poeta hablan muchas voces.
He publicado libros de poesía como Cantos de Caín y La Nada Misma. El primero es el relato poético, en verso, de la búsqueda de una mitología personal. El segundo libro es un conjunto de poemas que ensaya, a varias voces, distintas experiencias de la nada: desde la nada del sinsentido hasta la Nada con mayúscula del budismo y de la teología negativa. Luego he publicado conjuntos de poemas asociados a proyectos de artes visuales. Hice poemas para La Faena, que trata el tema de la pesca artesanal, desde una perspectiva geopoética. Ahora estoy por publicar una serie de poemas relacionados con «Casas de Aysén», un proyecto en el que trabajo junto a la fotógrafa Tania Morgado, y también otros textos relacionados con «Río Aysén», un Fondart regional que ejecuta el artista Pablo Lema. Ahí me muevo en una simbiosis entre lo poético y lo artístico, que me interesa mucho. Lo digo porque también trabajo como creador en artes visuales, cada vez más, incluso. Para mí lo visual es otro lenguaje de expresión para las mismas obsesiones poéticas. A mí tal vez me gustaría referirme siempre al arte que hago como «poesía visual», pero en realidad no se entendería porque mis estilos artísticos se identifican más con el collage, la ilustración y el video arte, principalmente.
También he escrito narrativa. Mi proyecto más reciente es una novela que trata sobre la búsqueda de la Ciudad de los Césares. Actualmente se encuentra en proceso de edición.
¿De qué manera ha afectado la pandemia tu vida normal y tu trabajo creativo?
Me parece que la pandemia ha sido un periodo intenso y provechoso, en términos creativos, para muchas personas. Me sucede, como a muchos creadores, que el tiempo que pasé más en casa pude aprovecharlo para una conexión más cotidiana con mi creatividad. Claro que este tiempo no ha sido fácil en términos emocionales. Siento que ha sido un período clave para toda la humanidad, es difícil saber aún cuáles serán las consecuencias y transformaciones que esto ha traído, sobre todo las más invisibles, las que tienen que ver con los procesos internos y profundos de las personas. ¿Cómo ha madurado la humanidad en estos meses? Por lo general se ven los cambios en la economía, en la tecnología, pero no tanto los cambios en el alma, por así decirlo. Digo «madurar», pero también podría decir «enloquecer». ¿Cómo ha enloquecido la humanidad en estos meses de pandemia? Sin duda, como siempre, hay claros y oscuros. El arte y la poesía que nazca de este tiempo hablará de esos procesos más secretos. Yo, en general, me siento esperanzado con esta transformación. Creo que a muchos el período de la pandemia nos ha servido para replantearnos cosas fundamentales.
Describe cómo son tus días en este tiempo de coronavirus. ¿Escribes, lees, qué lees?
En estos tiempos he podido integrar mi día en mayor consonancia con mis necesidades creativas. Eso lo permitía el trabajo a distancia, aunque este tenía otros elementos complejos, pero en general lo pude hacer. Esto cambia con el regreso al trabajo presencial. Hay que desarrollar una gran flexibilidad, por supervivencia y salud mental. Pero me parece que hay cambios que llegaron para quedarse.
Gracias a mi trabajo en mediación de la lectura estoy en contacto constante con la literatura, con lectores niños, jóvenes y adultos. Esto me ayuda a volver una y otra vez a una inspiración y al lugar que siento que la escritura y la lectura deben tener en nuestra vida individual y social.
Leo y escribo cada vez que puedo. Cuando siento la necesidad, principalmente, y cuando las ocupaciones abren ciertas brechas de desocupación y libertad que permiten lo creativo.
¿Crees que cambiará algo el ambiente y el desarrollo de la actividad literaria en el sur de Chile cuando volvamos a la normalidad? ¿De qué manera?
Como decía, creo que el mundo completo ya no volverá a ser el mismo después de la pandemia. Quizá al principio parezca que no tantas cosas han cambiado, pero si algo se ha transformado en el interior de las personas, tarde o temprano eso se va a explicitar en todos los ámbitos de la vida. Y en este sentido, también habrá transformaciones en la cultura, el arte y la escritura en el sur de Chile. Pero insisto, puede ser que los cambios verdaderamente importantes sean más silenciosos y den fruto algunos años después. Los cambios más visibles y publicitados son también los más superficiales, pero no necesariamente los más importantes. Con cambios importantes me refiero en específico a los ámbitos que tienen que ver con la relación de los seres humanos, con uno mismo, entre nosotros y con la vida en su totalidad. Verás, esta pandemia ha sido un encararse con la enfermedad, el dolor y la muerte. Y por supuesto que eso no deja indiferente. Ya sabemos lo que nos cuenta la historia del Buda; cuando de joven salió de su palacio y vio la enfermedad, el dolor y la muerte. Entonces nació desde su naturaleza más profunda una pregunta: ¿Cómo extinguir el sufrimiento? ¿Cómo lograr la Gran Liberación? Puede ser que en cada uno de nosotros –guardando las distancias, por supuesto–, pueda también ir gestándose una nueva comprensión y un nuevo despertar en la vida.
LAS ISLAS NUEVAS
La tumba, en la orilla, parecía una lancha a punto de zarpar.
Nos iríamos a las islas nuevas, con los amigos de la infancia,
para esto arrancábamos de la escuela y rehuíamos del día
y nuestros alientos se confundían con las voces del río.
Ninguno de nosotros supo cuándo soltarían las amarras de la nave,
pero oímos que en el extremo de la tierra había un estrecho
en donde el ocaso de un mar se unía con el nacimiento de otro.
Ahí, juntos, levantaríamos una casa, como quien levanta un sol.
EL Arte en Tiempo de Pandemia: Dr. Carlos Trujillo