Rina Cárdenas Ulloa – Narradora
Describe brevemente lo que es y ha sido tu trabajo como escritora.
Improvisación. Respuesta a la necesidad del momento, casi un acto de egoísmo, para silenciar voces que me despiertan en la noche o me asaltan a cualquier hora del día. Es terapia y autoprotección. Un tema de salud mental.
Cuenta cómo te iniciaste en la escritura. ¿Cuándo y cómo empezó a gustarte?
Siempre quise escribir. En la infancia, estaba la necesidad de contar cuentos, después, de escribirlos. La verdad es que más de alguna vez sentí que lo mío sería recopilar y escribir. Me imaginaba recorriendo las islas chilotas, conversando, grabando y después escribiendo, para que nada se pierda con las voces que se apagan y mueren. Pero mis padres me preguntaron ¿de qué vas a vivir? Se me había olvidado ese detalle, hay que financiar el acto de vivir… No me imaginaba profesora y frente a un grupo de alumnos ingobernables, entonces, como periodista podría ser…
Ser periodista no te enseña a escribir, ese es el primer error del que opta por esta profesión con fines literarios, pero me sirvió para vivir y sigue sirviendo.
Al pasar de los años me di cuenta que los cuentos de familia se estaban olvidando y decidí escribirlos para sobrinos y nietos, así nació La hermandad del escapulario, mi primera publicación, financiada por el Fondo del libro y editada por OKELDAN.
¿De qué manera ha afectado la pandemia tu vida normal y tu trabajo creativo?
Desde hace unos años trabajo en la unidad de comunicaciones del Hospital Regional de Concepción, donde la pandemia está presente en todas sus formas posibles. Mientras otros se acogían a teletrabajo y distintas modalidades, nosotros hemos asistido al hospital todos los días, porque, aunque no lo parezca, nuestra función es considerada indispensable. No tenemos escapatoria y hemos sido testigos del trabajo de los clínicos desde el primer contagio, el primer fallecido, el silencio y aislamiento en pasillos y salas de espera hasta la angustia de ver que no quedan ventiladores y hay pacientes esperando por ellos en boxes de urgencia.
En lo personal, en cada recreo que me daba durante el trabajo, en la hora de colación o en la noche en casa, el escape era escribir y después descubrí que lo más tranquilizador era volver a la infancia, cuando me sentí segura, protegida por mis padres, sin conocer la palabra pandemia. Entonces empecé los relatos del Dalcahue de los años 60 y 70 y fue mágico el reencuentro con mucha gente de ese tiempo.
El COVID desató mi necesidad de escribir, me hizo perder el pudor y la vergüenza y simplemente llené y lleno hojas en blanco.
Describe cómo son tus días en este tiempo de coronavirus. ¿Escribes, no escribes? ¿Lees, qué lees, a qué hora?
A las 06.30 estoy en pie. A las 08.00 marco mi entrada al hospital. La luz verde me dice que existo como funcionaria y asumo mis labores: un boletín diario que dice cómo estamos en COVID en el hospital, cuántos pacientes hoy en UCI, cuántos fallecidos, cuántos trabajadores del hospital contagiados, cuántos muertos. Visitamos servicios y UCIS y destacamos la labor de algunos de ellos; celebramos cuando le arrebataron a la muerte una vida que creían perdida y tratamos de mantener en alto el ánimo, difundimos testimonios y agradecimientos de pacientes y sus familias, recordando que mantenerse sanos depende de todos. Esta sencilla herramienta ha servido para que muchos trabajadores muestren a su familia lo que están haciendo día a día y para que sus hijos entiendan por qué se distanciaron o quedaron en el trabajo y no se ven con la frecuencia de antes.
Hay una serie de otras tareas que debemos cubrir y cada una involucra escribir. A la hora de colación o en dos recreos de 30 minutos, escribo lo mío y en la noche, cuando azota el insomnio, escribo lo mío, eso que me tranquiliza.
Desde que se inició la pandemia no he leído, no me puedo concentrar, no retengo las ideas y creo que la página 20 es lo que más avancé de una novela. A poco de iniciar siento que estoy matando el tiempo y dejando de ver o de vivir algo que no se va a repetir… Habitualmente cierro el libro y miro por la ventana. Probablemente estoy leyendo una novela nueva, que no se escribe en hojas de papel y se crea al ritmo del viento…puede ser un tema de salud mental. Cuando pase la pandemia intentaré leer como antes.
¿Crees que cambiará algo el ambiente y el desarrollo de la actividad literaria en el sur de Chile cuando volvamos a la normalidad?
De todas maneras, habrá un cambio positivo. El encierro y las cuarentenas nos han hecho volver a nuestras familias y reencontrarnos con lo que es realmente importante. No sé si retomaremos la normalidad, como la conocimos antes. Creo que nadie es igual hoy ni lo será después. Pienso que muchas mentes despertaron, que florecieron poetas y que todo esto debería traducirse en cuentos, libros, actividad cultural con servicios e instituciones públicas al servicio de estas manifestaciones.
¿Qué lecturas has retomado? ¿Qué aconsejarías leer en estos días?
En febrero de 2021, cuando la pandemia no llegaba a Chile, leí Regreso a Berlín y Objetos personales, de Eliah Germani. Fue lo último. En pandemia y en el colmo de la necesidad de volver a la seguridad de mi infancia, sólo he visto El Principito, que es consuelo, refugio y esperanza, nada más.
Protocolo COVID…
Llegaron de mañana a las puertas de la Morgue, en el hospital. Se habían preparado, lo conversaron… era el final.
¿No podemos abrazarlo?
No.
¿Verlo a través del vidrio?… Si veo su cara va a doler menos.
No.
Dijo que, si no salía de esta, quería irse elegante, con su mejor traje …
No sé. Creo que va a tener que viajar con “la pinta” que le pongan.
Le compré un terno…Está nuevo y es de su talla, lo tengo aquí…
En ese instante llegaron dos hombres cubiertos de pies a cabezas, empujando un carro que transportaba el ataúd sellado. No habría abrazo, tampoco ventanilla para verlo por última vez…
Por favor, él quería irse con traje y corbata, ¿podrían vestirlo?…
El protocolo, señora. Lo lamento, no es seguro. Fue bien cuidado, con mucho respeto, hasta el final…
El traje nuevo y corbata roja cayeron al pavimento.
Las lágrimas corrieron silenciosas; la familia se alejó y se abrió un abismo de dolor.
La carroza con su carga valiosa, encendió motores y el traje nuevo quedó olvidado sobre una banca, en las puertas de la morgue.
El Arte en Tiempo de Pandemia: Dr. Carlos Trujillo