ARTE EN PANDEMIAFOGÓN CULTURAL

Víctor Hugo Catalán – poeta y narrador

Describe brevemente lo que es y ha sido tu trabajo como poeta y narrador.

Cada palabra que escribo, cada verso, o párrafo narrado, ha sido para mí una aventura por un territorio que a veces me sorprende con precipicios o desiertos, o cielos inabarcables, pero a menudo hay mucha lluvia y pájaros que cantan. Es un buscar y descubrir. Es emoción y sensación, belleza, amor. Me siento ante el papel, a veces me levanto de noche y escribo en un cuaderno o en un papel higiénico y siempre hay una expectativa, una ilusión de que esta vez será el mejor poema escrito jamás, el mejor cuento. Poco a poco, de un “hobby” que era, ha pasado a ser un propósito, un quehacer diario que me ha permitido ser mejor persona, mejor ser humano. Y están las lecturas, el encontrar sentido a mi propia escritura leyendo a otros, a los grandes, en viejas antologías, en los libros que he logrado reunir y ahora en el lenguaje mudo de la pantalla. Mi escritura partió siendo un placer y a través de los años se ha transformado en una responsabilidad con las palabras, lo que al comienzo eran borbotones de inspiración que no me atrevía a corregir, ahora son borbotones igual, pero a los cuales dejo en reposo un par de horas, días, años incluso, y luego comienzo con la goma de borrar, con la pasta de pulir, con el ojo clínico para identificar las disonancias, las redundancias, los adjetivos inoportunos. En suma, ahora es un diálogo conmigo mismo, con los escritores que leo, con los mundos y con las palabras que los construyen, a las que admiro y respeto en sus sonoridades, sus ritmos, su universalidad, su belleza, su decir poético, aunque sólo sea algo que quede para que lo relea una y otra vez yo mismo. 

Cuenta cómo te iniciaste en la escritura. ¿Cuándo y cómo empezó a gustarte?

Comencé a escribir antes de haber leído a los grandes. Eso fue como a los doce años, impulsado por mi madre, quien declamaba poemas de Rafael de León, Joaquín Dicenta, Juan de Dios Peza, a la par que nos leía a mí y a mis hermanos a poetas chilenos y universales. Recuerdo la antología de María Romero. Luego estuvo la escuela, El Lector Chileno, ese libro de lectura gratuito de esos años, los de fines de los cincuenta y comienzo de los sesenta. Como a los once, leí Tom Sawyer y comencé con toda la biblioteca de mi padre- era bastante exigua – y las novelas de cowboys que intercambiaba en un quiosco o me prestaba un primo. Me gustó escribir sin saber por qué, solo que me producía una secreta felicidad o una congoja sublime. Recuerdo que prefería sentarme ante una pequeña mesa, en el dormitorio que compartía con mi hermano menor, y en hojas que me traía mi padre, ya usadas por una de sus caras, pero que por el otro estaba la página blanca que me esperaba para que vaciara en ellas mi inspiración. Luego, mientras permanecía como interno en la Escuela Normal de Valdivia, leí una gran cantidad de literatura chilena y latinoamericana, pero mi mayor incentivo estuvo en que mis poemas ganaron los concursos de aniversario de la escuela y eso me hizo pensar que escribir era lo mío y que valía la pena.

¿De qué manera ha afectado la pandemia tu vida normal y tu trabajo creativo?

Este exabrupto en nuestro vivir, esta plaga bíblica que ha significado duelo, desesperanza y miedo para tantos, a mí me ha hecho profundizar mi relación con mis seres queridos más cercanos y conmigo mismo. Soy un afortunado en muchas cosas, estoy jubilado, tengo lo justo y necesario para vivir, mis afectos están en orden, he dejado los excesos en comida, aunque sigo disfrutando de una copa de vino de vez en cuando. Todos los días, a menos que llueva demasiado, salgo a caminar por una hora. ¿Mi trabajo creativo? Ha sido más continuo, es decir, en eso la pandemia ha sido una oportunidad.

Describe cómo son tus días en este tiempo de coronavirus. ¿Escribes, no escribes? ¿Lees, qué lees, a qué hora?

Me levanto temprano y leo poesía, relatos, en internet o en páginas literarias a las que estoy suscrito. Eso hasta como la una de la tarde. Es como un ritual, empiezo preparando un café de grano en una vieja cafetera y le llevo una taza a mi esposa, enciendo el fuego en la estufa a leña y lo mantengo vivo, suelo cocinar platos fáciles, pero no he dejado de leer a diario y escribir poesía, cuentos, y releer y corregir, asear los versos, ventilar los párrafos. Suelo entretenerme en traducir a mi modo algún poema en inglés o en comparar los resultados de varios traductores. Siempre me acompaño de Mozart, alguna sonata de Beethoven, Vivaldi, Chopin. Por la tarde pinto acuarela o acrílico, para los muros de mis amigos y familiares, o para la carpeta que quedará en algún baúl. Antes que caiga la noche, veo alguna serie de TV, en especial aquellas sin violencia o escucho a Manuel García, a Mon Laferte, Serrat, Sabina, la Chabela Vargas, Los Beatles, el grupo Queen. En la noche leo, o releo a mis autores favoritos o a aquellos que pueden llegar a serlos. Aparte de lo anterior, he terminado dos libros de cuentos: «El Sol de la Mañana» y «La esquiva sombra de la tarde».

¿Crees que cambiará algo el ambiente y el desarrollo de la actividad literaria en el sur cuando volvamos a la normalidad?

Ha sido la roca de Sísifo esto de la literatura a nivel de los escritores de provincia, en tiempos “normales”. Pero las personas jugamos a la esperanza de que algo cambiará, que vendrán mejores escenarios políticos, sociales, culturales, económicos, los escritores somos más escépticos, me parece, pero seguimos escribiendo con las dificultades de siempre, ejemplo, de publicar. El sur ha dado grandes escritores, pero siempre hay un hándicap de los que están cerca de la capital, donde hay más movimiento en esto, más libros, más talleres, el espacio universitario, los cafés de los fieles. No sé qué pasará con la literatura escrita por chilotes, sospecho que hay jóvenes que emergen de los talleres, el tuyo, el de Toño Torres, en Ancud, en las otras comunas. No sé mucho de eso ahora. Puerto Montt con su “Arcoíris de Poesía”, Riedemann, que publicará un nuevo libro de poesía, no sé de los demás, están en edades como la mía, con menos movilidad, con hipertensión y otras cargas; no sé si han legado a los más jóvenes un espacio, aunque he visto señales, Nino Morales, Elsa Pérez, exalumna tuya, Roxana Miranda, osornina. Valdivia, a la sombra de Trilce, cuyo artífice, Omar Lara, nos dejó días atrás, no sé qué jóvenes están emergiendo allá, pero está la Universidad Austral, la Escuela de Castellano. En fin, siempre hay esperanza, me gustaría inspirar a algún joven para que vaya por este camino.

Creo que los viejos tenemos un rol ahí, mostrar el horizonte, abrir los círculos literarios, ir a las escuelas, vi muchas veces un negativismo a escuchar a los jóvenes y a las mujeres, eso debe cambiar.

¿Qué lecturas/autores has retomado? ¿Qué aconsejarías leer en estos días?

Mejoré mi lectura de Shakespeare, y acabo de releer Hamlet. Redescubrí y admiré a Leopoldo Lugones, incluso hice una edición artesanal de varios de sus cuentos. Chejov, Hemingway, Carver, Poe, Juan Bosch, en estos días Horacio Quiroga, de todos los cuales tengo sus cuentos completos, y siguen entre mis lecturas. He encontrado interesante leer a Haruki Murakami, a Alejandro Zambra… acabo de comprar algunos de Rivera Letelier, El hombre que miraba el cielo, Fatamorgana de amor…, Santa María de las flores negras, los cuales tenía pendientes. En fin, eso en la narrativa. La noche es larga, en mi velador están Borges, César Vallejo, Teillier, La Palabra y Su Perro, esa gran obra tuya. He estado compartiendo con mi esposa la lectura en voz alta de Gabriela Mistral. Me han gustado un par de cuentos póstumos de Carlos Ruiz Zafón, escritor de aquellos que no suelo leer. Cuando paso por mi modesta biblioteca, me encuentro con Pedro Páramo, con Las Obras Completas de Albert Camus, con Moby Dick, La Madre de Gorki, con Herta Müller, con Phillip Roth, con Francisco Coloane. Y desde un rincón me miran Huidobro, Neruda, García Márquez, Ítalo Calvino, Cervantes. Cómo ves, no soy muy sistemático. Y hay muchos que no nombro.

Algo irreverente: una versión que hice de Canto a mí mismo de Whitman, solo para mí, pues reconozco, es una osadía muy grande. Además, he elaborado dos antologías, una de poetas mujeres y otra de poetas hombres, más de un centenar de autores, desde Virgilio y Enheduanna, mencionada por Eduardo Galeano en uno de sus libros como la primera poeta de la historia. Ha sido interesante, pero esos han sido trabajos de varios años, que he culminado en el transcurso de la pandemia. Mi consejo es leer a Horacio, el Carpe Diem, leer a Monterroso, leer a César Vallejo, leer a Juan Bosch, a Juan Rulfo, a Carver, al inefable Ray Bradbury, y sobre todo, leer las vetustas fuentes de la nueva poesía. No olvidar a Homero, a Bocaccio, a Dante; leer mucho y escribir acompañado de una goma de borrar.

MILAGRO

Me gustaría

Conocer a Jesús.

Un Jesús bajito

Tan sucio y mal vestido

Como yo.

Un Jesús que diga

               -Que llueva-

Y sea sólo un decir

Una esperanza.

Luego

Sentados- él y yo-

Sobre una piedra

Ver salir el sol.

El Arte en Tiempo de Pandemia: Dr. Carlos Trujillo

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