Andrés Rodríguez Aranis – Poeta
Mi trabajo como poeta.
Difïcil en prosa -y aún en verso- intentar un acercamiento a mi poesía, no por lo compleja que pudiera ser, sino que visualizar el propio esqueleto es cosa brava. Pero puedo puntualizar algunas cosas.
Hacerse poeta y encontrar mi registro adecuado, sinceramente, desde mis principios me ha provocado constante desazón… ¿Poeta yo? ¡Pero es que lo son Dante, Shakespeare, Goethe! Y otros y otras, caramba. Qué se puede hacer, qué puedo hacer al lado de esos monumentos. Sólo garrapatear textos acalorados con el sudor frío del amor por este vuelo. Y esos comienzos míos de sonetos malparidos… con el tiempo mejoré algo, claro, eso es todo; optar por ese límite que tuve que aprender a porrazos, porque se debe tener en cuenta -más allá del ímpetu juvenil- que uno está aquí para intentar su propia poesía, desarrollarla en base a su capacidad creadora, no intentar tocar las estrellas. ¡Para eso ya está Horacio, que las tocó todas! Y en este luchar se me crecen los días: harta lectura desde Homero para delante. Y me ha salvado de la muerte, tácitamente.
Mis inicios en la escritura.
Todo comenzó en la buena biblioteca de mis padres. Ahí estaban desde Pearl Buck hasta Baldomero Lillo; Séneca (en la hermosa edición de Aguilar) a la Historia de Chile de Barros Arana (tío abuelo de mi padre), y un largo etcétera. Poca poesía, eso sí, pero había uno que otro. La famosa antología de María Romero, recuerdo de inmediato. Yo era un niño muy retraído (lo sigo siendo) y al llegar de la escuela (vivíamos en mi Yumbel hermoso), después de la leche tibia, espesa, exquisita, a las tareas escolares que nunca me gustaron y el libro de Romero. Buceaba en él; veía, repasaba esos poemas de poetas tan ajenos a mi patio de parras y naranjos y lluvias, lograba cierta conexión con ese cuervo poeano que hasta el día presente me revolotea. Y los cuentos misteriosos, campesinos de la Marta. ¡La Marta! Ella trabajaba en nuestra casa y me quería como al hijo que nunca tuvo. Al lado suyo y del brasero comenzaban a chisporrotear los cuentos de aparecidos, de nobles vecinos que habían vendido su alma al diablo, radiantes mujeres de blanco fantasma que solían atravesar los pinares danzando tomadas de la mano su ritual de muertas… Todo eso, unido a mi soledad, exacerbaba mi fantasía de mocoso pensativo y de pocasos amigos. Sin darme cuenta me había entrado ese ventarrón que es la poesía. Y ese niño que fui seguramente es, sigue siendo mejor poeta que yo, el contaminado.
La pandemia y mi trabajo literario.
Actualmente estoy interesado en un asunto que algunos años atrás no me satisfacía: vivir. Aprovecho de leer mucho, mucho más que antes y estoy repasando algunos textos míos, a ver si quedan no tan malos. Al mismo tiempo, en los poemas nuevos, salvo una excepción, no he tocado el tema de la pandemia. Soy reiterativo, aburridamente reiterativo; no suelo irme con mucha frecuencia de mis trenes, de mis calles añejas. Y a estas alturas poca confianza tengo en algún cambio.
¿Qué leo?
Leo mucha poesía del siglo que fuere, del país que fuere. Eso sí, tengo mis preferencias como es lógico. Suelo no apartarme largo rato de mi bienamada poesía latina. Ya he nombrado a Horacio. Y por aquí andan el travieso y docto Catulo, el cortesano y triste Ovidio, ahí los veo. Y Virgilio y Marcial y Persio y Juvenal, cómo no! A la inversa o en sentido correcto -qué se yo!- un amor nunca agotado por la gran poesía estadounidense (eso de “norteamericana” se lo dejo a los fascistas”): Bishop, W. C. Williams, Pound, Kerouac, así, todo en desorden cronológico, como me gusta. De los y las deste terruño sigo con Gonzalo Rojas, Jorge Teillier, por nombrar dos de mis colosos.
¿Crees que cambiará algo el ambiente y el desarrollo de la actividad literaria en Chiloé y el sur de Chile cuando volvamos a la normalidad? ¿De qué manera?
Supongo que cambiará como ya lo está haciendo. Los métodos digitales -en los cuales no me manejo mucho- están sirviendo para sostener los diálogos, los rostros, la amabilidad que significa sostener a pesar de tanto mal el Arte de la Conversación, así con mayúscula. Y más adelante, qué hay más adelante… la Sibila de Cumas tendrá la respuesta, porque todavía en su misterioso coloquio con el Hado habla, sigue hablando.
¿Qué lecturas y autores has retomado? ¿Qué aconsejarías leer en estos días?
Siempre vuelvo a Poe, ahora ando en sus ensayos por enésima vez. También poesía inglesa (Auden, Spender, el gran Keats siempre, Lowry, Hill, etc.). De consejos poco o uno que me es fundamental: leamos poesía de éste y el otro y el otro y el otro siglo y no importa quién sea -ojo, eso sí, con las traducciones.
YA ESTAMOS EN VALLEJO
urdiéndonos en cada sombra
y de repente anónimo
probable el cielo en una tierra
o la alegre agonía
de la sobrevivencia en la furia
Corazón
cuando hay poema arrancándonos el quicio
y si es de un hombre muerto
qué poema habremos de sostener.
Gato negro sobre un gato blanco
o espumarajo volándonos los dientes
ahí va el hombre cubriendo todo el lastre
qué es ese hombre diremos
sino el apellido.
No hablar de territorio, dice la experiencia.
Pero de qué pulso nos morimos
en Lima La Horrible al decir del otro,
porque somos ínfula y miedo
muertos de la sonrisa
y muertos de muerto.
De América La Espantosa
la que descansa sin cuerpo
la que vibra con pobrezas mascando
el talco de los testículos
desa tierra nos dibuja el Ángel mísero
acaso piedra o misterio en el fondo.
Del cálculo qué haremos
sino el estrangulado semen
para el gusto de los que van viviendo cojos
en lo remoto viviendo
ojos menos
se sacrifica el que se hiere médula y
es medula (*);
a qué reírse desto si ya nos ríen.
Ya estamos en ése
el pérfido acróbata
que se dice que dijo algo
del cadáver lleno de mundo
Ay de nosotros
tan soberanos.
(*) Verso de Francisco de Quevedo
El Arte en Tiempo de Pandemia: Dr. Carlos Trujillo