FOGÓN CULTURALGUARDIÁN DEL MITO

Somos lo que leemos y escribimos – Las palabras nos construyen

El espacio público se ha llenado de comunicaciones, mensajes desprovistos de substancia, hueros, como se dice en Chiloé. Amenaza el fantasma de la Torre de Babel, ese sueño soberbio de los hombres que Dios castigó confundiendo sus lenguas; las múltiples redes que aparentemente nos unen, fragmentan hasta lo imposible el decir, hay pedazos de sílabas flotando en la tecnología, emoticones, imágenes que simplifican discursos complejos. El castigo no se trata de confundir las lenguas, sino los significados.

Las palabras se vacían, manoseadas, reducidas a astillas secas y en ese trance, los lectores miramos ávidos hacia los tiestos de agua esencial: los libros.

Los libros pueden ser espejos. El primer reflejo de esa imagen que se va a delinear incansablemenste, a borronear y volver a dibujar una y otra vez en la vida. Trazos que se verán engrosados por la vision de otros, del reconocimientos en otro que son uno mismo.

Por eso es tan peligroso leer solo un tipo de libros. Por eso es peligroso que el canon lo imponga una cierta clase, una elite, un grupo interesado y que esa lectura se erija como la única legítima llegando incluso a postular que hay que reescribir los libros del pasado con las ideas de hoy.

Muchos no se encontrarán con los grandes libros (y lo pienso en el sentido de su capacidad de penetración en el magma de quienes somos) más que en la escuela. Por eso no debiéramos renunciar a establecer diálogos permanentes entre libros diversos.

¿Cuál es el peligro de la historia única? ¿de un canon oficial y cerrado? Primero, el espejo roto que nos devuelve una imagen que no somos y que nos margina de la valoración de lo propio. Por eso es importante volver a los autores que rastrean en el conocimiento primero y originario: el de su propia tierra y su propia gente. Formar un cuerpo e lecturas siempre dialogantes entre el mundo propio y el ajeno.

En la primera infancia ya ocurre la maravilla de conocer la experiencia estética  como modo de expresión y conocimiento que no es solo lógico y racional sino que incorpora la percepción sensible, se deja conmover por el entorno y dialoga con eso. Ese modo de acercarse al conocimiento nos entrega pistas significativas sobre las necesidades de aprendizaje en el sistema escolar, generando repertorios de conocimiento significativos. Y entre ellos está la enseñanza de las artes, de la escritura creativa. Los que hemos hecho talleres sabemos de la importancia del proceso y no solo el resultado, de los tiempos que involucra un trabajo creativo, de la integración de saberes, de la incorporación del fracaso como aprendizaje, del asombro, de la observación constante.

Aprendí, cuando era niña, poemas de memoria; toda mi vida he tratado de ofrecer a otros niños como la que fui, esa experiencia remecedora y apasionada del encuentro con la poesía: su ritmo, su cadencia, el resonar misterioso de palabras que no se entienden con la limitada razón.

Y me pregunto si no será eso algo que nos estaba faltando en las salas de clase. Vivíamos preocupados por tener los mejores elementos tecnológicos, por dotar a las escuelas de los avances en materia de aparatos y olvidamos que todo eso podrían – eventualmente –  encontrarlo afuera, en la calle, las tiendas; en cambio, era y es irreemplazable el contacto atento con el otro, con el maestro que puede abrir el camino a la curiosidad por todas las cosas del mundo. No es que la escuela deba estar separada del mundo, más bien es un pequeño recodo, un espacio de anidación para las almas que crecen juntas. Pienso que podríamos aprender lecciones básicas como escuchar atentamente lo que dicen y lo que no pueden decir los demás; guardar silencio y dejar que se despliegue el mundo natural, poner atención a las pequeñas vidas que nos rodean, a los habitantes microscópicos. Austeridad. Economía de recursos, pero generoso encuentro entre seres humanos.

El Guardian del Mito: Rosabetty Muñoz

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