Breve Enciclopedia del Miedo: El Trauko
A doña Irene le gustan las papas con ají color y cebollas fritas, agradece acompañarlas con trozo de chagua, cuero de cerdo, y un vaso de vino blanco. En los anocheceres de invierno cuando con sus hermanas se reúne a degustar sus papas mayo, la conversación se aleja hasta los años cuando no existía el plástico.
Recuerda que su madre decía que en la casa de unas tías abuelas cierta vez llegó un trauko, y eso lo supieron porque en las noches tenían malos sueños, y al otro día despertaban con náuseas y dolor de estómago. Eso sucede, afirma sin dudar, porque al trauko le gusta sentarse sobre el pecho de la gente que duerme. Esa anciana tía abuela, que vivía por Queditao al interior, dejaba montoncitos de arena en el suelo delante de la puerta de los dormitorios para con eso distraer al trauko que tiene la costumbre de llevar la cuenta de todo. Pero en su obsesión por contar los granos siempre se confunde, y tiene que volver a empezar, y en esa tarea lo pilla el amanecer. En las zonas cercanas al mar dicen que mejor remedio es dejar en el suelo, a la entrada del dormitorio, un caparazón de centolla, el Trauko tratará de contar las púas, pero una y otra vez, se perderá al no encontrar donde comenzar y terminar su cuenta.
En Chiloé nadie niega que este ser mitológico se viste con quilineja para confundirse con la espesura del monte donde vive. Tiene cara de viejo, dice doña Melina que esa noche acompañaba a su hermana Irene, y agrega: no es más alto que una vara. Nunca se lava, pero huele muy bien. La María Muñoz se encontró con un Trauko, por los alrededores del cruce Challín, cuando eso era puro monte. No había electricidad ni caminos. Al final de un potrero, donde comienza la espesura, lo vio. No le alcanzó su olor por eso pudo arrancar.
El trauko siente obsesión por las mujeres jóvenes a quienes hipnotiza con su aroma a flores del monte provocándoles sueños eróticos y deseos libidinosos de tanta fuerza que ellas no se pueden resistir a ser poseídas por ese ser del demonio, relata doña Irene. Por los lugares donde pasa el trauko florece el Coicopihue. A los hombres los pierde en el monte, los desorienta, les confunde las marcas, pueden estar todo el día caminando en círculos sin poder encontrar como salir. A menos que se den cuenta que es el Trauko que los tiene confundidos y, entonces, amenazar con mearle encima.
Al trauko le fascina el color rojo, camina apoyado en un retorcido bastón para mantener el equilibrio por causa de sus pies sin talones; describe doña Melina cual si lo estuviera viendo. No cruza ríos ni brazos de mar, siempre está en el monte y se acerca a las casas. Gusta de las murtas, y en los días de cielos despejados se trepa a los tiques a admirar el paisaje. El tique es un árbol cuya madera es muy apreciada para hacer cuadernas de embarcaciones.
En algunos lugares de Chiloé lo llaman Ruende, un nombre que emparenta al Trauko con los Trasnos de Galicia.
Al preguntar a doña Irene sobre los poderes eróticos del Trauko, me mira extrañada como no creyendo que alguien de la ciudad se interese por esos saberes viejos. Me cuenta que: “En los tiempos de mi infancia era común que las muchachas solteras atribuyeran su embarazo, que era una deshonra para la familia, al Trauko decían que las había conquistado con sueños que no eran sueños”. Me despido de las hermanas Oyarzo sin decir que esos hijos de padre desconocido han convertido al Trauko en un enemigo del movimiento feminista, que en grafitis escritos en varios muros, en la capital del archipiélago, acusan al Trauko de macho violador y amenazan con exiliarlo de este mundo.