Breve enciclopedia del miedo: El Basilisco
Uno de los miedos que poblaba nuestra infancia, ya hace más de medio siglo, era el temor de encontrar un huevo basilisco. Pequeño huevo puesto por una gallina vieja o por un anciano gallo colorado. Si se descubría un huevo extraño inmediatamente se tiraba al fuego para evitar que pudiera contener el “Atrarao”, pequeño gusano que al nacer se esconde bajo el enraje de la casa y después se convierte en basilisco; dicen que la ruda es un arbusto cuyo olor aleja a los basiliscos.
Cuando un basilisco llega a vivir bajo una casa, es mejor abandonarla cuando no incendiarla si nada ha podido espantarlo. Una forma de matar un basilisco es colocar espejos en todas las habitaciones; al basilisco lo “fulmina” su propia mirada. La creencia de que el basilisco nace de un huevo contrahecho y deforme puesto por una gallina vieja o un gallo culebrón parece tener su origen en las palabras del profeta Isaías que dijo que ciertos gallos “incuban huevos de áspides, y quien comiere de esos huevos morirá; y si los cobijan en estiércol saldrá un basilisco”.
Lo cierto es que el origen de este ser mitológico se pierde en la profundidad de las edades; miles de años han ido modificando su aspecto. Para Ulises y sus marineros era una serpiente que nació de la sangre de la Gorgona. En la supersticiosa Edad Media se convierte en un gallo con grandes alas espinosas, cola de serpiente, y un maléfico poder en su mirada. Con un aspecto semejante, escondido en la imaginación de los españoles, hace ya casi cinco siglos, llegó a Chiloé para quedarse a vivir bajo las casas, alimentándose de ratones y pájaros, y secando el aliento de los moradores.
Esos cristianos viejos, que nos heredaron sus apellidos y supersticiones, estaban obligados a creer que existía el basilisco porque la versión de la Biblia conocida como la Vulgata, leída y predicada por frailes franciscanos y curas jesuitas, traduce como basilisco la palabra hebrea Tsepha, que era el nombre de un reptil venenoso. El profeta Isaías, en 14:29, amenaza a los filisteos anunciando: “No te alegres tú, Filistea toda, por haberse quebrado la vara del que te hería; porque de la raíz de la culebra saldrá basilisco, y su fruto serpiente voladora”; y cuando Jeremías profetizaba la desolación de Jerusalén amenazaba: “Porque he aquí que yo os enviare serpientes basiliscos para los cuales no hay encantamientos”; algunos aquí podrán creer que ya hace miles de años se anunciaban los misiles con los cuales hoy Israel asesina al pueblo palestino. Pero donde la Vulgata traduce basilisco versiones posteriores escribieron áspid. La versión de Cipriano de Valera generalizó el uso de basilisco en los lugares donde la Vulgata había muy ambiguamente escrito el nombre de variedades de ofidios inexistentes. Para los profetas del Antiguo Testamento el desierto de Neguev estaba poblado de basiliscos y serpientes voladoras. En uno de los Salmos (91: 13) se lee: “sobre el león y el basilisco pisaras”. Plinio el viejo, en el siglo I, decía: “Todo el que mire a los ojos de una serpiente basilisco muere de inmediato; incluso su aliento abrasa la hierba, mata los arbustos y rompe las rocas en los lugares donde habita”. Para San Agustín el basilisco “es el rey de las serpientes como el diablo es el rey de los demonios, con su vista y aliento mata los pájaros para después tragárselos”.
En nuestro archipiélago el aspecto de este ser mitológico no se diferencia de la tradición medieval, también nace de un huevo del cual surge un pequeño gusano, el “atratrao”, que corre a esconderse bajo el piso de la casa donde permanece hasta completar su desarrollo y convertirse en un basilisco que en las noches, cuando la gente duerme, entra en las habitaciones y oculto en la oscuridad del cuarto, con su larga lengua y emitiendo suaves silbidos, sorbe la saliva y roba la energía de las personas.
Un basilisco también puede vivir en los montes. Una señal de que en un lugar vive un basilisco es que allí no se ven volar pájaros. Su mirada seca los árboles y quema el pasto en aquellos lugares donde vive. El agua de la vertiente donde bebe un basilisco queda envenenada por siglos a menos que San Juan cabalgante la bendiga durante la mágica noche del 24 de junio.
En los libros de caballería se dice que Palmerín de Olivia con su espada mató un basilisco y que Belianis de Grecia en su escudo lo llevaba dibujado, y por ello fue llamado el Caballero de los Basiliscos. Este ser mitológico también aparece en la literatura del Siglo de Oro del Renacimiento español. En el Quijote, Cervantes nombra tres veces al basilisco, y en 1620, en la segunda parte, el Lazarillo de Tormes maldiciendo su mala fortuna dice: “por lo que de ti he experimentado creo no hay sirena, basilisco, víbora ni leona parida más cruel que tú”. Lope de Vega en su poesía usa y abusa de metáforas sugeridas por el basilisco. Francisco de Quevedo escribe un romance de 68 versos cuyo tema es el basilisco donde refleja el pensamiento de quienes no creen en la existencia de este monstruo al decir:
“Si está vivo quien te vio,
toda su historia es mentira,
pues si no murió, te ignora,
y si murió no lo afirma”.
Para mejor entender estos versos no hay ni que echarles agua. En un documento muy antiguo conservado en el Archivo de Indias se describe que en el año 1744 el Cabildo de Castro, en ceremonia inquisitorial con escribano y acusadores, mandó decapitar a un gallo que se decía había vivido trece años, y que a esa edad había puesto un huevo. Luego de ser solemnemente decapitado, frente a todo el pueblo, su cadáver fue quemado con el tal huevo.
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