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Las Trampas de la Memoria: El Terremoto de 1960

Hace sesenta años hasta Castro se llegaba por mar o en un bus destartalado que recorría un camino trazado a un costado de una angosta línea de un nebuloso ferrocarril. Antes del cruce de calle El Tejar comenzaban los palafitos que clavados al borde mar rodeaban la colina hasta el puente Gamboa. Al llegar a Puntachonos, en la curva final, aparecía un muelle de cemento que el día 22 de mayo de 1960 fue completamente destruido por el más grande terremoto hasta hoy conocido.

La destrucción telúrica que causó aquel terremoto se describe en el libro de Luis Mardones Ballesteros; «El terremoto de 1960 en Castro, Chiloé”; una historia que puede parecer poco ortodoxa a nuestros tradicionales historiadores, que no ven en ese libro la crónica de cómo vivieron ese acontecimiento trágico quienes habitaban la ciudad. Una crónica fotográfica que no tergiversa la realidad de esos años ni mistifica la gravedad política y humana del drama social que produjo aquel terremoto. Fotografías que muestran la dimensión de la catástrofe con más veracidad que nuestra efímera memoria, y amalgamada con la alquimia de un trabajo serio se rescatan los paisajes y nombres de las personas retratadas en las fotografías de Gilberto Provoste, Tulio de la Torre, y otros testigos presenciales, y los fotógrafos extranjeros: Frank Scherschel, Jack Garofalo, que en esos días aciagos llegaron hasta esta isla desamparada de toda ayuda gubernamental. Fotografías que permiten ver la ciudad desecha por una catástrofe inconcebible; el rostro de la gente desamparada de toda ayuda que no fuera la solidaridad de sus vecinos que en mejores condiciones sobrevivieron a aquel terremoto.

Actualmente las tergiversaciones intencionadas y las trampas de la memoria ha convertido esa catástrofe en una mitología de acontecimientos absurdos que se hicieron notorios en febrero de 2010 cuando la amenaza de un tsunami, consecuencia del terremoto ocurrido en Chile Central, hizo que muchos asustados habitantes de Castro corrieran al cerro Millantuy mientras otros en sus vehículos escapaban hasta las alturas de la Chacra o hacia las colinas de Gamboa para refugiarse de la amenazante inundación que sumergiría a la ciudad y sus habitantes. Se creía que las aguas subirían por calle Blanco y llegarían hasta el edificio municipal. Los  descoordinados relojes de la memoria confundieron la ubicación del edificio edilicio en épocas diferentes.

En los meses posteriores al terremoto de mayo de 1960 no había otro modo de llegar a Castro que no fuera en barco o en avión. Los caminos estaban destruidos, los puentes se han derrumbado. La gente escapa de los villorrios rurales y caminando por senderos boscosos se viene a buscar ayuda a una ciudad destruida. Arrastrando siglos de pobreza, cientos de peregrinos, queriendo encontrar remedio a sus miserias acampan en la plaza de una ciudad destruida ubicada en el centro de una isla que no importaba al gobierno central; construyen ranchas con latas viejas y maderas rescatadas de las casas destruidas por el incendio que comenzó pocas horas después de ocurrido el terremoto. Cuando llegó el invierno, para esconder tanta miseria, fueron trasladados hasta una cancha de futbol ubicada cerca del cementerio.

Se dice que allí murieron decenas de niños y ancianos, otros dicen que aquello no es cierto, que nunca hubo gente acampando en la cancha dos del estadio de Castro. Había quienes decían que la gente que vivió en la plaza al comenzar el invierno regresó tranquilamente a sus hogares; y otros dicen que en esa cancha de futbol vieron chozas hechas con tablas y latas oxidadas, y niños mocosientos corriendo a pie pelado esquivando pozas de aguas escarchadas, gente humilde cocinando en braseros, ancianos soportando el frio y muriendo de tuberculosis. Lo cierto es que todo fue olvidado. Pero existe un registro visual, una película brumosa, mostrando una realidad escondida por una lluvia torrencial cayendo sobre las casuchas miserables en un sitio inundado. Esto que parece una fantasía triste, fue olvidado. No es historia la realidad de los miserables, simplemente, era la pobreza cotidiana en que vivíamos en el Chiloé de los años sesenta.

Aceptamos como verdad incuestionable que los daños materiales reflejan la verdadera dimensión de la destrucción que causa un terremoto. Los millones de dólares dimensionan los daños y las consecuencias económicas. Pero los edificios, puentes y caminos destruidos, el costo de la reconstrucción esconden los daños sociales, no dejan ver la pobreza que durará generaciones, las enfermedades y las carencias sanitarias, la falta de escuelas, el desempleo, la emigración, la falta de urbanización, la desnutrición y otras calamidades que en Chiloé permanecieron invisibilizadas por los daños materiales que causó el terremoto de 1960.

Territorio Cultural: Luis Mancilla Pérez

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