Haiku de Jaime Mancilla(1)
Textos de Por Ricardo Mendoza R. del libro Carne Mechada, próxima aparición
Por Ricardo Mendoza R.
del libro Carne Mechada, próxima aparición
Cierta opinión adulta, tan difundida como errónea, pretende convencernos de una así llamada literatura infantil. A esa opinión son fieles los concursos y premios que se otorgan, curiosamente, a narradores y poetas que fueron infantes en un pasado algo remoto y protoalfabético.
A dos errores subsidiarios puede conducirnos esa ñoñez: 1°) que la niñez no puede producir textos iluminadores; y, 2°) que los ex-infantes que escriben pensando especialmente en los infantes que fueron, producen una especie de literatura desleída. Y tal vez un 3°): que nada tiene esa literatura para nosotros (muchachones crecidos) excepto lechecita descremada.
Y aunque me he puesto un poco reacio a la hipótesis de las novedades literarias –que de acuerdo a la experiencia, tienden a ocurrir en el pasado–, nunca olvido a un crítico que recomendaba emborracharse con todo tipo de «chichitas». De allí que, vencidas las naturales renuencias, puedo certificarles, como Borges, que, al contrario de la opinión mayoritaria («cada vez que me sorprendo en acuerdo con la opinión mayoritaria, pienso que es tiempo de sentarme a reflexionar», decían mi padre y antes que él, Mark Twain), la belleza es ubicua y nada escasa, y nos espera a cada paso.
La así llamada literatura infantil no significa una versión pobre o limítrofe de una no expresada literatura adulta; ni que no concurran en ella las mismas referencias, tradiciones y fuerzas que actúan sobre esta. Ni que en ella no ocurran semejantes revelaciones y parecidos placeres que en esta. O terrores, trancas y monstruos como los que Perrault, Andersen y los hermanos Grimm se encargaron de enquistar hasta hoy en la memoria de nuestra especie.
Lo prueba como tantos otros este primer libro de Jaime Mancilla, La Campana del Pescador a Lienza y Otros Poemas, Premio Marta Colvin de Poesía Infantil, del Fondo del Libro y la Lectura.
La Campana… resuena con tañidos a veces muy lejanos y conversa no siempre con los niños, sino con viejos conocidos y muertos que nos hablaron en otras lenguas.
Respetables epígonos mediante, esos muertos instalaron formas y modos de mirar que están en algunos de estos textos breves y concentrados; a veces como en las greguerías que decía Gómez de la Serna que había inventado, pero más frecuente y explícitamente como en el haiku, esa antigua forma poética japonesa, conocida en nuestro continente desde hace por lo menos un siglo.
La precisión para construir –si toleramos ambos macizos términos para aludir al más ligero de los géneros– sus imágenes, casi se ha convertido en tradición y objeto de estudio permanente en América. Mi referencia más antigua son los que empezó a escribir el mexicano José Juan Tablada, después de su estadía en Japón hacia 1900, uno de los cuales es este, entre otros textos que se niegan a abandonar un lugar en mi memoria:
Del verano roja y fría
carcajada
rebanada de sandía.
Borges y Benedetti, entre otros escritores americanos, los han escrito también.
Oigan ahora este
Haiku de la Pulga en mi Cama
Gorda de mí
la pulga entre mis sábanas
apenas salta.
Este último, como habrán adivinado, no es de Tablada, Bashô o Borges, sino de Jaime Mancilla, aportando con esa pulga –ahíta no por gorda sino por ese apenas–, a la lista que él, seguramente, no cerrará.
Ocurrencias de humor, reflexiones, escuetos croquis, suaves misterios nocturnos, constituyen las gratas materias que tocan estos poemas que no hay por qué dejar solamente en las manos de los niños.
[1] En Jaime Mancilla, La Campana del Pescador a Lienza y Otros Poemas, Ediciones Kultrún.
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