La caricia completa de la noche: Una búsqueda poética
Textos de Rosabetty Muñoz.
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El año recién pasado nos remeció con su carga de realidad, su peso mortal. Y debimos ensayar nuevas formas de encuentro, otras maneras de relacionarnos no sólo entre los nuestros sino con todo el entorno; preguntarnos, asumir nuestra parte de responsabilidad con el descalabro del mundo conocido. En este contexto y cansada de las pantallas, partí con un retorno a la correspondencia manual, el recado manuscrito que no tuvo muchos retornos; sin embargo, tengo que celebrar la llegada de algunos libros a mi escritorio. Uno de ellos, el que he estado leyendo estas primeras horas de marzo y que ha viajado desde Córdoba, Argentina con la terquedad propia de la poesía.
Los versos que se despliegan en 47 páginas, fueron publicados en octubre de 2020. No es casual que se edite poesía en medio de la incertidumbre ni que se esté leyendo mucho en todos los formatos: se trata de rastrear con varas (zahoríes) los lugares donde están los abrevaderos que nos permitirán seguir viviendo.
En la primera parte del breve libro, los poemas se hacen cargo de los rumores vegetales, de seguir la lenta elaboración que crece sobre el tronco de los árboles, del transcurrir del tiempo que se suspende como goteando sobre los elementos que nos rodean. Las palabras nos conducen mientras se despiertan, se sienten, los distintos habitantes de la naturaleza. Se trata de un paisaje espeso, múltiple que ya no puede ser concebido como telón de fondo para los avatares humanos, sino que se va dibujando en relieve hasta que cada pequeño ser, cada aleteo ocupa el primer plano. “Las cosas entran en compás de espera eterno”, la voz poética se interna en ese estado suspendido y declara “el miedo de animales mayores”. Se instala así un desplazamiento de la percepción acerca de quién reina en el mundo natural. Desdibujados, cada vez que aparecen los seres humanos, son sueños, nadie, sombras. “No se tienen / ni el hombre al animal / ni el animal al hombre / se acompañan en un punto que ignoran”
En el segundo grupo de poemas, señalado por dos epígrafes que abren nuevas líneas de exploración, nos encontramos con un niño que teme perderse en la noche de existir, que se va fundiendo con todo lo que ES afuera; ese niño nos recuerda la sensación de que ha habido una unión amable con el mundo; un estado que se rompe cuando se tiene la herida de la conciencia. El dolor de haber perdido la perfecta simbiosis se manifiesta también en el decir “Y las palabras se golpearán entre sí / y de mi boca sólo caerán heridas”. No se comprende la totalidad “La tarde era una máscara repleta de verdad” se atisba pero no es posible adentrarse “no hay manera de nadar en la profundidad / de ninguna conciencia”. Hay tantos que se fueron, que no sintieron la unión definitiva con la tierra, ya no están, son los sonidos del ramaje, pasos celestes.
Pero la voz lírica puede ser también baqueana, intérprete de ese ámbito natural. Puede ser el bosque, el verdor, imitar la capacidad de creación: “Pedí que me fuese dado oír / el habla de los árboles”. La palabra va nombrando y con esos nombres, haciendo aparecer; como quien enciendo luces sobre las personas amadas, hijos, padres, hermanos. Inaugurando con ellos una nueva forma de habitar: “Apoyo esos nombres sobre mi cuerpo / huelo la eternidad”.
Julieta Lopérgolo (Rosario, Argentina, 1973). Licenciada en Letras (Universidad Nacional de Rosario), Licenciada en Psicología (UCES, Ciudad Autónoma de Buenos Aires). En 2018 publicó el poemario Para que exista esa isla, por la editorial Postales Japonesas (Córdoba). En 2019, Más lento que la noche (Postales Japonesas, Córdoba). En 2020 publicó Agua de pozo (Ediciones Arroyo, Santa Fe). Pero en el aire, ganó el Tercer premio en la categoría Poesía de la Convocatoria del Fondo Nacional de las Artes 2019 (Argentina). Poemas de Para que exista esa isla fueron traducidos al italiano por Alessio Brandolini y publicados en Fili d’aquilone (54 – Fiabe y Follia).
Publicó artículos de crítica literaria y psicoanálisis en revistas académicas, y poemas en revistas y blogs de poesía.
Desde 2017 vive en Montevideo.
El Guardián del Mito: Rosabetty Muñoz