FOGÓN CULTURALGUARDIÁN DEL MITO

Cada uno dice adiós o buenas noches, a su manera.1

Por Rosabetty Muñoz

Febrero de 2021

Las mujeres mayores, ancianas de mi pueblo se sientan tranquilas en sus cocinas a hablar de la peste y los desastres naturales. “Es el apocalipsis” dicen, entregadas a un relato incrustado en su imaginación desde niñas. “Se está acabando el mundo” repiten y – de algún modo – esa convicción actúa como bálsamo, no ofrecen resistencia a una realidad que supera cualquier esfuerzo humano por cambiarla.

Las entiendo, es dura la incertidumbre. Es dolorosa la condena de tener los ojos abiertos mientras el mundo conocido se desdibuja y cambia, tal vez para siempre. El año 2020 vivimos un tiempo suspendido, con un futuro borroso; meses que nos empujaron de regreso a espacios privados, a lugares antiguos, anteriores a la agitada vida contemporánea.

Y en el encierro, se prendieron todos los aparatos, permanecieron encendidos para trabajar, entretenerse, conversar; con ese ruido permanente de fondo, empezamos a echar de menos los cuerpos ciertos de los otros y a sospechar que se nos estaba exigiendo el desplazamiento de los cómodos lugares conocidos hacia otros, desconocidos.

Este es el tema medular que atraviesa el poemario de título explícito: Los últimos Inanes días. En este ojo de la tormenta, se sitúa la voz de la poeta para tantear la materia de quiénes somos en un mundo que se descalabra.

“Los goznes de la palabra crujían por desuso” dice la voz poética y enuncia así la fragilidad de las palabras para decir este proceso de descomposición. No se trata de la palabra sólida, cocida por siglos en la lengua de profetas; sino de esta otra, frágil y balbuceante que intenta decir el fin de un tiempo. Cito: “ya nada se parece a lo que era”, ya veníamos perdiendo memoria fundamental para habitar los mundos diversos. Persiguiendo no sé qué éxito ofrecido por las enormes pantallas del mercado. Y he aquí que nos sorprende un virus que ocupa las redes de la gran aldea para expandirse, para recordarnos cuán frágiles somos.

Se contempla en el papel, en la página, cómo todo se termina, cito: “hay un problema esencial con el flujo” sólo van quedando rastros vacíos de lo que fue el mundo conocido. Crece la sensación de estar sumergido en aguas estancadas, las relaciones trabadas en silencios que se atraviesa a duras penas y con una derrota anticipada. Se sabe que no hay posibilidades de romper la fatalidad. Los personajes se mueven como autómatas que no sienten, que olvidan paulatinamente cómo sentir, trastabillando con los recuerdos de lo que fue la cotidianeidad. La voz lírica se va quedando con la alergia ya desaparecida de la primavera; efectos, síntomas, huellas vacías. Se abandonan los días con la sensación de que todo esfuerzo es inútil, un reflejo absurdo de lo que esperábamos.

Se nos habla de racionamiento, de los desencuentros íntimos en el breve espacio de una habitación, de la soledad de los cuerpos. Las palabras son un espejo del desencuentro intentando decir lo que ya no está. En este nuevo estado de las cosas, la metáfora se hace necesaria, dice la hablante, sólo ese lenguaje parece tener lugar en la debacle. “Nuestros ojos buscaban en el desierto, algo de qué despedirse”.

La poesía, una vez más, es fiel al pacto de la palabra para decir el mundo, en este caso, un mundo que se deshace.

Los elementos naturales, agua, tierra, que fueron entorno y fuente de nuestra existencia, ahora son enemigos; desbordaron como en el cuento Dos pesos de Agua de Juan Bosch, en esos tiempos cuando la literatura en la sala de clases nos hacía pensar y reconocer cuántos nos parecíamos a otros, aunque estuvieran en un espacio distante o en otro tiempo, muy lejano al nuestro. La desgracia que se abate sobre los desamparados personajes del cuento es peor porque, en un desencuentro fatal, lo que están recibiendo es justo lo que pidieron: agua, esencia de la vida.

El conjunto de poemas finaliza con algunas consideraciones acerca de los textos, los llama comentarios erráticos, comentarios al margen. Queda la sensación de escritos urgentes sucediendo mientras todo se acaba, un poco a la manera de los pergaminos que se van borrando a medida de la lectura en Cien Años de Soledad. Condenados a terminar como empezamos: un diálogo desesperado con el devenir.

¿Cuál es el sentido de la escritura? ¿para qué la poesía? Esa pregunta que ha sido hecha desde tiempos pretéritos y hay tantas respuestas como creadores, parece llegar también a su final. Cito: “Aquí no pasa nada y de eso tomo nota y escupo al piso un regusto de hipocresía.”

Una acción lejos de la metáfora que se había anticipado.

1Verso mío del libro En Lugar de Morir (1987)

El Guardián del Mito: Rosabetty Muñoz

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