FOGÓN CULTURALGUARDIÁN DEL MITO

Leves palabras bordeando la mudez

Textos de Rosabetty Muñoz.

Aral se presenta como un ejercicio de humildad, a contrapelo de los títulos que agrupan los poemas y que parecen anunciar experiencias definitivas: Encuentro, Mi voz entera, Exilio, Muerte, Soledad. Se trata de un recorrido temporal comprimido en leves imágenes que van dando cuenta de lo que queda tras el curso de los días y cómo, en cada etapa, los acontecimientos dejan empavonada la realidad. Uno va encontrando, en breves líneas que relucen en la página como piedrecitas romas, huellas del devenir en una vida que se pregunta acerca de la condición humana.

La certeza de existir la da ese con el que se dialoga insistentemente. Esta voz poética entrega pequeños gestos que señalan encuentros con otro, ese otro que de algún modo la vuelve una unidad consigo misma, como observa explícitamente en uno de los poemas: «me miras y estoy completa», dice a contracorriente de las actuales reivindicaciones femeninas; pero ella parece estar hablando de otra cosa, ese otro no necesariamente es una pareja.

El poema Mi voz actúa como arte poética: «aquí / mi voz entera / cobra forma / mi voz entera / cobra forma / aquí». Se lee de ida y vuelta un mundo compacto, circular y aparentemente simple. Tanto como la búsqueda de la integridad del ser, su escritura sienta esta certidumbre de estar conformando un espacio lírico y vital. Y así, la acompañamos en sus observaciones, propias del cotidiano devenir de alguien que no se siente llamado a las proezas, sino a mirar lo que queda después de la lluvia, fijo el ojo en las pequeñas conchas, en los cuerpos, en el sol.

Se conoce tanto, pareciera, el mundo y tan poco queda en la armazón del cuerpo y los días. Hay exilio también, ciudades que separan cuerpos; ciudades que deberían encajar como los cuerpos de los amantes: canales de otro continente fundidos en estos de los mares del sur.

Cuesta comunicar en esta mediatizada forma de otros modos de mirar; las palabras tantean y hablan de distancia, sobres, botones, todo cerrado sobre el amor.

En su declaración poética, esta voz insiste en el deseo de ser otra, en la búsqueda de una celebración vital (como hacen las piedras que saben, tienen unidad en su ser), y en esa exploración a ratos se entrega al vaivén de la vida.

Habla de la condición humana donde, un poco perdidos, sin saber el destino, la condena es actuar, seguir hacia adelante, crear mundos; nos impele a dejar algo, a ocupar el tiempo disponible.

No se puede abarcar la realidad, el afuera. Mientras, como las estaciones, vuelven los elementos naturales al país de los poemas: lluvia, sol.

¿Para qué sirve la condena de verlo todo ? Continuidad de las cosas que se pierden con los años, con el paso de la vida. La escritura es un ejercicio de dejar ir, expandir aquello que se gesta (volar como las plumas, correr, siempre en movimiento), siempre constreñidos por una agenda impuesta. Pero la palabra se debe a sí misma; lo sagrado es personal, único, privado.

La muerte propia es también el fin de lo que se escribe, claro. Como el editor que sanciona, señala hacia atrás, el absurdo; hacia atrás, una estela que se va perdiendo.

La voz postula irse sin aspavientos, sólo repetir el gesto de abrir una puerta y abandonar lo que se habitaba; entregada al ciclo natural, a descomponerse como una flor. Pero aún así, persiste el vínculo con el que queda, ese otro que ha sido el sostén de la existencia.

El poema que da título al libro parece un resumen vital: en ese mar hubo peces, agua, barcos navegando (todos esos viajes) y ahora nada. Desierto, sal.

El sin sentido se apropia del momento. No hay casi nada y la voz sólo tiene estos versos breves, casi silábicos, pero sigue buscando, aunque su ineludible término es la muerte.

Entre el cielo y el suelo arrastra sus afanes hasta la declaración final que borra todo lo escrito. Avanza, claro, hacia la mudez.

Ancud, en el año de la peste.

El Guardián del Mito: Rosabetty Muñoz

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