FOGÓN CULTURALGUARDIÁN DEL MITO

Pensando en que jamás el agua debiera tener propietarios

Textos de Rosabetty Muñoz.

La dicha del agua

Rosabetty Muñoz

Ninguna oquedad permanece aquí sin su agua.

La memoria, una y otra vez, remite a imágenes húmedas: agua en el cuenco de la mano;  agua en los ojos que desbordan; delicadas tramas acuosas pegadas a los vidrios, deslizándose en las ventanas; agua chorreando por el pelo. Tiestos llenos, bocas colmadas, calles acanaladas, casas, historias cercadas por la bruma de inviernos perennes.

Se perciben aguas murmurando palabras primordiales, hilos subterráneos formando el  tramado que sostiene el mundo. Este mundo.

En los días mejores, uno mismo es un río – piel escamada, sangre  a borbotones, pelo desplegado – que busca con ansiedad su desembocadura.  Cada cuerpo,  un cauce traspasado de afluentes; nada estorba el torrente de los deseos, ni los embates pedregosos, no las honduras negras, ni los restos de madera  que arrastra. Ahondando su cauce constantemente, este río pone al descubierto rocas enormes que provocan saltos y cataratas; toda la materia líquida cayendo en explosión, una materia tumultuosa teñida por el légamo que ha raspado del fondo y  deja, en el momento de calma, un regusto mineral. Aprendemos de nuestras aguas el sabor del origen.

Rodeados de extensiones marítimas, la vocación de isla se ha fijado en cada uno de nosotros como un verdín calcáreo, por eso, mientras el mar interior se mece acariciando los bordes uterinos, aprendemos a sospechar del oleaje cada vez más intenso, cada vez más cercano, cada vez más compacto de los espesos lomos salados que tratarán de arrasarnos. Es la misma revelación que nos invade cuando se contempla el movimiento continuo de las fuerzas naturales allá afuera: el azote de las frágiles ramas de los ciruelillos jóvenes, sus hojas asidas a toda nervadura para resistir el viento y  la violencia del cielo que desata nubes oscuras fundiéndose unas en otras hasta formar  una gran tela que  envuelve con su textura aguada y nos enseña a respirar entre líquenes.

Tan criaturas húmedas somos, que soñamos con volver a internarnos en la materia del agua pero – lo sabemos – los pulmones no resisten la densidad del origen; el intento de volver túnel atrás, techados por un firmamento de criaturas inexplicables (muchas de ellas nunca vistas) obedecemos al impulso primario de salir a la superficie perseguidos por el agua que se cierra tras el cuerpo y nos expulsa. La compulsión es ver el cielo, este de aire ahora, y respirar con avidez.

Los húmeros hinchados, los abiertos poros que aspiran a abrirse y recibir en la boca florida, en el recipiente ávido de los labios, toda esa lengua.

Una memoria así de turgente, así de esponjosa, teme perder su fiesta fresca. Una vez soñé que algo me succionaba todo fluido y quedaba convertida en un miserable montoncito de polvo. Otra vez  desperté  en un pueblo sumergido, pude recorrer sus calles anegadas abriéndose en una huella que acogía el ajeno cuerpo que soy. Y los sueños se pueblan de imágenes en duermevela, se teme ahora  los veranos desquiciados, cada vez más cercanos: oleadas de calor mantienen los campos en sequedad. A través de los cercos se observan las bestias boqueando con hilos de baba goteándoles desde las trompas. Desde el aire, el amable aspecto de las islas se reduce a cercados cuadros café. Árboles estáticos y tardes de insectos zumbones. La dicha del agua se evapora en columnas.

Río Nocturno

                                     En cascadas el agua se desliza.
                                     Siento el río nocturno atravesado

                                     Sobre el  techo.
                                     Despertamos cegados.
                                     Un cardumen brilla
                                     suspendido en el aire.
                                     Sobre mis uñas, un círculo
                                     y en el borde de la boca

El océano, enorme masa líquida que parecía invencible, nos deja oír, cada tanto, nos avisa el fin de la fiesta. Así, oímos que en la costa del Pacífico  se estaban divisando  ballenas azules, fenómeno totalmente ajeno a nuestras costas. Cuando varó la primera, se sucedieron los grupos a verla. Nosotros, nos instalamos en un balcón de madera sobre el acantilado: una lengua estirándose sobre el vacío. El mar reventaba furioso en los flancos de la moribunda mientras las familias se acercaban con termos de café, provisiones de paseo. Pobres enormes cuerpos desorientados en pos de una reserva de algas microscópicas. Terminan así, con las barbas encajadas en la arena, pinchado el lomo por la curiosidad de unos niños.

Binoculares en ristre, una vez más, asistimos al fracaso del deseo.

                  Aguas

                  No  se habla de los ríos ocultos.

                  No se nombran sus aguas

                  ni se intenta oír el curso de cristal.

                  Permanece ahí

                  reserva y fondo de otro paisaje.

                  La palabra y el agua tienen este pacto secreto

                  celo de decir

                  que cubre la desnuda transparencia.

                  Celo de borboteo imposible.

        Ninguna oquedad permanece aquí sin su agua.

        Y este pájaro hará cualquier cosa para llegar a la fuente.

El Guardián del Mito: Rosabetty Muñoz

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