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El mito del Chiloé que pudimos ser

Textos de Luis Mancilla Pérez.

Pareciera ser una necesidad de muchos escribir una historia, por carencias y frustraciones, como consecuencia de aquello que nos robaron, para mostrar  aquello que pudimos ser, y culpar a aquellos que nos llevaron por destinos que no eran los que en algún tiempo desconocido se deseaban. Esa obsesión de repetir el mito de lo que pudimos ser pero expresado en un espacio de ambigüedad donde nada se fundamenta, y esa especie de derrota la consolamos con la intromisión de los otros, aquellos que nos invadieron y se intenta escribir nuestra historia, dando importancia a casualidades y olvidando las imposiciones de las oligarquías que gobernaban el país que no quisimos ser o justificando un imperialismo americano que fue la intención subjetiva de Bolívar; querer invadir Chiloé antes que supuestamente fuera vendida a Francia o Inglaterra, y un párrafo en una de las centenares de cartas que escribió justifica que su busto permanezca en la plaza de la ciudad más antigua de Chiloé. A esa casualidad muchos le otorgan una importancia desproporcionada, y como consecuencia de esa desconstrucción de nuestra historia se levantan monumentos en las plazas y se nombran las calles conmemorando héroes que no fueron nuestros. Es una consecuencia de esperar que otros escriban la historia que nosotros ignoramos, y una implícita aceptación de que tenemos identidad histórica porque otros nos señalaron y reconocieron. Por esos fragmentos de casualidad, que otros nos muestran, los historiadores y los escritores del siglo veinte crearon sus imaginarios desde la perspectiva de añorar un Chiloé idílico en tiempos de ser colonia española. Una especie de débil nacionalismo chiloense que nos empuja a crear una suerte de leyenda negra de ser las víctimas de una premeditada exclusión del imaginario histórico que crearon otros, y esos otros son los chilenos que invadieron Chiloé. Crear nuestro imaginario de ese modo es caer en la ignorancia. La cuestión no es olvidar, ni destruir, la cuestión es saber. Falta dotar de memoria histórica, y dotar con hitos de recordación las gestas de los chilotes en las guerras de independencia.

Es una creencia colectiva, contaminada de una ansiedad afectiva, el creer que no se nos respeta como merecemos, entonces, surge un nacionalismo regionalista que nos lleva a creer que en toda época el estado chileno nos ha marginado, nos ha ignorado, y es el culpable de todos nuestros atrasos. Esta es otra especie de culpa, más que culpa, una especie de minimización del nosotros construida en función de otros. Esto nos lleva a lamentarnos del Chiloé que no pudo ser, porque esos otros, el estado chileno y sus sucesivos gobiernos, lo impidieron. Es el creer que en tiempos de los españoles Chiloé era una isla feliz, el mito de la Arcadia, de una isla idílica donde indígenas, mestizos, criollos y españoles vivían en una paz y abundancia edénica hasta que en 1826 los chilenos trajeron su república y acabaron con ese paraíso de tolerancia, ese Chiloé feliz.

En los olvidos de nuestros referentes históricos, y en la visión idílica de una conformidad plena por el colonialismo español, en la amnesia histórica quedaron olvidados los disidentes y los traidores, que los hubo en las distintas etapas de la guerra de la independencia. Apenas desembarcar en Talcahuano, después de destruir las defensas insurgentes, el teniente de granaderos chilotes Pablo Vargas desertó y se incorporó al ejército patriota. Quienes guiaron a las tropas chilenas que tomaron el fuerte Ahui fueron dos capitanes chilotes expulsados después de la rebelión de las tropas veteranas de Ancud cuando se supo la victoria de Ayacucho. El franciscano Juan Almirall que fuera secretario del coronel Sánchez, cuando este fue nombrado comandante del ejército realista a consecuencias de la muerte de Pareja, es desterrado al Colegio de Ocopa, en Jauja, Perú, cuando se descubre que estaba en conversaciones con los insurgentes para promover una insurrección en la isla de Quinchao. El capitán Manuel Mata deserta en 1813, y en 1824 vuelve a Chiloé guiando las tropas de Freire que fueron derrotadas en Mocopulli. Estos y otros personajes han permanecido en la penumbra de nuestra historia.

La desconstrucción de nuestros imaginarios nos contaminó con una memoria de perdedores, una identidad que revela un apocamiento histórico y social, y acostumbrados a que nos roben nuestras victorias y acontecimientos trágicos. Tuvieron que pasar más de cien años para que recién se reconozca que fueron los chilotes quienes incorporaron la Patagonia como territorio chileno para después ser despojados de lo que obtuvieron como colonizadores de ese territorio olvidado, y en los olvidos permanece la matanza de obreros chilotes en las estancias del territorio de Santa Cruz, Argentina, en la represión de la huelga del año 1921; centenares de obreros chilotes fusilados por el ejército argentino; simplemente no existen, ni existen las migraciones de chilotes en la Patagonia argentina, y el terremoto del año 1960 que destruyó los pueblos y ciudades de Chiloé, es el Terremoto de Valdivia; estos son otros ejemplos de imaginarios históricos robados, que no nos permitirán construir una historia si no los incorporamos como parte de nuestros conocimientos. Por eso, y mucho más, hay que provocar una renovación en nuestra educación histórica, encontrar el modo de reconocer nuestros referentes, recuperar un ideario lógico y perdurable para descubrir el encantamiento de nuestros imaginarios, develar los mitos, dejar de lado esa culpa de haber sido enemigos de los vencedores. Ese sentirse culpable de alguna vez haber derrotado a aquellos que obtuvieron la victoria final, y dejar de siempre echarle la culpa de nuestros atrasos al centralismo que surge con nuestra forzada incorporación a la república. Convencernos que no somos víctimas ni culpables para seguir construyendo una historia del modo como la escribieron otros. Una historia donde no se rememoran ni nuestras victorias ni nuestras derrotas; que si otros no las falsifican, simplemente se olvidan. Llevamos más de cien años de repetir y aprender nombres de héroes y fechas de batallas sin saber qué nos relaciona con el territorio que habitamos. Continuamos aprendiendo mitos construidos con la tergiversación de los relatos históricos o que surgen desde la omisión de nuestra realidad histórica.

En nuestra infancia aprendimos la historia de Chile dibujando mapas y pegando en los cuadernos figuras de héroes y batallas, desconociendo que los enemigos de esos héroes y los vencidos en esas batallas fueron quienes nos heredaron sus apellidos. Hoy algunos somos parte de una generación desconstruccionista de esa historia, que con tareas escolares y lecturas forzadas nos quisieron implantar, y nos convertimos en escritores o historiadores apasionados por andar queriendo desmontar a los héroes de sus caballos; para desnublar un imaginario histórico que nos impusieron, el problema no es recordar ni olvidar; el problema es reconstruir el imaginario histórico que nos quitaron. Es necesario en algún rincón de los programas educativos incorporar la historia regional. En la Patagonia Argentina; un territorio con escasa historia comparado con Chiloé, los profesores logran construir identidad enseñando la historia de aquellos lugares donde están nuestros parientes; herencia perdurable de las migraciones chilotas.

Territorio Cultural: Luis Mancilla Pérez

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