Se cumplen cien años del fusilamiento de centenares de obreros chilotes por el ejército argentino durante la violenta represión de la huelga de los obreros de las estancias del Territorio de Santa Cruz, Argentina, y en Chiloé todo sigue siendo olvido. Han desaparecido los antiguos viajeros, como se denominaba en Chiloé a los que emigraban en las comparsas de las temporadas de esquila, con 17 o 18 años; apenas queda alguno vivo y con memoria para recordar que los destacamentos del ejército argentino que realizaron la violenta represión de la huelga de los obreros de las estancias de Santa Cruz, Patagonia Argentina, entre noviembre de 1921 y enero de 1922, después de fusilar a los dirigentes y delegados de la Sociedad Obrera, a los obreros que integraban las comisiones que extendían la huelga por las estancias, a los trabajadores que los estancieros, sus administradores y capataces señalaban como revoltosos; al resto los enviaban como prisioneros a Río Gallegos. Esos prisioneros que caravanas de soldados y guardias blancas, lacayos de los estancieros, llevaban a la cárcel, no eran trabajadores; eran violentos y desalmados bandoleros, a los que se les acusaba de los más diversos delitos: arrear caballadas, cortar alambradas, asaltar estancias, andar armado con revolver, ser huelguista de tendencia anarquista, ser delegado del sindicato. Nadie, en ningún periódico, dijo que a estos obreros los valientes soldados argentinos les robaron relojes, quillangos, frazadas, certificados de propiedad de sus caballos, las monturas, sus botas, la ropa y el dinero de sus salarios.
Hasta la cárcel de Río Gallegos se enviaron 102 obreros apresados en Punta Alta, Fuentes de Koyle, Laguna Salada y otros lugares; desde el Puerto San Julián se enviaron al menos 82 prisioneros. A estos se agregaron los obreros que se rindieron en Paso Ibáñez, pueblo que según la prensa de la época fue tomado por más de 400 obreros huelguistas; y nadie sabe cuántos prisioneros tomó el teniente coronel Héctor Varela, y nadie se sabe qué pasó con los centenares de bandoleros que se rindieron en la estancia La Anita, hasta la cárcel no llegaron más de cincuenta. Al sumar las cuentas no calzan, parece que en el trayecto desde Lago Argentino a la cárcel, a los policías y soldados argentinos, y a la guardia blanca, se le fue perdiendo mucha gente en el camino.
Se sabe que en enero de 1922 ciento ochenta obreros permanecían hacinados en las celdas de la cárcel de Río Gallegos, soportando torturas y viviendo de la caridad de los vecinos, quienes los alimentaban cuando realizaban trabajos forzados; ripiaban calles, construían terraplenes, juntaban botellas, y otros trabajaban en el frigorífico y su salario lo cobraban los policias; ¿y que fue del resto? Suman más de 180 los obreros enviados desde Punta Alta y San Julián, y el resto, ¿Dónde quedó el resto?
Mucha gente, demasiada gente, se les perdió por el camino, no se sabe, ni se podrá saber, a cuantos se le aplicó la ley de fuga ni cuantos escaparon por la pampa perseguidos como si fueran alimañas, escondiéndose bajo las matas de espino negro, asustados vagando por caminos extraviados, durmiendo a la intemperie soportando el inclemente viento frío y la lluvia patagónica. Si eran apresados los fusilaban en el lugar donde los encontraban.
Casi todos esos prisioneros huelguistas eran campesinos chilotes, basta leer las listas para darnos cuenta que por los apellidos esos chilenos, simplemente eran chilotes, llegados desde la isla de Chiloé a trabajar en las estancias de la Patagonia argentina; Contreras, Ojeda, Barrientos, Torres, Aguilar, Sierpe, Díaz, Cárdenas, Navarro; y de repente aparece un indígena; Melipichun, Chodil, Lepio, a quienes milagrosamente no fusilaron por andar ensuciando la Patagonia Argentina.
Aparecen en esas listas personas con el mismo apellido, supongo son hermanos, también deben haber primos, cuñados, tíos, sobrinos, una parentela, en segundo, tercer y cuarto grado, tan común en este Chiloé de apellidos repetidos. Cuando a esa gente pobre le preguntaban su oficio decían ser; esquilador, prensero, jornalero, domador, carretero, leñero, aprendiz de ovejero, peones de campo. Infelices que por andar limosneando trabajo en tierra ajena no tienen quien les eche una mano, ni hable con el jefe de policía pidiendo su libertad. El cónsul de Chile en Río Gallegos no se preocupó de esta gente de mala calaña; esos huelguistas no existieron para la legación chilena. Cuando le dijeron que la mayoría de los bandoleros que incendiaban estancias y saqueaban almacenes escapaban hacia Chile, ofició para que el ejército y la policía chilena cooperaran en la represión cerrando la frontera y apresando a los obreros que escapaban de la matanza. Su nombre Juan Guzmán Cruchaga, poeta y diplomático, que obtuvo el Premio Nacional de Literatura en 1962.
Cuando investigaba esa matanza miraba los nombres que aparecen en las listas y a la distancia de casi a cien años de ocurrir esa huelga imaginaba el rostro de aquellos infelices, arrugados rostros sin afeitar, quemados por el helado viento de la Patagonia, ojos cansados y mansos, resignados a soportar tanta miseria, gente acostumbrada a sufrir desde que nace. Parados, inmóviles, mirando con miedo el cañón del máuser del soldado del ejército argentino que ha de disparar aplicando la ley de fuga por escapar hacia ninguna parte.
El primero de abril de 1922 en la cárcel de Río Gallegos quedaban 86 obreros huelguistas que no podían regresar a Punta Arenas por no tener los medios para hacerlo. La Federación Obrera de Magallanes realiza veladas y otros beneficios para enviar alimentos y financiar el viaje de estos infelices, que no tienen familia ni conocidos en esa ciudad de la Patagonia Argentina.
Por haber conocido y escrito la historia de los obreros chilotes fusilados en la huelga de las estancias del año 1921, en la Patagonia Argentina, cada año, escribo dos, tres o más artículos sobre esos fantasmas, denunciando el olvido y la injusticia que hasta el día de hoy se comete con aquella gente humilde cobardemente fusilada en la Patagonia argentina. Ningún político, ningún mediático gestionador cultural, ningún defensor de los derechos humanos, ningún difusor de nuestro patrimonio, mediocrizado por el disparate y la superficialidad de las redes sociales y la televisión, ha escrito o levantado su voz pidiendo se reconozca la injusticia que hace ya casi cien años se cometió con esta gente en tierra ajena. Será miedo o cobardía, ignorancia, sectarismo, mala fe o es porque para conocer esta matanza obrera se necesita trabajo intelectual, o será que esta es una causa que no entrega mezquina fama ni mezquino reconocimiento personal, al contrario cierra las puertas que pueden abrir los pontífices que escriben la historia de la Patagonia chilena. Yo quiero creer es la marginación que siempre marca a los pobres; esos obreros no puede tener los homenajes que únicamente se les da a los héroes. Alguien alguna vez dijo; que infeliz es aquel pueblo que necesita héroes para saber que existe. Yo agrego que egoísmo esperar un centenario para recién recordar aquella matanza cuando para los obreros chilotes fusilados en la Patagonia todos los días fueron cien años de despiadado olvido.
Territorio Cultural: Luis Mancilla Pérez