ARTE EN PANDEMIAFOGÓN CULTURAL

Mario Contreras Vega – Poeta

Textos de Carlos Trujillo.

Describe brevemente lo que es y ha sido tu trabajo como poeta.

Mi trabajo como poeta ha permanecido en el tiempo, desde aquellos gloriosos 16 años en que fuimos compañeros de curso de personajes tan singulares como el Pepe Iturriaga, Francisco Fernando Sarrat Nielsen, alias FFSN, marca que grabó a cuchillo en cuanto pupitre del liceo de niñas se puso a su alcance, Silvio Pérez Vargas o Tito Mansilla, alias “Anthony Quinn”. No todos compartieron mis primeros “escritos poéticos”, por supuesto. Época de poesía rimada, no ritmada, la profe de Castellano nunca creyó posible que un tipo pelusón como potrillo a medio amansar, fuera capaz de interesarse en arte tan frágil como la poesía.

Mas, aunque ella nunca tuvo fe en mí, seguí escribiendo e incluso publicando algunos textos llenos de obviedades y de citas extraídas de la Biblia, libro de lectura obligada en mi casa, como lo sigue siendo para mí hasta hoy, buscando desentrañar los misterios que contiene. Los textos publicados tienen que ver con temas más profanos, sin embargo: el cumpleaños de una chica que me gustaba, como un modo de lograr que aparezca su nombre en el diario “La Voz de Chiloé”, por ejemplo, muchacha que después de saber que había sido nombrada por mí  habrá quemado el diario aquel, si pudo despegar de sus manos la tinta que se adhería a la piel y a la ropa de los lectores.

Pero no escribo todos los días. ¡Oh, no! Sigo siendo un poeta amateur, que intenta colarse entre los grandes sólo para aprender de ellos.

Cuenta cómo te iniciaste en la escritura. ¿Cuándo y cómo empezó a gustarte?

Tal como declaré, mi texto de cabecera y de lecturas obligatorias desde los 7 años fue el Libro de los Libros, La Biblia. Recién a los 10 años cayó a mis manos un ejemplar sin tapas de Las mil y una noches, el clásico persa. Ese libro, debo reconocerlo, me encantó más que mis lecturas diarias de La Biblia, (nacía en mí el irreverente), aunque el motivo sea que sus historias se desarrollaban en los mismos espacios geográficos que mis héroes bíblicos. Los próximos resultaron ser una colección de 300 novelas de cowboy que guardaba en su casa un tío político con el que me enviaron a pasar un verano en los cerros de Puntra, la hermosa, cuando salí de 6º de primaria. (Es el mismo fundo El Roble, en el que hoy se ha instalado un vertedero municipal). Creo que esos años de escuela primaria, compartidos entre la Escuela Domingo Faustino Sarmiento, de Comodoro Rivadavia, y los 5 años pasados en la Escuela Anexa a la Normal de Ancud fueron los únicos estudios en serio que hice en mi vida. Si leo de corrido desde los siete años, a 66 años de aquello aun no he podido detenerme. Me imagino, por lo tanto, que en algún espacio intermedio entendí que ya había acumulado suficientes palabras como para crear mis propias historias.

¿De qué manera ha afectado la pandemia tu vida normal y tu trabajo creativo?

La Pandemia, más allá de los miles de muertos que ha dejado en el mundo, no es sino una creación de los trust farmacéuticos y los bancos, no me cabe duda. Mueren de hambre varios cientos de millones de seres humanos todos los años en el planeta y los países ricos queman los alimentos para que no bajen de precio. Esa es la prueba más palpable de lo que afirmo. Nos han encerrado en las casas para que los grandes empresarios hagan recortes de empleos, rebajen los  sueldos de sus empleados, se liberen de las leyes sociales y de la modernización de la infraestructura administrativa  ofreciéndole “teletrabajo” a los más capacitados, para que sean ellos los que pierdan el precioso tiempo que le deben a sus hijos o a sí mismos y tengan que invertir a su costo en internet y modernización de sus equipos para cumplir las exigencias, sin dar la posibilidad de hacer “huelgas”. ¿No escribió Orwell de ello hace 60 años…?

Describe cómo son tus días en este tiempo de coronavirus. ¿Escribes, no escribes? ¿Lees, qué lees, a qué hora?

Yo sigo escribiendo. No solo poesía, aunque es el alimento espiritual que me sostiene, sino textos que dan cuenta de nuestra historia día por día. De vez en cuando, intento armar una pequeña historia de mi mismo y de alguna de las innumerables vidas que he vivido. Por ahí se van acumulando, sin impaciencia. Están allí, como los árboles perennes, que inician su largo peregrinaje bajo tierra, hasta aprender todo lo que hay que saber antes de asomarse a la luz.

Leo, por supuesto, todo lo que cae a mis manos. Hasta los avisos de arriendo. ¿Recuerdas, Carlos, que hasta la década de los 80 del siglo 20 en las ventanas de las casas solían aparecer avisos manuscritos solicitando “empleada” o “niña para las labores de casa”? Pues, en mis domingos de libertad en el periodo en que fui interno en la Escuela Industrial, (1960/1961) recorría las calles para leerlos. Me gustaba comparar la redacción, el tipo de letras, los adornos gráficos para llamar la atención. Y en las casas de campo de las familias humildes, (tu libro sobre Rogovin nos lo muestra), la gente cubría los resquicios  de sus viviendas con diarios que pegaban con engrudo a sus paredes mal cerradas  para que el frío no se cuele por ellos. Cada vez que visitaba  alguna de esas casas acompañando a mi madre yo usaba el tiempo de visita recorriendo las paredes para leer noticias truncas, mirar las notas sociales, saber de robos de ganado o del triunfo del Bádminton, Santiago National, Iberia  de Los Ángeles o Green Cross de Temuco.

Por supuesto, hoy que vivo en el campo. repaso mis viejas lecturas. No compro libros, apenas si intercambio algunos de los propios que en las librerías me adquieren a precio de  huevos y revenden a precio de bestseller, por alguno que necesite con urgencia para documentar algún trabajo de investigación o para conocer  nuevas teorías de nuestra propia historia y cultura. Leo hasta la una y media o dos de cada madrugada. Sigo leyendo al despertar, a las 6,45 am, puntual cada día.

¿Crees que cambiará algo el ambiente y el desarrollo de la actividad literaria en Chiloé y el sur de Chile cuando volvamos a la normalidad? ¿De qué manera?

De hecho, ya cambió el ambiente. Ahora se presentan libros virtuales que muchas veces carecen de existencia física y de historia. La verdad, si tuviese el poder, dictaría un decreto para que no se considere libro un texto que no haya sido editado en papel. Pero tenemos que mostrar lo que hacemos porque nadie dedica su vida a construir una obra que luego no se ha de conocer. Escuchando a Eduardo Peralta en estos días leyendo muy adecuadamente algunos poemas de autores importantísimos (Gonzalo Rojas, Teillier)  veo que es una tarea pendiente de nosotros, los poetas.

Pero si de lecturas y presentaciones, nunca existirá nada mejor que hacerlo frente a frente, mirando a los ojos de nuestros oyentes, no para que lo aplaudan a uno sino para saber que todavía nos necesitamos. Y necesitamos el vaso de “navegao” que, en Chiloé al menos, suele acompañar nuestras lecturas, amén de ciertas “delikatessen”, canapés de choritos o salmón, milcaos en miniatura, pequeñísimas tortillas cocidas en la ceniza, y –por supuesto- la impertinencia de algún asistente que suele quitarnos el micrófono y lee interminables textos que nos impide levantarnos del escenario.

¿Qué lecturas/autores has retomado? ¿Qué aconsejarías leer en estos días?

Enrique Lihn, por supuesto, y Kavafis. En algún momento, Gonzalo Rojas o ese feble poeta inglés estudiado por Cortázar, John Keats. Y Teillier, siempre. Todos los poetas aparentemente translúcidos y evanescentes, románticos y esenciales, anárquicos y desconformes, sin tribu alguna que los sujete.

LA SOLEDAD LIMITA MI ESCRITURA

La soledad limita mi escritura.

Me impide confrontar la vocación poética

y alejarla del pequeño lenguaje pueblerino.

Cegado estoy por las oscuras discusiones

que estorban el camino del que busca

las palabras sencillas.

Me niego, entonces, a escribir.

Me niego a buscar en otros textos las palabras

que se alejan de mi lengua

el vital sonido mezclado de silencios

y metódicos fonemas.

Mudo soy y al mundo lo declaro

Y me conformo con ser mudo pues ya es mucho

lo que otros escriben aunque no digan nada.

Mucha es la mescolanza de discursos que terminan en bullicio

/en disensiones sin sentido /aliteraciones donde no debe por nada aliterarse.

La tierra alrededor de mi permanece, como siempre, sujeta a su destino

y de ello no se queja.

El Arte en Tiempo de Pandemia: Dr. Carlos Trujillo

Leer la noticia completa

Sigue leyendo El Insular

Botón volver arriba
error: Contenido protegido