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La rabia de Don José Miguel

Textos de Luis Mancilla Pérez.

Un atardecer infortunado de mediados de mayo de 1813, después del combate de San Carlos, cuando el ejército de Pareja cargando sus muertos y heridos se ha encerrado en Chillán, una patrulla salió a buscar abastecimientos por las haciendas y villorrios de los alrededores, se adentró por un sendero boscoso; y cuando estaban a casi dos leguas del lugar donde se había combatido, tropezaron con un hedor insoportable. Entraron al monte buscando el origen de tanta fetidez y se encontraron, en un descampado, con una multitud de cadáveres casi desnudos. Los asesinos les habían quitado las botas, los pantalones, las casacas; los pájaros les habían vaciado los ojos. Vistos desde lejos parecía que bajo la sombra de los sauces, peumos y arrayanes estuvieran descansando después de una extenuante marcha por senderos escabrosos. Mirados desde cerca en muchos se veían los agujeros de las balas, otros tenían el cuello cortado. El sargento Lázaro Santana permaneció en silencio mirando esos muertos. La áspera hediondez del aire contagió a todos con un desanimo inconcebible que se acrecentó cuando reconocieron a parientes y amigos o gente que con ellos compartió penurias y alegrías de fogón durante un descanso en esa guerra. Ese es Mariano Ojeda, aquel Pancho Tranca, el otro es “Gallito de la Pasión”, este es Gregorio Saldivia que llegó de Tranqui pariente de los Montiel primo en segundo grado de Pascual Águila que aparece muerto al lado Juan Pedro Velásquez. Todos eran chilotes algunos del batallón Veterano otros del Voluntarios. El estupor se cambia en rabia, la indignación se hace llanto; hombres que habían matado a otros hombres lloraban como niños mirando a sus compañeros muertos. Oscurecía cuando comenzaron a cavar una fosa. Envueltos en mantas, unos junto a otros, fueron enterrados.

Los soldados forman y en la oscuridad presentan armas, y disparan una salva en honor de los muertos mientras el tambor redobla llamando a silencio. El capitán Justo Villegas señala el horizonte que empieza donde las sombras ocultan el camino, y dice: “Soldados la venganza está en nuestros fusiles y bayonetas”. Entre los muertos estaba su primo Esteban Oyarzo que dos noches antes del combate de San Carlos atacado por una fiebre maligna despertó gritando desesperado porque se soñaba cubierto de arañas. Francisco Vera “Pancho Manteca” en silencio lloraba a su sobrino, tambor de órdenes. No cumplió la promesa de cuidar al hijo de su hermana, y juró venganza. No habría de terminar esta guerra sin antes matar a treinta insurgentes.

En los primeros momentos del combate de San Carlos cuando los batallones realistas comenzaron a formar la línea en la altura de una loma; quedó rezagado un grupo de chilotes, heridos y enfermos, que se refugiaron en un bosque cercano. Algunos para ocultarse mejor se subieron a los arboles pero los descubrió una tropa comandada por los coroneles Luis y Juan José Carrera quienes con una vileza injustificable ordenaron que ese casi centenar de chilotes que humildemente se rendían, fueran fusilados unos y degollados otros. El franciscano Melchor Martínez afirma que esos muertos eran los heridos y enfermos, y también los soldados que los escoltaban cuando regresaban a Chillán antes del combate de San Carlos, y fueron tomados prisioneros cuando andaban dispersos por los ranchos de los alrededores. En un oficio del 16 de mayo José Miguel Carrera confirmando esta matanza aseguraba que los realistas que morirán en las próximas batallas se  agregaran “a otros cientos más que pasaron a cuchillo nuestros soldados”. En un oficio del 22 de mayo cuando ya había fallecido el Brigadier Antonio Pareja; José Miguel Carrera le informaba al jefe de los realistas, de la rendición de Concepción, y amenazaba que si no se rinden los que están encerrados en Chillán “serán víctima del encono de mis soldados que han jurado pasarlos a cuchillo como lo hicieron la tarde del quince con muchísimos de ellos…”.

Territorio Cultural: Luis Mancilla Pérez

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