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La guerra que nunca vio el general

Textos de Luis Mancilla Pérez.

Por: Luis Mancilla Pérez

Jamás libro alguno podrá mostrar que sucedía en las batallas durante la guerra de independencia. En sus páginas encontraremos descripciones que muestran filas ordenadas de soldados marchando por paisajes de desolación o esperando al enemigo que avanza esquivando cañonazos entre nubes de humo de pólvora quemada por centenares de soldados que, al escuchar la orden de un teniente o un capitán, disparan al mismo tiempo. Escenas como esas nunca ocurrieron o son imaginadas o son el lugar común que muestran los textos describiendo antiguas maniobras de adiestramiento militar, y por eso hoy se cree que así debió hacerse la guerra en el siglo XVIII, y también durante la independencia de América. Pero esas fabulaciones nunca aparecen en los relatos de quienes estuvieron combatiendo en esas batallas.

Luis Cutiño, soldado del Voluntarios de Castro, perdió el pulgar de la mano derecha en la batalla de Rancagua, a Raúl Andrade un trozo de metralla le partió el tabique nasal, a José Avendaño le tuvieron que amputar la pierna izquierda porque una bala le hizo trizas la canilla. Pero los generales que estaban mirando el enfrentamiento desde la quinta de Paredes no recibieron ni un rasguño, y después de la batalla se repartieron los honores y se entregaron medallas. Ninguno de ellos, el Coronel Ballesteros, el después brigadier Quintanilla, el ambicioso Maroto, que dicen estuvieron en esa batalla; en sus memorias describen la cruda realidad de una de las batallas más despiadada de la guerra de la independencia. Lo único que sintieron fue el olor de la pólvora, vieron el humo de los incendios, y escucharon las explosiones de los cañones destruyendo techos y paredes de las casas de una ciudad en ruinas. Siempre estuvieron en el cuartel general mandando a sus ordenanzas que avance tal batallón, que retroceda este otro, que el ataque sea por allá, que la artillería dispare bala rasa; ordenaban la guerra bien protegidos de los balazos y la furia del enemigo.

No, los ataques no fueron como lo describen los generales en sus memorias, ni como se muestra en las películas, ordenadas filas de hombres, con fusil y bayoneta, marchando contra el fuego de los cañones. Los ataques en esta guerra son pequeños grupos de gente asustada que agachados corren como cangrejos mientras por encima les pasan las balas, y escuchan el espanto de los cañones, y a los compañeros gritando de dolor cuando caen heridos.

El oficial que los manda quizás ha huido o se ha echado al suelo con ellos. El jefe que mira desde lejos y al escribir su informe hablará de tácticas de combate, de territorios perdidos y conquistados, de ataques y contraataques. Pero nunca describirá las salpicaduras de la sangre, la suciedad de los uniformes, el rostro sucio de tierra y polvo, el miedo de correr intentando esconderse de las balas que pasan rozando las cabezas, ver a un compañero de espaldas con el estómago abierto, destrozado por una bala de cañón. Los generales no verán que un soldado grita de dolor, puede que vean las mulas y los caballos muertos tras los cuales se esconden los heridos esperando un momento de calma para arrastrarse a retaguardia.

El general Osorio, con su pocho blanco, con su rosario colgando de la mano que sostiene el catalejo, desde la seguridad del cuartel general, rodeado de ordenanzas que van y vienen con las ordenes y los informes, verá las casas derrumbadas por los cañonazos, los catres colgando como andrajos en los agujeros de las paredes, gente corriendo, soldados escondidos, soldados heridos que se arrastran buscando escapar de la muerte, escuchará el sonido del tambor tocando retirada. Pero no olerá el sudor de la gente asustada, el hedor de la sangre mezclada con sudor, barro y excremento de hombres y animales. Puede que haya visto algún edificio derrumbarse y haber olido el polvo de los muros destruidos y las paredes derrumbadas, que de pronto trajo el viento. Pero no olió el miedo, el sudor, el excremento, ni escuchó los gritos de la gente que muere.

Estas son las cosas que no ha visto el brigadier Mariano Osorio ni las describe cuando habla de las tácticas y la estrategia militar con las que planificó esta victoria, mientras redacta el informe que enviará al Virrey afamando a coroneles y hablando de héroes, más o menos convenientes o solo de él; y nadie se acordará de los soldados.

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